Ingresá

Morena, siempre Morena

3 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Columna de opinión.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Conocí a Arturo Pérez Reverte por la televisión española, cuando era corresponsal de guerra, casi un héroe de guerra. Por eso nunca leí sus libros. Por mi prejuicio de que si un tipo es muy bueno en algo, difícilmente también lo sea en otra cosa. O, más aun, por la pereza de tener que someterme al ejercicio de leer sus ladrillos sólo para descubrir si es tan buen o mejor escritor que corresponsal. Por eso, en estos casos es casi un alivio cuando alguien en quien confiás te dice “Fulano no es tan bueno en esto como en lo otro”. Dicho sea de paso, y para mi desasosiego, parece que éste no es el caso de Pérez Reverte. Dentro de los que viven en ese frío confort que otorgan las etiquetas, están los que piensan que Fernando Morena fue un gran goleador pero que fracasó como director técnico. Los entiendo, porque todavía no se han enterado de que Morena fue campeón de América y del Mundo dirigiendo a Peñarol.

A veces me sorprendo mintiéndole a mis hijas con que “la vida no te regala nada”. A mí me regaló jugar en Peñarol. En la cuarta y en la tercera, sí. Pero en Peñarol, carajo. Y para colmo de bienes, me regaló unas cuantas prácticas en Los Aromos contra el primero. Ahí fue que descubrí que el técnico de Peñarol era Morena, y su ayudante de campo el Indio Olivera.

Morena hablaba todo el tiempo. Daba más instrucciones que Bagnulo. Paraba la práctica toda vez que le parecía necesario corregir o mejorar algo. Casi no jugaba; dirigía. Se desentendía de sus goles, porque los goles de las prácticas valen caramelos de menta, pero se obsesionaba con que sus compañeros lo hicieran todo bien. A Walkir lo tenía a mal traer. “Pero Walkir, por favor: ¿no te das cuenta de que es una jugada de gol? Tenés que ser responsable en ese pase, más responsable que un defensa. ¡Era un gol, Walkir!”. A Montelongo no le daba tregua. Recuerdo que estábamos presionando la salida de ellos y yo, parado de 11, lo apuro al Pájaro. Él, sin espacio ni tiempo, no encuentra otra opción que cambiarla de lado, con la poca fortuna de que la deja en el pecho de nuestro 7, Carlitos Saúco, que por poco no la mandó a guardar. ¡Para qué! Morena se encendió. “Pero, por favor, Pájaro. ¿Cómo la vas a cruzar de lado cuando nos están apurando? Nos agarran a contrapié y nos matan. ¡Es elemental, Pájaro!”.

Esto no quiere decir que Bagnulo, el técnico “oficial”, estuviera de decorado o fuese un hombre sin carácter. Todo lo contrario. Bagnulo era inteligencia emocional en estado puro y tenía una fuerte personalidad. Pero don Hugo era un sabio y tenía claro que si algo funcionaba había que dejarlo fluir. ¿Qué sentido tenía “reclamar” el ejercicio de su título cuando Morena -insisto, ayudado por Olivera- lo hacía tan bien? Don Hugo comprendió que a él le tocaba ser el componedor emocional de aquel grupo que se movía al límite, que es por donde se mueven los que buscan la gloria. “Bueno, bueno, Fernando. Tá, tá. Vamo, Walkir, vamo”, decía Bagnulo. Con esto ejercía su autoridad para calmar a Morena pero, a la vez, lejos de desautorizarlo, con el “vamo, Walkir, vamo” legitimaba la observación técnica del goleador, le daba la razón, lo respaldaba. Le daba el cargo de DT.

Aquel Peñarol del 82 y el 83 era un equipo tenso. Siempre velando armas. Un esgrimista en guardia imaginando el contraataque. Aquél era un vestuario de pocas palabras en el que, al final de la práctica, el espíritu se fortalecía viendo el cansancio del compañero, el dolor de su esfuerzo, oyendo el golpe de los tapones contra alguna madera para quitar el barro, el portazo en el casillero del que anduvo mal. El vestuario era una prolongación del juego que ninguna cumbia latosa se atrevía a interrumpir. Aquél era un vestuario de hombres serios en el que no entraban pibes planchas.

Morena era el 9 -y dirigía- aquel equipo en el que todos vivían para jugar. Por el contrario, cuando le tocó dirigir desde afuera, se encontró con pibes que jugaban para vivir. Y, si fuese posible, vivir la vida loca. Por eso fracasó. Al menos, ésa es mi hipótesis. No ha de ser fácil inculcar una obsesión alemana por el cuidado de la táctica como forma de llegar al triunfo cuando bastan un par de gambetas y un contratista listo para llegar en business al Olimpo. Si una pisada de ocasión o una comba rara me colocan (en el banco de suplentes) de algún club europeo, ¿por qué han de importarme estos diez muchachos que han juntado para que jueguen conmigo?

Si Morena dirigiera hoy el Bayern Munich, no tengo dudas de que ganaría la Champions. Pero no creo que eso lo desvele: él ya fue campeón de América y del Mundo dirigiendo a Peñarol.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura