La ciudadanía uruguaya se va acostumbrando a un régimen electoral que ya lleva tres períodos y por el cual es posible que este domingo de noche o lunes de madrugada todos los partidos políticos festejen. Hay una probabilidad cierta, aunque remota, de que en la primera vuelta ninguno se sienta perdedor.
Para empezar con el juego de las hipótesis desde abajo, el Partido Independiente podrá ver satisfecha la aspiración de aumentar su representación parlamentaria, y Asamblea Popular, la de obtener la suya. Los ex frenteamplistas y ex nuevoespacistas la gozarán si Pablo Mieres llega al Senado. Y la coalición de más a la izquierda si ubica al menos un diputado. Las encuestas hacen verosímil que en la próxima legislatura haya cinco lemas, una situación inédita.
En cuanto al tradicional partido de gobierno en Uruguay, el Colorado, tirará la peluca pelirroja al techo si supera su rendimiento de los comicios nacionales anteriores (su piso histórico, 10,4% de los votos) o, más difícil, de los municipales de 2005 (un modesto 16,79%), de modo de mejorar su posición para negociar cargos en una eventual administración blanca o consolidar un núcleo de simpatizantes firmes de Pedro Bordaberry hacia los próximos ciclos electorales.
El Partido Nacional festejará si su candidato a presidente, Luis Alberto Lacalle, logra enfrentarse en segunda vuelta con el frenteamplista José Mujica. Sobre todo luego de los errores cometidos por el líder herrerista en la campaña: cualquier porcentaje que fuerce el balotaje aliviará la presión de la olla en que metió a sus seguidores, aunque la diferencia sea tan elevada que suponga una cuesta difícil de remontar.
El lema oficialista será el más votado y, si quiere, tiene agite garantizado, de acuerdo con las encuestas. A estas alturas los frenteamplistas comprobaron en carne propia que el desgaste de un partido gobernante no es moco de pavo: la encuestadora Factum calculó que su intención de voto cayó de 55% al principio del lustro a 44% el fin de semana pasado. Desde la restauración democrática de 1985, ningún lema uruguayo obtuvo al cabo de un período de gobierno más adhesión que aquella con la que accedió al poder.
Si se dan estas eventualidades, ¿acaso algún partido se privará de salir a la calle porque sus discursos de campaña preveían cuatro o cinco puntitos más de los recogidos en las urnas? ¿O los blancos se perderán de bailar el Qki si comprueban que Nery Pinatto la estaba pifiando? ¿O los frenteamplistas se quedarán en casa si Mujica no resulta elegido presidente en la primera ronda? ¿O los colorados no destaparán whisky de todas formas? ¿O Mieres no dará seis o siete entrevistas antes de irse a dormir? ¿O la Asamblea Popular no sesionará con pizza y cerveza? Hasta capaz que alguno ya comienza a cocinar futuras fracturas. Y también están los que no se compraron ninguna camiseta, aunque festejan, uruguayos, por aquello de la fiesta de la democracia.
Pero hay otra eventualidad sobre la que ningún encuestador se anima a arriesgar pronósticos. Sí, el voto rosado puede perder. Sabelo. A muchos de los que se pronuncien por la anulación de la impunidad no les va a dar el alma para prender cañitas voladoras, aunque el candidato a presidente que hayan elegido gane en primera vuelta y se anuncie que le darán el premio Nobel la semana que viene.
A la dirigencia del Frente Amplio, una alianza que se propuso defender los derechos humanos desde su fundación, y que renovó ese compromiso en dictadura y en democracia, también le debería doler un desborde de alegría de sus votantes si la ciudadanía decide que la Ley de Caducidad se quede a vivir en el ordenamiento jurídico uruguayo, quién sabe por cuánto tiempo más. Aunque esté abierto el camino para que cada aplicación de esa norma sea declarada inconstitucional, como permite prever la decisión de la Suprema Corte de Justicia en el caso de Nibia Sabalsagaray. Si el FA logra la mayoría parlamentaria necesaria para anularla por ley y se compromete a hacerlo, algo será algo, pero el resultado será más discutible y el pronunciamiento plebiscitario dolerá de todos modos.
Sí, tenés razón. Como todo lo que está anotado acá arriba, un nuevo afianzamiento de la impunidad cae dentro del margen de error. Ojalá que no pase. Pero si pasa, ¿qué?