Apenas terminó el partido siento un estado de satisfacción, que, como una buena cantidad de uruguayos y uruguayas, tengo la necesidad de compartir, de brindar esa alegría, que metafóricamente es un asado: un encuentro de lindas emociones, un reencuentro de momentos inolvidables, un sueño de que vuelva a ser así.

Es una alegría extraordinaria en el sentido pleno de la definición. Ordinariamente estoy acostumbrado y me alimento de las alegrías que me brinda el deporte en mi vida, pero esta es distinta, es identificable a largo plazo y no coyuntural, es de esa esquina imposible en la que parece que alguna vez se encontrarán de lleno la razón con la emoción.

Tan extraordinaria que, en medio de la alegría de la exposición, y antes de seguir con mi tarea profesional, tuve el impulso de llamar a mi padre para comentar y preguntarle qué le había parecido. Fue un impulso de un nanosegundo, porque el doctor Martínez se murió hace más de año y medio, el 19 de febrero de 2022.

No te creas que lo llamaba seguido para hablar de fútbol ni mucho menos, pero había veces, partidos tan extraordinarios, en los que precisaba su visión de anciano venerable, su impostura de iniciador en estos roles fundamentales de mi vida, y seguramente, aún a esta altura de mi más de medio siglo parando en templos fantásticos y piringundines mal vistos del fútbol, su aprobación.

Crucé la piel

“Dejo en las estrellas un cuento, para cruzar y vernos cuando quieras”, cantó la murga Asaltantes con Patente en “Crucé la Piel”, parte de la bajada de su espectáculo de 2022.

Fue un impulso, cortísimo e impactante. Le hubiese dicho, como les digo a ustedes, que fue un partido inolvidable y que superará con el tiempo la coyuntura del resultado, de las circunstancias, de la posición en la tabla, y hasta tal vez la de las actuaciones colectivas e individuales, y de la estrategia planteada por Marcelo Bielsa y ejecutada por los futbolistas. Otros partidos, otras victorias inolvidables las recordaremos para siempre, pero en esta hubo algo que trascendió al resultado, a las actuaciones individuales, al empuje del equipo, al planteo, a Darwin festejando y pidiendo a la tribuna que los aplausos sean para Luis Suárez.

A este lo recordaremos mejor aún que a otro que fue secreto punto de partida de una nueva idea del fútbol uruguayo: el de Morumbí, San Pablo, cuando perdimos 2-1 con Brasil después de haberlo superado en juego como no lo habíamos hecho desde hacía décadas. Como aquel, este triunfo ante Argentina 2-0 por las Eliminatorias, con goles de Ronald Araujo y Darwin Núñez, será inolvidable porque su recuerdo será transversal a los uruguayos de todas las clases sociales, formas de vida, conocimiento y filosofía de vida como el verdadero punto de toque de una forma de jugar y representarse dentro de un partido de fútbol y más.

101 partidos que hay que ver antes de morir

Una serie de circunstancias que, agrupadas, se llaman “vida” me han llevado a presenciar en vivo, en estadios, canchas y escenarios precarios pero validos más de 3.000 partidos de fútbol.

Lo he hecho llevado de la mano en condición de distraído iniciado o de inevitable acompañante, lo hice con inocente niñez demandando a mis mayores que me complacieran, lo hice de muchachito creyendo conocer más la profundidad de los planteles que la tabla del nueve, lo hice como dramático aspirante a futbolista, lo hice como alcanza pelotas, lo hice como frustrado par de quienes estaban sobre el césped, lo hice como jugador, lo hice como aficionado pleno, lo hice como aprendiz de cronista, lo hice como periodista, como comentarista, como editor, como director, como jefe de prensa, como parte del staff deportivo, lo hago como hincha, casi nunca sin una preferencia real definida y radical. Hay, sin embargo, dos camisetas, representaciones de mi vida, de mis afectos, de mi imaginario popular que se llevan toda mi atención y emoción innegociable cada vez que están en juego. La celeste, de Uruguay, y la albirroja, de Florida, son y han sido dueñas de buena parte de mis humores, emociones e ilusiones.

Desde la primera vez que fui al Centenario a ver a Uruguay, el 26 de octubre de 1968, hasta el partido de La Bombonera, Uruguay se ha presentado en cancha 706 veces. Pensando en mi poca autonomía hasta que fui liceal, cuando en el siglo XX, excepto mundiales, había baja oferta de partidos de selecciones por televisión, por lo menos hasta los años 90, y que es razonable que algunas veces me hayan tenido que poner falta, estaría en condiciones de afirmar que seguro, muy pero muy seguro, he visto 500 partidos de la celeste.

Latiendo en La Bombonera

He sido testigo de grandes triunfos, como el del Mundialito en 1981, la Copa América de 1983, o el de Argentina en 1987 o el de la Copa de 1995 en el Centenario, y mucho más acá en el tiempo, ya con Tabárez, la final de la Copa América de 2011, el partido ante Inglaterra en 2014, el triunfo ante Portugal en 2018, pero también me he comido fases oscuras de años sin levante con derrotas en línea y frustraciones enormes, como quedar eliminados del Mundial de Argentina con Bolivia y Venezuela antes de llegar a jugar un partido en el Centenario.

En ese marco de años grises –muchos de ellos coincidentes con la dictadura–, es que se me vino a la cabeza la propuesta y el programa de hace unos años del argentino Gonzalo Bonadeo, 101 partidos que hay que ver antes de morir, y fue el jueves mismo antes del partido en La Bombonera que una vez más recordé una enorme victoria en el Centenario ante Argentina por 2-0, en una noche maravillosa de Ildo Maneiro y Fernando Morena, de un equipo dirigido de ocasión por Hugo Bagnulo, mientras los de Menotti se preparaban para el Mundial y Uruguay no tenía más horizonte que balconear los partidos del otro lado del río.

Hay partidos que uno se los guarda para sí, como ese de mi lista, pero hay otra lista, más masiva, amplia, popular, y de nivel muy profesional, que como sociedad, o agrupaciones de individuos que vivimos a la vera del fútbol, que uno la incorpora y la propone para la fatua posteridad. Uruguay, como firmó Fermín Méndez desde La Bombonera, lo ganó en una demostración, de temple, categoría y lucidez, y lo hizo exponiendo su historia moderna, y reciente, la de ir al frente, proponer, jugar con velocidad, con engaño y con el arco rival entre ceja y ceja, que es asimismo la historia pretérita del fútbol del 12, de los olímpicos, del Loco Romano, de Perucho Petrone, del Mago Scarone, de José Leandro Andrade, y por supuesto, claro que sí, del Terrible Nasazzi.

Lo hizo a través de la convicción generada y lograda por los planteos a veces tan existenciales como futbolísticos de Marcelo Bielsa, que mirando para abajo, como no les gusta a los periodistas, o articulando decisiones de papeleo que le perturban al establishment, llega a donde tiene que llegar: a sus futbolistas, a quienes convence de formas y estilos que trascienden la posible elaboración de una estrategia para una contienda futbolística.

Después del triunfo ante Brasil en el Centenario, después de seis eliminatorias sin poder hacerlo en un partido que tal vez fuera candidato a integrar la lista de los 101, Marcelo Bielsa afirmó: “La idiosincrasia o el modelo con el que un país juega al fútbol es una cosa muy importante. No se debe ignorar, porque el estilo, el modelo, se transmite de generación en generación, y en un fútbol con tanta riqueza como el uruguayo lo peor que se podría hacer es no mirar hacia atrás y valorar el procedimiento. Después están los matices, las características de los jugadores, lo que se puede intentar hacer a partir de ellos, pero lo más importante es que nunca debe ignorarse la marca registrada del fútbol de un país, Uruguay la tiene y hay que construir a partir de eso”.

Unas semanas después, unos días antes de este partido que integrará los nuevos cimientos del fútbol de propuesta celeste, agregó que “hay una marca notoria en el proceso de Tabárez, quien educó a un grupo de jugadores y después, junto a ese grupo de jugadores, educaron a la generación venidera. La gran riqueza que percibí en el grupo es que están educados los unos a los otros. No se consigue un Darwin Núñez sin un Cavani o un Suárez que lo hayan precedido”.

Un grupo educado a través de un educador con una idea, que a su vez educa a otro grupo de los que vienen y vendrán, y que ahora es conducido por otro sabio del fútbol que los convence de lo que pueden hacer sin nunca ignorar la marca registrada del fútbol uruguayo.

La lucidez y don de ubicuidad de algunos, el oportunismo y la viveza de otros, la política del fútbol llevada de las narices por los operadores, la vida de la globa como bandera de nuestra sociedad sostenida a pie firme en las inquebrantables trincheras del fútbol a sol y sombra, nos han permitido –vaya a saber a través de qué efecto mariposa– secuenciar de la mejor manera el proceso creciente de la selección uruguaya haciendo que primero hubiera un Tabárez preparando, generación tras generación, y después su obra fuera tomada y ejecutada por Marcelo Bielsa.