La noticia explotó sin previo aviso. El 24 de abril, las autoridades de México anunciaron al mundo que “cientos” de personas habían sido contagiadas por una cepa del virus de la gripe que proviene de los cerdos, llamada “gripe porcina” y que al menos 20 habían muerto.

Inmediatamente la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba una epidemia en México, advertía del peligro de una pandemia mundial, y Estados Unidos confirmaba la presencia de decenas de casos en su territorio. Además, las autoridades estadounidenses advertían que anticipaban más muertes por esta causa. Poco a poco, como un goteo, varios países se iban sumando a la lista de lugares con gente contagiada por esta gripe, cuyo epicentro está en México: Canadá, Costa Rica, España, Nueva Zelanda, Gran Bretaña, Israel… Todos los países empezaron a tomar medidas. México declaró una especie de estado de sitio, a pesar de que corrigió a la baja la cifra de muertos. Todos los eventos públicos fueron prohibidos, cancelados o suspendidos durante casi una semana. Las autoridades pedían a la población que se quedara en sus casas. Cuba y Argentina suspendían sus vuelos desde y hacia México. China ponía a mexicanos en cuarentena. Los países latinoamericanos declaraban estado de emergencia sanitaria. Egipto sacrificaba a todos sus chanchos.

El 29 de abril las autoridades de Salud uruguayas afirmaban estar investigando a dos personas que podrían ser portadoras del virus, pero lo descartaron rápidamente. Casi un mes después empezaron a aparecer casos reales de personas con gripe A(H1N1) en el país.

La conspiración La alarma cundía y la prensa se hacía eco de ello. Durante al menos dos semanas, ése fue el tema dominante en la agenda internacional.

Ríos de tinta por doquier y, paradójicamente, muy poca información.

Algo que varios lectores de la diaria deploraron vivamente. Según ellos, detrás de la “gripe porcina” hay una gran conspiración de la industria farmacéutica y algunos gobiernos para generar ingresos millonarios a costa del temor por una enfermedad poco peligrosa, y la prensa actuó como cómplice.

Tras analizar los artículos de la diaria sobre el tema, este defensor de los lectores concluyó que no puede achacarse al periódico haber contribuido con la alarma, ni formar parte de conspiración alguna. Los textos publicados fueron medidos, sin grandilocuencia ni exageración, y sin exceso de centímetros o tapas dedicados al tema.

Durante los mismos días que el prestigioso diario El País de Madrid dedicaba hasta siete páginas diarias al tema, la diaria apenas dedicaba algunas breves, o un texto más largo sobre la absurda matanza de cerdos en Egipto. Cierto es que fue precisamente España el primer país que registró un contagio autóctono fuera de México, que llevó a la OMS a declarar la inminencia de una pandemia.

… y sin embargo Los artículos de la diaria, igual que los de buena parte de la prensa y televisión mundial, carecieron de la profundidad necesaria para explicar lo que estaba ocurriendo. Si había elementos para sospechar de una conspiración a escala mundial, la diaria debió haberlo investigado o al menos analizado. Si no los había, debió haberlo señalado y aclarado la situación, para acallar un rumor gratuito. Sabido es que pocas cosas tienen más morbo y se esparcen con mayor facilidad que una buena y creíble teoría conspirativa. La función de la prensa no es ser simplemente caja de resonancia de gobiernos, líderes e instituciones.

Tampoco la de la diaria. Ello está expuesto en el “nuestro compromiso” que sirve de pilar a esta publicación.

Este defensor de los lectores cree que el periodismo debe servir para enriquecer el debate público, arrojando luz, agregando temas, ángulos y argumentos. Esa función puede cumplirse a través del periodismo de investigación bien entendido, capaz de sumar cantidad y calidad de información al marco cognitivo democrático. La calidad de una democracia depende de la calidad de la información que maneje. Y sólo el periodismo en profundidad, el periodismo de investigación, sirve para iluminar las zonas oscuras de la sociedad.

El profesor estadounidense Ted J Smith publicó en los 90 un artículo en el que criticaba el trabajo de los periodistas en general y decía que no estaban cumpliendo con su papel democrático, entre otras cosas porque: el ejercicio periodístico es básicamente una actividad de escaso rigor intelectual y con marcada tendencia a la simplificación; los periodistas suelen carecer de conocimientos técnicos adecuados para la mayor parte de las cuestiones complejas de la vida actual; el trabajo periodístico se ejecuta sin la reflexión y el sosiego que son deseables en una adecuada labor crítica.

La cobertura de la gripe A exigía periodismo de calidad, periodismo científico, periodismo de investigación. la diaria no pecó de alarmismo gratuito como sí lo hizo la mayoría de los medios mundiales.

Pero sí -igual que la mayoría- pecó de superficialidad.