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Isabel Moreira.

Foto: Ernesto Ryan

Hospital Pereira Rossell busca conseguir nuevos equipos para lograr mejores diagnósticos de trastornos del sueño en niños y niñas

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Si bien hasta ahora se observan los síntomas y se hace un test diagnóstico y un examen físico, no es suficiente para monitorear los casos, explicó especialista.

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El Servicio de Neumología Pediátrica del Centro Hospitalario Pereira Rossell se propone adquirir mejores equipos para hacer diagnósticos de trastornos del sueño en niños y niñas. Específicamente necesita dos polígrafos respiratorios, un polisomnógrafo y tres purificadores de aire con filtros de alta eficiencia (HEPA, por sus siglas en inglés). Para que sea posible, la Fundación Amigos, que funciona dentro del hospital, informó que se puede colaborar con cinco pesos por compra en los supermercados Disco.

En diálogo con la diaria, Isabel Moreira, jefa del servicio y profesora adjunta de Neumología Pediátrica, explicó que los trastornos del sueño son “alteraciones patológicas que necesitan tratamientos” específicos según cada caso. Informó que aproximadamente uno de cada diez niños “ronca de forma habitual” y de ellos “un 20%” presenta síndrome de apnea obstructiva del sueño, “una disfunción en las vías respiratorias superiores” que se caracteriza por un aumento del esfuerzo respiratorio. La obstrucción de la vía aérea superior durante los períodos de sueño provoca, entre otras cosas, “ausencia parcial o total del flujo aéreo nasal y oral”, por lo que altera el descanso.

La “clasificación internacional” de los trastornos del sueño incluye entre ellos los relacionados con las apneas centrales, obstructivas y síndromes de hipoventilación. A su vez, entre los síndromes hay cuatro subgrupos de trastornos: ronquido simple, síndrome de resistencia de la vía aérea superior, hipopnea obstructiva del sueño y apnea obstructiva del sueño.

Como síntomas a los que estar atentos, Moreira dijo que las familias deben considerar que si el ronquido se presenta más de tres noches por semana debe considerarse “anormal” y es síntoma de una obstrucción en la vía aérea. Acotó que si bien existen síntomas asociadas a los trastornos respiratorios, la historia clínica de los pacientes tiene “baja sensibilidad”, por lo que se necesitan estudios específicos para que el diagnóstico sea eficiente y precoz, y así poder realizar una intervención quirúrgica en los casos en que sea necesario y “disminuir la posibilidad de alcanzar alteraciones neurocognitivas e impactos en otros sistemas del organismo”.

Acotó que ante “niños roncadores”, en las consultas médicas se debe preguntar a la familia si tiene un sueño inquieto, pausas respiratorias o apneas que se puedan observar, sudoración excesiva, respiración bucal, mal rendimiento escolar o somnolencia diurna excesiva. A los “niños roncadores” por el momento se les aplica el “cuestionario del sueño”, que hasta ahora es de los métodos con mayor sensibilidad para detectar trastornos.

El resto de los estudios se realizan de los menos a los más complejos y dependen del niño; por ejemplo, la poligrafía respiratoria estudia variables tales como el flujo oronasal y el esfuerzo respiratorio y la saturación de oxígeno.

Problemas del sueño

Por otra parte, Moreira se refirió a los problemas del sueño que si bien no son un trastorno son “cada vez más frecuentes” en niños y adolescentes en el escenario pospandemia debido al uso prolongado de pantallas. Se trata de “patrones del sueño insatisfactorios” para el niño, la familia o el pediatra. “No todos son patológicos” o necesitan tratamiento, pero sí requieren cambios de hábitos, por ejemplo, no usar pantallas en el horario cercano al descanso, ya que se altera la melatonina, que es “la hormona del sueño”, y si bien “normalmente aumenta en las horas de la noche”, debido al uso de dispositivos con pantalla se puede generar “un retraso en la fase circadiana del ritmo” de la hormona.

Moreira remarcó que se debe dormir la cantidad de horas requeridas según la edad, entre 16 y 18 horas diarias los recién nacidos, 13 horas a los dos años, entre diez y 12 horas entre los tres y los cinco años, diez horas entre los seis y los diez años, y de ocho a diez horas a partir de la adolescencia. Esto ayuda a consolidar la memoria y el aprendizaje, a promover la salud cerebral, ya que durante el descanso se eliminan “sustancias tóxicas”, y a la restauración del sistema inmune. A su vez, dijo que el déficit del sueño puede asociarse a enfermedades como diabetes, obesidad y enfermedades cardiovasculares.

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