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Monte de parque.

Foto: Guayubira, s/d de autor

¡Qué valor!

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En vísperas del Día Mundial del Medio Ambiente.

El monte indígena constituye un ecosistema único en el mundo, que es compartido parcialmente por las regiones vecinas del sur de Argentina y Brasil. Está conformado por más de trescientas especies de árboles, arbustos y palmeras y también por fauna nativa. Pese a su gran valor ornamental, medicinal, ambiental, económico y social, varios tipos de monte indígena están en serio peligro de extinción. La conservación depende de políticas estatales y de una toma de conciencia de su valor, injustamente menospreciado.

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Diversidad de montes

Los distintos ambientes del territorio dan lugar a variedad de tipos de monte. El ribereño (desarrollado en las márgenes de los cursos de agua) constituye la principal extensión boscosa nativa del país. El serrano, el segundo en extensión, se desarrolla en áreas predregosas de cerros, sierras y asperezas. Los montes de quebrada se sitúan en las quebradas que se extienden desde el norte hasta el sureste del país. Según Carrere, “éste es el tipo de monte mejor conservado del país, en gran medida debido a las dificultades que implica su explotación por lo escabroso del terreno”. El monte psamófilo o de arenales se desarrolla sólo en el litoral platense y oceánico de nuestro país. El de parque es típico de la cuenca del río Uruguay, “presente desde Artigas hasta Colonia, que se caracteriza por la presencia de especies arbóreas y arbustivas que se desarrollan dispersas en un tapiz vegetal de pradera”. Mares de piedra y palmar, a diferencia de los anteriores, son dos tipos de monte abiertos, donde las copas de los árboles no cubren totalmente el suelo.

La próxima semana se reeditará el libro Monte indígena. Mucho más que un conjunto de árboles, del técnico forestal Ricardo Carrere, publicado en 2001. El autor indicó que la reedición no incluye cambios en el contenido aunque se incorporan y actualizan anexos.

En diálogo con la diaria, Carrere, fundador del grupo Guayubira, explicó que la depredación del monte indígena comenzó en la época colonial porque era un recurso que proporcionaba leña y madera, a la vez que obstruía las actividades ganaderas y agrícolas. Esta práctica se extiende hasta nuestros días, en medio de una fuerte expansión de los cultivos agrícolas.

La tala genérica de montes nativos está prohibida desde 1987, cuando se aprobó la ley forestal vigente, que determinó que sólo se permite hacerlo cuando existe un plan de manejo (autorizado por la Dirección Forestal), en el que un estudio técnico determina qué, cómo y dónde cortar. Pero, ante la falta de controles estatales, la tala ilegal de montes nativos es una práctica habitual. Significa también una amenaza para la continuidad de especies nativas la invasión de especies exóticas, como el ligustro, fresno, arce, álamo plateado, espina de Cristo, paraíso, acacia y pino. En la actualidad los montes nativos se diferencian en cantidad y variedad respecto de los originarios. Según estimaciones del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, ocupan 750.000 hectáreas, lo que equivale a 4% total del territorio nacional.

Todas las de ganar

La gran mayoría de los montes nativos están en terrenos privados y su conservación pasa por el valor que sus dueños les otorguen. Carrere insiste en que constituyen “formaciones boscosas únicas o casi únicas que hacen que haya un requerimiento ético de conservarlos”. Los mecanismos de protección dispuestos por el Estado son las limitaciones de tala impuestas por la ley forestal de 1989 y las establecidas en la ley forestal de 1967, que determinó exoneraciones impositivas para productores en las superficies que ocuparan los montes nativos.

El autor explicó que el valor más importante de los montes tiene que ver con la conservación del agua: “Actúan protegiendo las fuentes, contribuyen a que el agua infiltre hacia las napas subterráneas, que alimentan los cursos de agua durante todo el tiempo en que no llueve. Por otra parte, el monte ribereño protege las márgenes de cursos frente a las inundaciones; si no están, se ensanchan los cursos de agua, aumenta la sedimentación y el impacto de sequías e inundaciones”. Asimismo, contribuye a la conservación de suelos porque evita la erosión.

Otro valor ambiental es la conservación de la biodiversidad: “En el monte vive la mitad de nuestra fauna y alguna es exclusiva del lugar”. Se trata de fauna que “tiene un aporte significativo para la producción agrícola, porque las cadenas alimenticias de los insectos van manteniendo poblaciones que pueden constituirse en plagas”. El monte nativo presenta beneficios para la ganadería porque protege a los animales del calor y del frío.

Carrere mencionó una serie de beneficios que otorga el monte, que no pasan, justamente, por su depredación. Indicó su impacto en actividades como la apicultura, porque proporciona floraciones tempranas y tardías, y un polen de una gran diversidad, con altos valores nutritivos para las abejas melíferas.

Además son fuente de productos medicinales. Carrere recalcó la subexplotación de los frutos, que hoy no están siendo comercializados pero que tienen un potencial muy grande, como el arazá, la pitanga, el butiá, el guayabo del país y el cerezo de monte, entre otros. Mencionó la posibilidad de elaborar bebidas alcohólicas a partir de los frutos, que en su mayoría no son explotados comercialmente. La utilidad de productos que no se extraen, como gomas, resinas, tinturas, taninos, esencias para perfumería o madera para artesanías fue otro de los puntos abordados por el entrevistado.

Además de todos los beneficios, no es menos importante tener presente “la belleza escénica del monte, que es un recurso turístico”.

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