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Memoria y exorcismo de una catástrofe.

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Para tener una vaga idea del impacto que representó el partido Uruguay-Holanda del Mundial de Fútbol de 1974, en Alemania, hay que ubicarse en un momento histórico muy distinto.

No existía televisión para abonados ni otra forma de ver cómo estaban jugando en Europa y además Uruguay, país donde los medios de comunicación nunca habían mostrado mucho interés en la hipótesis de que tuviéramos algo que aprender sobre cómo ganar un partido, estaba, un año después del golpe de Estado, especialmente desconectado del resto del mundo.

Por otra parte, el Mundial de México 70, último hasta hoy en el que la celeste llegó a semifinales, se había vivido como una frustración. Esperábamos más y se comentaba que podíamos haberlo logrado si no hubiera sido por la lesión de Rocha en el debut, la influencia de Brasil en la FIFA, imponderables del partido en el que la selección de ese país nos dejó fuera de la final, y mala suerte frente al arco cuando jugamos por el tercer puesto con Alemania.

Al muere

Cuatro años después habíamos adoptado el criterio, entonces inusual, de citar a varios cracks que estaban jugando en otros países, e íbamos a más. Estaba Rocha, Nacional había sido campeón intercontinental en 1971 y teníamos a Morena, después de haber penado por la falta de un goleador en el Mundial anterior.

Quizás la culpa fue de los argentinos. Del 67 al 70, las disputas de la Copa Intercontinental (entre los campeones de América del Sur y de Europa, entonces llamada “del mundo”) las habían jugado Racing contra Celtic y luego tres veces Estudiantes contra Manchester United, Milan y Feyenoord. Fueron partidos duros, con episodios de gran violencia. Eso incidió para que el Ajax de Johan Cruyff se negara a jugar en 1971 con Nacional, que ganó contra el Panathinaikos, subcampeón europeo. Quizás un par de partidos Nacional-Ajax nos habrían mostrado lo que se venía, ya que el campeón holandés fue la base de la “naranja mecánica”.

Las estrellas celestes se juntaron casi en el avión, bajo la hipotética conducción de Roberto Porta, una gloria de los años 30 y 40 sin antecedentes como director técnico. Y marcharon al matadero en su partido debut del Mundial, el 15 de junio de 1974 en Hannover.

La pesadilla

Como dice el tango, “el recuerdo que tendrás de mí será horroroso”. No supimos qué hacer en todo el partido, y si no hubiera estado en el arco el enorme Ladislao Mazurkiewicz, vaya uno a saber cuántos goles nos habrían hecho. La distancia futbolística que nos separaba de Holanda era mucho mayor que la que había existido, cuatro años antes, entre nuestra selección y el Brasil de Pelé, Gerson, Tostão, Jairzinho y Rivelino. Pero no lo sabíamos hasta que empezó a rodar la bola.

Hasta entonces seguíamos hablando de líneas de defensores, mediocampistas y delanteros, pero los holandeses habían perfeccionado una manera de jugar más parecida al básquetbol, cambiando de posiciones continuamente y logrando superioridad numérica tanto al defender como al atacar. Marcaban muy bien y cuando se apoderaban de la pelota la hacían correr aun más rápido que ellos, en todas las direcciones posibles. Desordenaban por completo a sus contrarios, abriendo espacios para lanzarse con velocidad y precisión.

Guardo dos postales de aquel infierno: Luis Cubilla recibe la pelota y la pisa medio agazapado, como acostumbraba, pasan junto a él varios jets holandeses y demora en darse cuenta de que no hay más que pasto bajo sus tapones, mientras el juego sigue ya muy lejos; Mazurkiewicz vuela hacia un palo para evitar el gol, el rebote es tomado por un holandés que dispara hacia el otro palo y el Chiquito vuelve a llegar para salvarnos. Sufrimos la amargura de sentir que todo lo que sabíamos sobre fútbol era obsoleto.

El sueño

Volvemos a jugar contra Holanda y va a ser muy difícil, pero no como aquello. Lo que vamos a enfrentar no es novedad y la celeste ya no es un anacronismo. Nos irá mejor o peor, pero llegamos preparados para dar cuanto podemos. Esta selección no se armó como la del 74, sumando nombres al estilo de un jugador ingenuo de Play Station. Sufrió mucho en la clasificatoria y aprendió a no regalarse; asume la necesidad de contener a los contrarios y llevar el partido hacia donde le conviene para buscar oportunidades. Trabaja, da trabajo y es, intensamente, mucho más un grupo que un conjunto de individuos. Y así logra lo que hacía Holanda de otra manera en el 74: que el rival tenga frente a sí a una criatura colectiva, que no deba superar a uno sino a todos. No es poco. Ojalá que sea suficiente.

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