Se arma, sabiendo que en el destino está el objetivo más preciado.
En todo viaje, el momento de armar el bolso es una especie de sintonía, de ir dejando de lado la incertidumbre para ir entrando en la expectativa. Se rompe la quietud y crece la adrenalina. Se presenta el ansiado momento de ir.
Todos y cada uno con historias de viaje diferentes. Tres viajantes, tres equipajes, un destino: mirar el cielo.
La tabla que define el campeón daba luz a dos pasajeros: River Plate y Nacional, un punto por encima del retador Danubio.
¡Para qué te traje! La expectativa fue la dueña de la tarde. Todo parecía mansedumbre, pasaron los primeros 45 minutos en las tres canchas y sólo Nacional fue capaz de convertir y sacar ventaja. Pintaba para cosas de grandes, los chicos no sabían divertirse. Todo hasta los complementos. Aquel que dijo que segundas partes nunca serán buenas le pifió feo y a las nubes.
¡Para qué te traje! El Bola Lima vino este año a Danubio por amor a la camiseta. Un lateral izquierdo que supo y sabe ganarse la admiración de los suyos en base a juego, sentimiento y un pie exquisito. Un ganador en la historia danubiana. Ha estado en las mejores gestas, en los últimos triunfos, levantó copas de brindis para su tribuna.
Vino a un Danubio retador, que la corrió de atrás durante todo el transcurso. Ya lo sabía, su campaña así lo graficaba. Un campeonato que lo tuvo arriba por varias fechas y jugando buen fútbol. Gran mérito de jugadores y entrenador de un equipo que el campeonato pasado, casi con el mismo plantel, no estuvo a la altura de las circunstancias y la pasó mal: pocos resultados favorables y una situación en la tabla del descenso que daba la voz de alarma.
El Bola Lima hizo lo que sabe: la colgó de tiro libre. El Martínez Laguarda de San José, un estadio acostumbrado a ver campeones de todo orden, explotó. Los nervios fueron los dueños de la tierra maragata. Nacional no podía, River intentaba acercarse tras el gol de Taborda, pero Danubio ganaba. De atrás, a lo guapo, a lo Bola Lima, llorando, besando la camiseta, mirando al cielo, gritando ¡a esto vine!
Tuvo un mérito el bolso durante todo el campeonato: ser regular dentro de la irregularidad. ¿Cómo se explica esto? Pese a la irregularidad en su juego, con partidos en los que careció absolutamente de criterios futbolísticos, a pesar de eso, siempre se las arregló para ganar. Algunos partidos in extremis, otros defendiéndolos con uñas y dientes, varios otros con holgura. Así llegó, con esa mochila sobre los hombros. Y durante casi 60 minutos de juego era el virtual campeón.
Cuando Pallas la metió en el Gran Parque Central y empató el trámite entre albivioletas y tricolores, todo volvió a ser como al principio: empate arriba en la tabla y final de desempate. ¡Mamita que faltaba juego! La expectativa se adueñó de las canchas, los espectadores se miraban, consultaban, sacaban cuentas; quien tuviera una radio en la tribuna pasó a ser el más consultado.
El Nico Olivera, que fue de los más inquietantes violetas, puso el 1-0 para Defensor y en ese momento Nacional, pese a su empate, era el titulado. Danubio escuchaba y luchaba para marcar goles que lo pusieran en situación de definición directa. Si había una situación que ganaba todas las cabezas presentes era que más goles iban a venir en todas las canchas. Una definición abierta esperaba el ocaso del domingo.
Lo que no se esperaba era la reacción de Fénix. Quizás por ser el peor ubicado en la tabla global del Apertura, también por su momento atravesado por magros resultados. Parece que entraron dos que pedían: Waterman y Novick. Se juntaron, y el estratega Hernán la mandó al fondo de la red. Hielo. Perdía Nacional, también River, y Danubio empataba. Triple empate, y el que quedaba afuera por goles era la franja.
El silencio que atravesó el Parque Central cuando se enteraron de que aquella bola había atravesado los límites de cualquier sueño fue como el agujero negro del mundo en otra dimensión, donde cientos de gargantas se desgañitaban gritando el gol de Lima.
Para eso te traje.
Y la Curva explotó de fiesta.