Con muchísima autoridad, con gran capacidad y entrega, con gran juego, Uruguay sumó una nueva conquista en el tormeo continental más viejo del mundo, y del que los futbolistas con camiseta celeste son los dominadores de la estadística. ¡Qué partidazo! ¡Qué aplomo, qué seguridad, qué estilo de juego!
Los botijas de las XO y sus hermanos mayores lo precisaban como antídoto al dañino virus "solo sirven los ganadores", que eso es lo único que paga. Esos recortadores de realidad a los que el vampiro del utilitarismo les chupó hasta la más mínima gota de ilusión por la gloria, de sueños, de superación, de sudoración segregada por esfuerzo, perseverancia y creencia en las aptitudes y actitudes que se pueden desarrollar en una cancha, les parecía -según sus oráculos de bocas abiertas- que Uruguay no podría ser campeón (fue por lo menos 20 días antes, después del empate con Perú y también con Chile), y que por lo tanto las opciones de éxito -que no de gloria, un concepto al parecer bastante esquivo en sus fallidas tesis- radican en cambiar jugadores, el entrenador o lo que sea, o avergonzarse de festejar cuartos puestos.
¿Por qué un país chiquito, pobre y con carencias de todo tipo en rubros indispensables como educación y salud, y con jóvenes de 40 años, tiene que ganar sólo por llamarse Uruguay y vestir de celeste? ¿Por qué sacarse de encima a potencias deportivas que tienen amplio dominio de la técnica, de la especialidad y cuentan con millones de jóvenes para elegir, se mide de la misma manera que si uno le estuviera ganando a la selección de Andorra?
Ahora sí te puedo contar por qué. Porque se preparó y trabajó para ello, en un largo proceso de captación y formación, con seriedad y esfuerzo.
Principio y final
Fue sensacional sentir la fuerza del ataque uruguayo ya de entrada. Fue al minuto nomás, en una sucesión de avances. No sé cuál contar primero, si el avance de Suárez, peleándola, o el córner inmediato que generó una imponente situación de gol, abortada por una mano en la línea, después de una impresionante atajada de Justo Villar.
Cinco córners de manera casi consecutiva tuvo Uruguay, que dejaron grogui a los paraguayos, hasta que Tata González metió un pase entrelíneas a Luis Suárez, que enganchó para la zurda y la puso contra el palo señalando el primer gol celeste. Un golazo de un gran jugador, determinante en el torneo, que con la proyección y juventud que tiene está seguramente destinado a ser uno de los grandes futbolistas del mundo.
Esa diferencia ahora en goles era notoria en el juego y desnudaba lo que eran las diferencias de momento, porque los paraguayos sólo intentaban defender y muchas veces golpeando, ante la necesidad de buscar emparejar las acciones. Por el contrario, el despliegue de los celestes era casi seguro de acuerdo al plan de juego: presionar, recuperar y jugar vertical y con efectividad. En la seguridad había destaques para la dupla Álvaro Tata González junto a Luis Suárez.
Una nueva jugada por derecha hacia Suárez hizo que el salteño limpiara a un rival y metiera una bola azucarada para Forlán, que en el mano a mano con Justo Villar no pudo vencerlo. Casi casi estaba el segundo de un Uruguay apabullante por su forma de juego, que tal vez no tenga la vistosidad de toques y fútbol sobre patines, pero que denota aplomo, madurez y seguridad en lo que se hace en función de planes, esfuerzo, concentración y preparación, que, a nosotros, los uruguayos futboleros, nos da tanto goce como si viéramos al Brasil del 82.
La diferencia en planteo de juego, en respuestas, era abismal, dejando la sensación de que hacía mucho tiempo -que por la competencia que fuera- Uruguay no imponía una distancia conceptual y práctica tan grande.
Fue un ratito después, cuando en el marco de la presión avasallante, asfixiante, en donde fuera que hubiera que aplicarla, el Cacha Arévalo Ríos robó una pelota y se vistió de media punta, avanzando a toda velocidad en un ataque que, en básquetbol, se definiría como de las tres calles, con Suárez por derecha y Forlán por izquierda. Como un play maker basquetbolero miró para un lado y eligió el otro. Forlán quedó solo. El rubio amartilló la zurda, se la cruzó a Villar y lo venció de manera irremediable. Golazo.
La satisfacción no era por el resultado de 2-0, era por la sensación de ver a un equipo que no es plenamente representativo de los uruguayos contemporáneos, con una gran capacidad de esfuerzo como todos, pero con un plan posible. Había sido un gran primer tiempo de Uruguay, con tal capacidad de exposición que dejaba como niñitos indefensos a los nobles paraguayos, siempre dispuestos a pelear por los imposibles.
Porque la vuelta vamos a dar
¿Qué esperar para el segundo tiempo? Una proyección racional y basada en el antecedente inmediatísimo de la primera parte, nos conducía a pensar que, a no ser que hubiese grandes defecciones impensadas, los celestes se encaminarían a mantener la victoria y la Copa. Pero también era posible esperar a Paraguay atacando casi con desesperación y a Uruguay buscando la contra.
No fue tan así porque los guaraníes no se volcaron, o no pudieron, volcarse masivamente al ataque, y por un rato los celestes se mantuvieron latentes, aguantando a los albirrojos relativamente lejos del arco, pero sin poder armar jugadas de peligro.
Es que había sido muy bueno lo de los de Tabárez en el primer tiempo como para repetirlo con tanta solvencia en el segundo. Sin embargo, el tercero casi llega en una de Eguren -que había sustituido al amonestado y dolorido Diego Ruso Pérez-, que Justo Villar, en otra de las atajadas más maravillosas del campeonato, logró sacar yendo de un lado al otro. Acto seguido, Maxi Pereira hizo un montón de garabatos por izquierda (había quedado en el relevo defensivo por el córner y de inmediato se desdobló en ataque) y mandó un centro de la muerte que por milagro no fue conectado.
Cuidando el partido a conciencia y resolviendo en cada situación, Tabárez dio ingreso a Cavani por Palito, en un cambio doblemente aplaudido y que galvanizó aún más el medio ataque oriental. Y hubo un par de ejemplos más, antes del que fue -seguramente- uno de los goles más lindos del campeonato, con una notable combinación casi a un toque entre Álvaro González, gestor inicial, Cavani con toque preciso, Suárez con habilitación de cabeza magistral, y Diego Forlán, que entrando por izquierda venció con calidad a Villar para definitivamente tomar por asalto una Copa que siempre había estado en nuestras manos, desde el primer momento hasta ahora.
Una copa que es el inexplicable caliz que haga entender cómo un país tan chico y sin más riquezas que su gente, puede ser el dominador de la estadística en un continente donde habitan los grandes gigantes como Brasil y Argentina.
¡Uruguay nomá pa todo el mundo!