Victoria Pasquet cita de memoria frases de José Batlle y Ordóñez, su máximo referente, y con menos de 30 años es una de las coordinadoras del programa de gobierno de Robert Silva, precandidato a la presidencia por el Partido Colorado (PC). Hija de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Elena Martínez, y del diputado Ope Pasquet, abogada y magíster en políticas públicas, dice que es momento de que Uruguay ingrese a “la economía del conocimiento”. Sobre su partido, que le dio el nombre por la victoria electoral de 1994, sostiene que, más allá de la campaña electoral, debería “empezar a trabajar urgentemente” en definir “qué somos y a quiénes estamos representando”.

¿En qué momento decidiste meterte en política partidaria?

Cuando el PC votó 2% en Montevideo, en las elecciones departamentales de 2015. A mí no me interesaba mucho la política, [pero] ese fue el punto máximo. Los jóvenes sentimos una desolación a partir de lo que había pasado y muy espontáneamente nos empezamos a juntar, había una necesidad de hacer catarsis, autocrítica y también crítica a la dirigencia. Yo sentí el deber de involucrarme con un partido que sentía que estaba perdiendo la identidad y toda capacidad de representación. Arranqué ahí, tenía 19 años.

¿Te definís como batllista, como socialdemócrata?

Las dos. La socialdemocracia en Uruguay es batllismo y es anterior a la socialdemocracia, es una síntesis un poco especial, que no viene del marxismo. La diferencia con otras izquierdas tiene que ver con que, para Batlle, y esta es una polémica que tuvo con el Partido Socialista, lo que define a las personas no son sus condiciones materiales de existencia, sino sus ideas. Eso es lo que define a las personas y esa es la diferencia del batllismo o la socialdemocracia uruguaya con otras izquierdas.

¿Cuáles son las bases del programa de gobierno de Robert Silva?

Lo más importante del programa es que intenta hacer una síntesis entre el crecimiento económico, con una visión estratégica a largo plazo, que Uruguay no tiene hace muchos años, y todo lo que, como batllistas, queremos que haga el Estado. Una de las posibilidades es la que justifica el nombre del programa [“El Uruguay que nos debemos”, el último libro de Ricardo Pascale], que es la integración de Uruguay a la economía del conocimiento, o sea, la exportación de bienes y servicios de alto valor agregado con énfasis en los productos de alta sofistificación tecnológica. Esa es la línea estratégica que tiene que hacer el Estado para crecer económicamente: incentivar la innovación, la formación y la capacitación en carreras que tengan que ver con las TIC y las ciencias básicas.

Después combinar eso con una serie de reformas, también a largo plazo, que hagan que el Estado, en vez de ser este elefante pesado y amorfo, sea una cosa más ágil y robusta. Si nosotros queremos que la Policía sea un servicio profesional, bien remunerado y con alta capacidad técnica; si queremos que la educación pública llegue a todas las personas y que haya escuelas y liceos de tiempo completo en todos lados; si queremos que la Senaclaft funcione bien y que de verdad se pueda controlar el lavado de activos en este país; si queremos hacer todo eso, entonces necesitamos crecer, y para crecer necesitamos tener una visión a largo plazo que trascienda un período de gobierno.

De algún modo, Pascale cuestiona los límites que tiene una economía basada en la ganadería y la forestación. Es difícil proponerse cambiar eso.

Bueno, el primer batllismo lo hizo. Lo que hay que hacer es correr la frontera de la producción; obviamente ahora en el siglo XXI es distinto a lo que había que hacer a principios del siglo XX, no es lograr tener más vacas en menos espacio. Pascale hablaba de que la ley de forestación le dio un segundo piso a Uruguay. Ahora nosotros tenemos que buscar esa otra ley, la ley de forestación para el siglo XXI. ¿Cuál es? El estímulo a la producción de bienes con innovación científica arriba y a la exportación de servicios tecnológicos y científicos, ese es el horizonte al que Uruguay puede apostar con más expectativa.

Ustedes, aun siendo parte del gobierno, comparten el diagnóstico de Pascale de que actualmente el país no tiene una estrategia de crecimiento.

Comparto que no la hay desde hace muchos años, no sólo en este gobierno. Uruguay ha tenido muchas urgencias, y lo urgente siempre desplaza a lo importante. Pero creo que ahora estamos en un momento en el cual podemos plantearnos el despliegue de una serie de incentivos por parte del Estado para poner en marcha un plan de desarrollo económico de largo plazo. Lo que dicen los autores que distinguía a Batlle entre todos los políticos es que decía que “lo de hoy es simple episodio” y que lo que hacía tenía “germen de eternidad”. Eso es lo que hay que hacer en el PC y en el país.

Carolina Ache y Gustavo Zubía, ambos precandidatos del PC, plantearon consensuar propuestas antes de la elección interna. ¿Lo ves viable?

Es evidente que tenemos que empezar a hacer eso, lo que pasa es que sin un liderazgo es muy difícil. Una vez que haya un liderazgo establecido [después de las internas] va a ser mucho más fácil poder empezar a consensuar cosas y tener un proyecto de partido mucho más común. Cuando hablaba del PC después de todas las dictaduras del final del siglo XIX, Batlle decía “el PC yace inerte y duerme un sueño de piedra, no hay acción colectiva, hay sólo acción individual”. Lo que tenemos que empezar a trabajar urgentemente, si queremos salir del esquema en el cual sólo pensamos en la supervivencia y no en el sentido, es el proyecto común, es decir, qué es lo que nos une, qué somos, a quiénes estamos representando, pero eso tiene que trascender lo programático.

¿A quiénes debería representar el PC?

El PC tiene que ser la opción que pueda garantizar el crecimiento que es necesario para todas las reformas que hay que llevar a cabo para que el Estado pueda llegar realmente a toda la gente que tiene que llegar. Yo creo en un Estado de bienestar, en un Estado batllista que sea la principal herramienta para igualar oportunidades y garantizar la movilidad social, pero [actualmente] no nos da con el crecimiento que tenemos.

¿Le hace bien al PC tener ocho precandidatos?

Para mí es un síntoma de falta de liderazgo. Me parece que quizás tenemos que pasar por este proceso, pero si después viene acompañado de una autocrítica en serio sobre qué es lo que pasa para que estemos representando a tan poca gente. Y de repente las conclusiones a las que llegás no son tan obvias; me parece que los partidos tienen que decir y proponer lo que ellos creen, y hay momentos históricos en los que eso representa a poca gente y hay que bancársela. El sentir popular va cambiando y vos no podés cambiar con eso; siempre tenés que escuchar y entender cuáles son las demandas y los problemas de la gente, pero eso no puede determinar tu ideología.

¿Pero no es un problema en sí mismo representar a poca gente?

Es, pero la discusión que nos tenemos que dar es: ¿nosotros qué queremos representar? Eso es lo que falta, para adentro, en la interna, revivir la orgánica, empezar a tener discusiones más ideológicas. El último congreso ideológico que se hizo fue en 2011. Tenemos que renovar eso y llegar a una conclusión respecto a si estamos transmitiendo lo que queremos transmitir. Si lo estamos haciendo, entonces no hay que cambiar, y no importa que votes 2%. Pero yo creo que el problema es que no estamos transmitiendo lo que queremos transmitir.

El año pasado, cuando Adrián Peña renunció al Ministerio de Ambiente, escribiste que había que “sentarse a discutir qué es el PC en este siglo”, porque “hace más de 20 años que la respuesta dejó de estar clara”. ¿La autocrítica empieza en 2002?

Para mí no está bien encarado el enfoque si vemos la crisis como meramente electoral. Creo que tiene que ver con el hecho de que hubo dos liderazgos que se bajaron del barco [Pedro Bordaberry y Ernesto Talvi], eso es lo que más impacta, lo que más hace a una crisis de identidad y de rumbo.

También escribiste que el PC está lleno de dirigentes “acartonados”, “muy medidos pero con la audacia de mi tía abuela”, y pediste líderes que “canten la justa”, como Jorge Batlle. Robert Silva no parecería tener ese perfil.

Yo creo que sí. Me parece que estas cosas se demuestran haciendo, y la transformación educativa que llevó a cabo Robert Silva fue una demostración muy cabal de coraje, de hacer lo que hay que hacer y bancar la adversidad y la resistencia. Se bancó pedradas en el Cerro, se bancó pintadas en su casa, y siguió adelante; eso es hasta mucho más importante que decir.

El otro día comentaste la denuncia contra Yamandú Orsi y dijiste que “es urgente revisar el paradigma vigente”, en el cual “una denuncia es igual a una muerte civil”. ¿Cuál es el paradigma vigente?

Creo que se ha instalado un discurso en el que para intentar equilibrar un poco la balanza del estado de cosas anterior, en donde las mujeres prácticamente no tenían herramientas para denunciar con credibilidad, ese péndulo ahora se fue para el otro lado. Creo que este caso pone muy en evidencia que lo de creerle a la víctima sin cuestionamiento, como un dogma, puede ser nocivo. Me parece que esto pone en evidencia que el dogma de siempre creerle a la víctima y no importa nada más, por lo menos, admite una revisión. Esto es una cosa más social y cultural, que se empezó a instalar y empezó a ser absolutamente políticamente incorrecto y machista y misógino y retrógrado decir que no siempre le vas a creer a la víctima. Para mí lo que está bien es decir “yo no voy a descreer de la víctima”, o sea, no desacreditarla, darle cabida a su denuncia y tramitarla por los canales que corresponde, y hasta entonces no emitir una opinión desde ningún lugar público. Ese es el paradigma correcto.

¿Marchás los 8 de marzo?

Sí.

¿Qué opinás sobre la ley de paridad que promueve Gloria Rodríguez?

Opino que hay que hacerlo, sí. Igual me parece que, como están las cosas en Uruguay, es difícil que las cosas cambien de fondo. Para mí tiene razón el presidente [Luis] Lacalle Pou, cuando planteó su famosa frase de los asados, porque lo que pasa en política con las mujeres es una cosa mucho más sutil. La política es profundamente homofílica, porque es verdad que es machista, pero [la palabra] machista no termina de describir lo que pasa. Por ejemplo, ahora ser mujer y joven es un activo para los partidos, porque comunicacionalmente el feminismo ha logrado instalar que es justo y necesario. Pero después en la actividad del día a día hay códigos y dinámicas que se transmiten entre hombres. Yo lo veo gráficamente como una antorcha que pasa entre los hombres y que tiene que ver con un tema de confianza. Vos tenés la sensación todo el tiempo de que esto que está pasando, ahora, donde estás, no es la posta. La posta está en otro lado y vos no sos parte.

A Carolina Cosse la criticaron el otro día porque no destacó ningún logro del actual gobierno. ¿Vos qué logros destacarías de los gobiernos del Frente Amplio (FA)?

Muchos. El FA logró bajar la pobreza y la desigualdad, eso es muy importante. El Plan Ceibal fue un enorme acierto, la política antitabaco también. El problema es que el modelo económico demostró agotarse y demostró que, pese a haber llevado a cabo un montón de reformas sociales muy importantes, no supo cómo generar un crecimiento genuino que no dependiera de externalidades. Creo que el FA ha demostrado que el modelo económico se agotó cuando terminó el último gobierno de [Tabaré] Vázquez.