El camino de la utopía permanente es la meta que no quiero atravesar. Creo que esto ya lo escribí, ya lo planteé y, según parece, ahora más que nunca trataré de seguir intentando desarrollarlo como idea.
Tiene que ver con el deporte, sus posibilidades y la competencia, con cómo evaluamos los uruguayos nuestro desarrollo y las sensaciones resultantes de la competencia. Planteado desde un punto de vista medio mesiánico, hasta hace un mes tenía la necesidad de alertar o simplemente de avisar que casi todos necesitamos una reeducación en torno a cómo interpretar los resultados deportivos.
Adoré mi educación pública, pero nunca ninguna maestra me enseñó que no se debe tirar papeles en la calle, como supongo que es de orden que lo hagan ahora. Gozo de la vida familiar y social, pero nadie advertía de lo jodido que puede resultar ser fumador pasivo. Acompasado con eso, durante los primeros años de mi vida supuse, con la mayor irracionalidad posible, que ponerse una camiseta celeste era garantía-obligación de triunfo y que cualquier otro resultado era sinónimo de fracaso. Como dice el amigo de Julio Ríos, “en una final el que pierde sale último” o la bastardeada frase de Vince Lombardi, el coach de los Empacadores de Bahía Verde, “ganar no es todo, es lo único”; durante años nos enseñaron, inconscientemente, que si hay celeste hay que ganar y que cualquier cosa distinta será una cagada.
¿Te acordás, germano?
Ya está, no pasó nada o ya pasó. Tras la derrota ante Holanda la selección inició rápidamente la preparación del partido ante Alemania, por el tercer puesto, que se jugará el sábado a las 15.30 en el Estadio Nelson Mandela de Puerto Elizabeth. Los celestes ayer realizaron la clásica jornada por partido con los once titulares y en este caso el duodécimo, Sebastián Abreu, realizando baños y masajes en tanto que el resto de los que pueden tener actividad física plena -Lodeiro está con muletas- entrenaron en el estadio de Philippi, en las afueras de Ciudad del Cabo, en una zona extremadamente pobre. Allí estuvo también Diego Lugano, quien mayoritariamente trabajó en forma diferenciada, pero cuyo ritmo de recuperación es muy positivo. Posteriormente el avión de la FIFA trasladó al grupo celeste hacia Puerto Elizabeth. Para el partido ante los alemanes -igual que 40 años atrás en México 70- están asegurados los retornos de Jorge Fucile en el lateral izquierdo -tras cumplir la suspensión por dos amarillas- y de Luis Suárez, expulsado frente a Ghana por haber parado la pelota con la mano abortando una situación manifiesta de gol. La muy satisfactoria prestación de Walter Gargano ante los holandeses seguramente abre una duda para la integración de la media cancha, pero probablemente el equipo será la base del que jugó todo el torneo.
Una cosa es que un tipo que ha conducido al borde del milagro a su colectivo estire la utopía al “cumplido sólo campeones” cuando ya está a una hora y media de la hazaña. Otra muy distinta es que te lo manden una y otra vez como parte insustituible del dogma.
“¿Cómo pasaste cuando jugamos contra Holanda?”, me preguntan. “Bastante maduro, como enamorado maduro”, contesto. Digamos, no me tenía que dar ninguna prueba, yo la quiero siempre y más así. En otro momento, conversando acá, me dicen: “Si hubiéramos ganado...”. “Ellos ya ganaron”, digo espontáneamente y de inmediato aclaro: “Estoy hablando en serio, así lo siento”. Desde hace un tiempito en el fútbol, en las selecciones nacionales hemos estado logrando buenos niveles de competencia aunque no títulos, y desde algunos lugares se afirma que entonces nada sirve. Encima, suman a esa sensación de frustración que el Estado no hace nada y, obviamente, te resuelven el silogismo con que Uruguay no es campeón por omisión del gobierno.
¿Por qué un país chiquito, pobre y con carencias de todo tipo en rubros indispensables como educación y salud, y con jóvenes de cuarenta años, tiene que ganar sólo por llamarse Uruguay y vestirse de celeste? ¿Por qué sacarse de encima a potencias deportivas que cuentan con millones de jóvenes entre los cuales elegir se mide de la misma manera que si uno le estuviera ganando a la selección de Liechtenstein?
En los últimos tiempos, peleando con la realidad pero caminando sobre seguro, siguiendo planes básicos de desarrollo y con ejecutantes que suman racionalidad y emoción a sus aptitudes técnicas, Uruguay ha sumado vicecampeonatos o estimulantes gestiones en básquetbol, futsal y fútbol que, analizadas globalmente, marcan un momento de evolución que tal vez sea coyuntural pero que también puede ser producto de planes de mediano plazo o acierto de quienes dirigen los colectivos. En el caso de esta selección uruguaya, ahora sí emocional y racionalmente respaldada por nuestra gente, que entiende que hay otras formas de ganar y perdurar que trascienden la victoria o la derrota en un campo de deportes, el ejemplo es claro. Ganar no es lo único, sí lo es buscar el desarrollo y el crecimiento.