Fue un gran triunfo el conquistado por nuestra selección nacional ante la de Costa Rica porque se logró como visitante, en una cancha de césped artificial que provocaba pique muy rápido de la pelota y difícil equilibrio del cuerpo cuando se entraba en acción.
Fue un gran triunfo porque en los momentos en que rival y cancha permitieron claridad futbolística se tuvo mejor técnica, mayor organización colectiva, individualidades más decisivas y un número de llegadas con posibilidades de gol superiores a las producidas por Costa Rica.
Fue un gran triunfo facilitado por la temprana expulsión de un jugador que jugó con la misión de marcar y quitar trascendencia a Lodeiro, misión que cumplió a medias pero que defeccionó al acumular dos amonestaciones por golpear duramente. Provocar ese descontrol también es un mérito a añadir al equipo dirigido por el Maestro Tabárez.
Fue un gran triunfo, finalmente, porque deja a Uruguay al borde de una clasificación mundialista, objetivo claramente buscado e irregularmente transitado durante tres años y 19 partidos -hasta ahora- de altos y bajos rendimientos y cuestiones algo paradójicas como los muchos puntos perdidos en el Centenario y los 7 de 9 conquistados, como visitantes, en ciudades de altura.
El desequilibrio
Desde la primera jugada Uruguay se ubicó en el partido como protagonista principal. Defendió bien y muy bien e intentó llegadas al área rival por la vía de armar jugadas.
La cancha del famoso sintético gastado no facilitaba nada. Tampoco para los locales, pero ellos tenían la ventaja de las muchas experiencias previas. Cuando la pelota estaba controlada, Uruguay era más, mostraba una mayor calidad técnica promedio y hasta la lisura del sintético colaboraba. La cosa se ponía peor cuando la maniobra se hacía más compleja y la exigencia de equilibrio era fuerte. Allí era donde todo se complicaba. El agarre era difícil tanto en defensa como en ataque. El desequilibrio condicionaba el partido. Y eso tuvo influencia en el tiro con mucho acomodo de Palito Pereira a los 3 minutos que el golero sacó al córner con sus propias dificultades. Tal vez por eso el coloniense Álvaro Fernández golpeó mal a Ruiz y el árbitro español le perdonó la tarjeta amarilla y sólo lo amonestó verbalmente apenas a los 6 minutos. Por eso el tiro de Suárez “alto y afuera”, como decía Solé, a los 13. Por eso el susto cuando Bolaños se le escapó a Palito e inquietó con un tiro forzado, de zurda, que Muslera controló bien a los 18.
Y por eso la jugada que terminó en el gol decisivo comenzó con una acelerada y una frenada inmediata de Diego Forlán para llegar a la pelota pero no irse de la cancha y colocar en la boca del arco la pelota con gran esfuerzo. Del susto defensivo de los ticos esa jugada se convirtió en tiro de esquina a favor. Y allí estuvo la zurdita mágica del sanducero Lodeiro, en buena ejecución que culminó en la cabeza del Canario Lugano, con un frentazo que fue sacado en la línea, parcialmente, por el buen delantero Ruiz y regular defensa en la emergencia. Como la sacó, volvió. Lugano accionó con decisión en una pelota que había quedado alta e incómoda y que él transformó en gol.
A partir de entonces la defensa uruguaya -el esquema defensivo total, no sólo los zagueros- pasó a ser muy influyente en el desarrollo del partido. Al equipo local, muy intranquilizado por la desventaja en el tanteador, le resultó difícil superar la barrera celeste. El Flaco Fernández y Seba Eguren se destacaban en la doma del sintético y atrás la solvencia de Lugano y Godín, bien apoyados por Victorino, el Tata González y Palito Pereira, daban seguridad y estos dos últimos buena salida por afuera.
La acción más brava, que la defensa no pudo solucionar, fue un cabezazo de Bryan Ruiz al recibir, solo, un pase por alto a espaldas de la línea final por parte de Azofeifa. Pasó cerca del horizontal, con Muslera desacomodado.
Cuando hubo amenaza de segundo gol
A los 7 minutos del segundo tiempo se produjo la ajustada expulsión de Randall Azofeifa por parte del árbitro español y eso fue un dato de la realidad que produjo resultados. Uruguay aprovechó en muchos pasajes la ventaja y acumuló segundos y minutos de posesión de pelota con el simple recurso de hacerla correr de hombre a hombre. Ese clásico nerviosismo con que los uruguayos vemos los partidos de nuestra selección pudo hacer pasar desapercibido este hecho positivo aunque no fuera sostenible.
La otra consecuencia fue la mayor capacidad de bloqueo que tuvo el ya buen esquema defensivo uruguayo. Se sacó y se sacó. Como fuera o con rara prolijidad.
Bolaños inquietó por derecha. Saborío saltó y fauleó muchas veces. Al gran Centeno se le fueron cerrando los espacios y nublando el entendimiento. Esteban Sirias intentó entrar por izquierda mostrando que es un futbolista de categoría. El veterano Rolando Fonseca entró, vitoreado por la hinchada, pero sólo se lo vio cuando, apurado, acomodó una pelota en el área chica uruguaya para que se sacara rápido luego de uno de los tantos intentos atacantes fracasados. En todos los casos la defensa uruguaya respondió con eficacia.
Más aun: el equipo celeste estuvo cerca del segundo tanto en varias jugadas. Tuvieron chance Forlán, el Japo y un cabezazo muy claro de Seba Fernández -ante centro de Diego- que fue conjurado en la línea del arco. En esa acción se reclamó penal pero la mano del defensa no terminó de convencer al juez de la existencia de intencionalidad.
El equipo buscó ese segundo gol no reduciéndose a las acciones defensivas, y lo hizo tanto que los relatores y comentadores oficiales invirtieron la realidad y pudieron plasmar en la cabeza de mucha gente que se había fracasado al no “cerrar la llave”, “asegurar el partido” y no haber “llegado al segundo gol”.
El miércoles se juega el segundo capítulo. Uruguay deberá tener máxima concentración para segurar la clasificación. Será un partido muy distinto por la sencilla razón de que se jugará en una cancha normal y porque el resultado ya marca una tendencia. El favoritismo que, indudablemente, ostentarán los nuestros no deberá confundirse con un partido equivalente a un trámite final.