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Julio César Orons.

Foto: Javier Calvelo

Joyas en las manos de Cerro Chato

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Coco Orons, con más de medio siglo de vida, se las arregla para seguir siendo figura.

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A los 53 años Julio César Orons sigue encontrando motivos para ir a entrenar. Cada partido guarda algún desafío en sí mismo, y ése es un aliciente para querer estar preparado. Es el principal responsable de que la semana pasada la selección de Treinta y Tres, en la que juega el ex carbonero Gonzalo Lemes, haya postergado su clasificación a los octavos de final de la Copa Nacional organizada por la Organización del Fútbol del Interior (OFI).

Treinta y Tres capital empató 2-2 con Santa Clara de Olimar, en Santa Clara. Esta última es la selección de esa localidad, reforzada con jugadores de otras ligas chacareras de Treinta y Tres. Orons, por ejemplo, es -en realidad, vive, juega y disfruta- de Cerro Chato. Fue el primer punto de los del interior olimareño, que incluso pudieron ganar.

Un penal cuando faltaban diez minutos les dio la posibilidad de la igualdad a los de la capital del departamento. Habían tenido otras chances, pero se diluyeron una y otra vez en las manos del arquero, Julio César Orons, el Coco, dejando perplejos a relator y comentarista de Treinta y Tres FM. “¿Será que estará bebiendo del salto de agua de Cerro Chato?”, le preguntó al aire Wilson Mario Ceballos a Juan Ramón Silva, un poco en broma, pero bastante en serio, de todos modos. Preguntas similares se hacían los demás olimareños en la tribuna y en sus casas, pero fundamentalmente los jugadores adentro de la cancha.

“Si atajo el penal, se mueren”, bromea Orons días después del partido. Fue un remate fuerte, abajo, a su palo izquierdo, pero alcanzó a arañarla. Un corte en su rostro producto de un choque, así como el cansancio después del partido, le dicen que ya es hora de dejar, pero le cuesta.

Ante Treinta y Tres fue el último encuentro que habrá disputado por la Copa de Selecciones 2013, pero sabe que terminará jugando en la de clubes, en la que competirá su club, La Cuchilla de Cerro Chato.

Julio Orons es joyero. Es el joyero de Cerro Chato y zonas aledañas. Es montevideano, del Parque Rodó, y estuvo bajo los tres palos de clubes de la capital del país. Empezó en 1976 en Sud América, para luego pasar por Racing, Villa Teresa, Sportivo Italiano y El Tanque. Llegó a Cerro Chato con 28 años y, encantado con la vida en el interior del interior, allí se quedó.

Desde comienzos de la década del 90 se enroló a equipos de la liga de Cerro Chato, que integran cuadros de esa localidad triplefronteriza -Cerro Chato está establecida en los departamentos de Treinta y Tres, Durazno y Florida-, así como de Valentines y de poblados cercanos. Desde esa misma época está en el plantel que representa el interior de Treinta y Tres. En Cerro Chato, donde según el último censo viven casi 1.700 habitantes en jurisdicción de Treinta y Tres, 1.120 en Durazno y poco más de 400 en Florida, fue el primer lugar de América del Sur donde votaron las mujeres, el 3 de julio de 1927, en el plebiscito para determinar a qué departamento debía pertenecer el pueblo.

El libro gordo de Chiquito

En una charla de no mucho más de media hora, Julio César Orons recordó fundamentalmente su paso por Racing, en 1983, cuando a La Escuelita la dirigió Julio César Cascarilla Morales.

Sucede que quien lo entrenaba a él era Ladislao Mazurkiewicz y se le hacen imborrables las charlas y consejos de quien fue considerado el mejor golero del mundo en su tiempo, y a quien admiraba, además del argentino Ubaldo Matildo Fillol. Fundamentalmente recuerda y comparte algo que, explica, siempre sugería Ladislao: las condiciones para estar bajo los tres palos son natas. “Hay mucho en los genes. Ayuda si tenés un físico que de alguna manera puede considerarse que es privilegiado”, reflexionó Orons.

También comparte que hay una edad tope para aprender lo que destacará a uno a la hora de ser considerado para el puesto. “Podés aprenderlo hasta los 23 o 24 años. Después es todo entrenamiento. Eso siempre lo decía Mazurkiewicz, y es así. Cuando hacemos fútbol, como la pelota llega poco y yo tengo que moverme, voy a jugar de delantero, así corro más y me preparo mejor. Además, claro, me divierto”, narra, y explica que siente que, por los desgastes propios del paso del tiempo, necesita más y más para estar en un nivel que no encuentre diferencias significativas con los más jóvenes.

La experiencia y los años hacen sus movimientos mucho más tácticos, pero en consecuencia se cansa de otra manera. “Después de partidos como el del domingo, termino realmente cansado, pero no sólo por todo el trabajo que haya tenido en el arco, sino por la concentración, porque uno está más atento a todo”, explica.

Desde sus comienzos a la actualidad “hay que imaginarse lo que han sido los cambios para el golero”. Se ha tenido que ir adaptando a las variantes reglamentarias que han implicado más actividad con el pie, mayor velocidad para salir jugando y, por ende, estar siempre más atento. Recalca que “las pelotas son cada vez más ligeras”.

También tirando al aro

Su fuerte, cuenta, siempre fue salir a cortar centros. A los demás les llamaba la atención, ya que con su metro setenta y ocho no es alguien necesariamente alto para el puesto. “Jugué al básquetbol en Welcome. Ahí aprendí el doble ritmo, que para el arquero es fundamental, para saltar bien”, cuenta. Lo mismo había pasado con su ídolo Ladislao Mazurkiewicz, que había sacado de su paso por el básquet su excepcional precisión para cortar. Subraya principalmente haber aprendido a atrapar la pelota, dar la menor cantidad de rebotes posibles y, por ende, en el fútbol no recurrir al córner cuando éste puede evitarse.

El retiro es un tema aparte. Ya lo hizo, pero abandonó la inactividad. Entre campeonatos de seniors y que lo van a buscar para la liga local siempre termina jugando un rato más, que si se agregan los entrenamientos y la competencia de selecciones, se vuelve un año. Ha llegado a regalar más de una vez su indumentaria, pero después ha tenido que comprar otra nueva. Su buen estado físico pese a la edad, su actividad constante por propia voluntad y jugar en una liga en la que la mayoría no entrena entresemana lo mantienen en un nivel adecuado para la competencia. “Siempre estoy por dejar, pero porque ya no quiero ir más al choque. El asunto es que después, en el partido, cuando se presenta la ocasión, voy y me arriesgo; en ese momento no me importa. El golero debe ser arrojado y estar en todas”, destaca.

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