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Antonio Pacheco, tras convertir el primer gol de Peñarol ante Central Español, ayer, en el estadio Centenario.

Foto: Pablo Nogueira

La pista del ocho

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Octava victoria consecutiva del carbonero.

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Peñarol volvió a jugar con su rival al ritmo que más le gusta. Apuró a Central al influjo de su fútbol vertiginoso y terminó por marearlo para asestarle en cuatro minutos los dos goles que prontamente liquidaron el partido. Pacheco fue nuevamente el comodín del ganador, anotando los dos goles que fueron muestra del momento idílico que el 8 vive con el fútbol. 

Salió como siempre desbocado a pisar más pasto que el rival. Así es que Peñarol propuso las pautas con las que Central no tuvo más remedio que conformarse. No pasó un minuto cuando el aurinegro había generado riesgo sobre el arco de De León, que pronto pudo presagiar que la tardecita sería noche muy pronto, por más horas que le quieras sacar al reloj. Su equipo debía rayar a un 130% para evitar una inminente derrota. Y ojo, que a los 4’ el palermitano sin dudas generó su chance más clara cuando Peralta se acordó de aquel Peralta y apilando rivales terminó por dejar solo a Ramírez, que definió muy de abajo. 

El chispazo de esperanza que produjo aquella jugada fue consumida y sirvió de combustible para mantener durante un buen rato a sus hombres de ofensiva con el optimismo intacto, pudiendo contener en media cancha y obligando a su zaga a trabajar cerca del arco de Sosa. Peñarol nunca perdió la serenidad y hasta pareció motivarlo el desafío de tener que trabajar en todas las líneas para doblegar al rival. Si estaría trabajoso para el líder, que de nuevo fue Central quien llegó profundo a los 34’ con un caño por izquierda con el que Marcelo Rodríguez burló a Darío y dejó servido el tanto con un buscapié que no encontró centralófilo que llegase a tiempo para conectar.  

Minuto cero

Con el control del juego algo discutido por su rival, Peñarol se sirvió de la exactitud en velocidad para generar una incidencia que cambiaría el trámite definitivamente. Primero, robó una buena pelota en la salida de Central que quedó mal parado. Y después Urretaviscaya acertó con gran pase al filo del offside para Aguirregaray. El Vasquito enfiló hacia De León y con gran amague obligó al portero a faulear para detenerlo. El penal valió la roja para el arquero y el gol de la apertura que Pacheco le anotó a Siboldi, que debió poner las manos en tan ingrata situación.  

Entonces Peñarol acertó al no especular y subir un cambio para ir por más, como acelerando en la bajada. Y crean que le salió perfecto, no tan sólo por el resultado sino más bien por el procedimiento. Una combineta de cambios de frente de izquierda a derecha, y viceversa; entremedio jugando a uno y dos toques para desarmar la marca escalonada de Central; y el moño que le puso Pacheco con una pisada fenomenal y tiro de chanfle al ángulo que acabó con la ilusión de la hinchada. Porque fue real, porque pasó. Los manyas se agarraban la cabeza, los ojos saltando de las órbitas ante ese golazo de fútbol-champán que rajó el cemento del Centenario con un rugido. 

Quedate con el vuelto

A todo esto faltaba jugar toda una segunda parte a la que los jugadores de Central salieron más a dignificar la derrota que a intentar la hazaña. Aguirre, fiel a su costumbre, insistió con el objetivo del arco ajeno y lo pautó con los  cambios. Cuando hizo los relevos el equipo estaba pronto para el tercero, entonces los habituales suplentes no tienen otra que romperse porque suelen ingresar en partidos ya resueltos, y eso obliga a una tarea casi perfecta para ganarse la crítica.  

Olivera fue el que la tuvo más linda, con un sombrero que le tiró a Siboldi en la primera que tocó. Resultó frustrante para el Pollo, que con media hora para lucirse no pudo nunca conectarse de nuevo con el equipo, que de hecho tampoco precisaba de su genio para conseguir la victoria. Peñarol había ganado hace rato. De a poco fue apagando las turbinas y cedió el protagonismo a su gente, que explotó en el final con el grito orgulloso de Peñarol en la garganta.

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