Ingresá

No es cuento

3 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

En casa compraban El Día, El Popular y en la tarde el de Fasano que no estuviera censurado: De Frente, Extra,Ya. No tengo muchos recuerdos de cómo era mi proceso de lectura en tanto escolar, pero sí me acuerdo de la sistematización de liceal, cuando llegaba al mediodía, pasaba por la cocina, me armaba un refuerzo de pan marsellés con manteca y mortadela, y me instalaba junto a la ventana en aquel sillón rojo de charol, seguramente hijo sudaca de la Bauhaus. Este proceso no lo pude seguir en la mañana ni en la tarde de aquel 30 de junio de 1957, cuando Uruguay se estrenó en eliminatorias en Montevideo, ¡estando ya eliminado! Porque yo no era nacido.

Aquel 1º de julio de 1973, en plena huelga general, no sé si habrá llegado algún diario a mi casa. Unos días antes había llegado el miedo superado por la dignidad de un hogar y una sociedad libertarios. El mismo día del golpe de Estado fueron suspendidas las clases escolares, que se fundieron con las vacaciones de julio. El deporte había pasado a ser secundario, pero con seguridad mi cabeza, tan afectada por el soplagol como por la marchita de los milicos, por el trompo con chaura o por el “algo habrán hecho”, no habrá dejado de pensar en pedir que me llevaran al partido de esa noche cuando Uruguay iba casi a clasificar al Mundial de Alemania 74.

“¡Ni pensar!” o “¡Sacátelo con peine fino!” pudieron haber sido dos de las seguras respuestas para aquella peregrina e inocente idea de ir al Centenario a ver un partido, en plena batalla moral contra los milicos golpistas -y Bordaberry, ¿no?-. Esa noche alguien -los milicos, Juan María, la Dinarp- decidió que por primera vez en la historia un partido de las eliminatorias fuera televisado en directo; y otro alguien, a quien nunca olvidaré en mi inmensa tele en blanco y negro, Willington Ortiz, marcó el gol con el que Uruguay perdió su histórico invicto en el Centenario por eventos oficiales. Ganó Colombia 1 a 0 y nos dejó al límite de la eliminación, sólo evitable cuatro días después, cuando le ganamos 4 a 0 a Ecuador, lo que nos permitió clasificar por diferencia de goles.

El 8 de agosto de 1981 me fui al Cilindro y gocé como loco el título de campeón sudamericano de básquetbol. Seguramente, en la mañana del 9 debo de haber pedido en casa que compraran el diario -El Día, con el sobretodo del viejo Batlle, era lo más potable- y por alguna resaca de algún tour choricero en El Galleguito, quizás haya caído en alguna razzia por querer tomar un bondi, o por tirar algunos pasos en el Bohemios o en el Club Banco me quedé sin entrada para la Amsterdam y tuve que meter talud Colombes para ver cómo les ganábamos, de atrás y apretadísimos, a los colombianos dirigidos por Bilardo por 3 a 2. Era el inicio del camino a España 82 y, a zurdazos, nos pudimos sacar angustiosamente a los cafeteros con goles de Ruben Paz y un par de Cascarilla Morales.Después quedamos afuera, y eso que éramos los campeones del Mundialito.

El 8 de junio de 1997 debo de haber leído todos los diarios frente a la amplia y siempre bien atendida estufa a leña de Los Aromos. Después de ser considerado un perro consuetudinario en las divisionales a las que aspiré, había llegado a la soñada selección y, si bien no jugaba, era casi como. Era el Uruguay de Juancito Ahuntchaín y había que ganar. Darío hizo el primero pero un fulano con apellido de chocolate, un tal Hamilton Ricard, nos clavó en el arco de la Colombes y nos dejó caminando por el pretil. Un par de meses después nos caeríamos.

El 7 de octubre de 2001 debo de haber leído Zero Hora porque tava morando no Rio Grande do Sul, pero recuerdo los gritos histéricos y depresivos de Romano crispando con un exagerado “¡No te puedo creer!” repetido hasta el paroxismo mientras el director de cámaras de aquella emisión de Tenfield mandaba la repe del gol de Arnulfo Valentierra, que algunos años después volvería al Centenario a pasar un mal momento con Peñarol. Pelusa Magallanes hizo el gol oriental, empatamos 1 a 1 y otra vez quedamos caminando por el pretil, aunque esta vez, tras los empates con los ecuatorianos y los hermanos argentinos, caímos en la red del repechaje.

En la de 2005 estábamos tan jodidos como ahora: séptimos con 18 puntos, a 2 de Colombia y de Chile y a 4 de Paraguay. Todavía no podía leer más que proyectos de la diaria -ya me enamoraba ese documento que se llama “Nuestro compromiso” y podés ver en la web- y había que ganarle a Colombia para iniciar un raíd de resultados consecutivos para tratar de ir al repechaje. Sufriendo lo indecible, con la prensa y la virgen de Lourdes del lado de Fossati, le ganamos 3 a 2 con tres de Zalayeta, después de estar con un 2-0 comodín y un 2-2 más incómodo que el 125 a las siete de la tarde.

Creo que esto ya lo viví.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura