“Muchos dicen que soy / bruto como un ladrillo / porque voy sencillo / al fondo ’e la cuestión”, escribió hace añares el poeta y músico danubiano Jorge Lazaroff. El Choncho homenajeaba a los albañiles, en tiempos en los que a su Danubio se lo asociaba con el toque exquisito y el fútbol ofensivo.
Distinta es la actual versión franjeada, a la que sus versos le quedan bien: aun sin deshonrar la histórica amistad entre la Curva y la pelota, el equipo de Ramos lidera gracias a otros atributos. Es solidario, seguro, paciente y contundente. Esto ayer lo padeció Racing, que se diluyó cuando el amanecer del segundo tiempo trajo el primer gol. Al final, Danubio construyó un 2-0 inapelable pero sin terminaciones lujosas. Blanqueado a cal, nomás.
“Albañil yo soy / también tractor / pa’ sacar del pantano / los sueños embarrados”, insistía Lazaroff en medio de la oscuridad setentista. Algo así hizo Jonathan Álvez, ese goleador que le ganó a un terco destino de goles en el ascenso para volverse insospechado protagonista de la Primera División, cuando mandó al fondo de la red la primera pelota que recibió. Iban 2 del complemento. Danubio no merecía ganar, pero quebraba el trámite. Y, al rato, se afirmaba en la mesa de Sayago para dar vuelta la otra carta ganadora: Quiñones, el goleador histórico de Racing, le anotó a su ex equipo. Los autores de los tantos explican mucho de lo bueno: conforman un doble ataque que alcanza los 13 goles. Ayer a los 66, cuando llegó el 2-0, el equipo no había generado más riesgo que en esas dos jugadas. Los de arriba están despiertos. Fundamental, cuando los recursos no sobran.
El líder tiene atenuantes. Desde hace varias fechas, disimula la ausencia de su mejor fretacho. La baja de Fabián Canobbio lo obliga a cargar la elaboración en las bandas, en las que Camilo Mayada e Ignacio González se desdoblaron hasta conmover. Sus atributos lucieron más tras el primer tanto. Porque antes, Racing les dejó poco espacio para jugar.
El primer tiempo fue lo mejor de los cerveceros. Respetando un libreto conservador, juntaron líneas en los últimos metros y cortaron los circuitos danubianos con eficacia. Tuvieron buenas salidas rápidas por la izquierda, en las que Daniel Acosta y Agustín Gutiérrez combinaron con acierto. Bien temprano, el primero se le escapó a Fabricio Formiliano y exigió a un despierto Salvador Ichazo, que respondió con seguridad en cada ocasión. El problema de la escuelita empezó con el primer gol ajeno. Obligados a salir, sus jugadores no supieron qué hacer. El paso a la línea de tres y el tardío ingreso de Diego Zabala apenas de- sembocaron en un tibio cabezazo de Rodrigo Brasesco, cuando ya estaba todo perdido.
A esa altura, Danubio ya no tenía a sus dos goleadores. Se trataba de cuidarlos para el gran partido ante River Plate del sábado que viene. La 12ª fecha, que al otro día tendrá al escolta Nacional jugando el clásico, puede ser decisiva para torcer la lógica de una liga con asimetrías grandes. “Albañil yo soy / y puedo con / el balde y la cuchara / taparte el sol”, dijera el Choncho.