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Las verdes y las verdinegras

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El Tanque Sisley en la Copa Sudamericana, escrito por un hincha.

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“¿De qué cuadro sos, nene?”. De El Tanque señor. “¡No, nene, en serio, no jodas!”

Me crié toda la vida así. Entre la incredulidad (sos un manya o un bolso tapado -casi como si fuera un periodista deportivo) y la sorpresa (“¿Qué es El Tanque Sisley?”).

Por eso el domingo en Belvedere también fue mágico. El cuadro más chico de Primera División se hizo enorme y obligará a “Niembra” y a Tití Fernández a vérselas peliagudas. Sin el genio de Romario, sin Murillo y sin Galain (tres puntales de un Campeonato Apertura maravilloso) se las ingenió para pilotearla y meterse en la Copa Sudamericana faltando aún dos fechas. No fue fácil. Cuando entró el cabezazo de Pezzolano se me heló la sangre. Luis, ese hincha que se disfraza de abogado entre semana, me decía 'tranqui Daniel', pero la verdad que a mí la tranquilidad me volvió recién cuando Puerari, como poseído por el demonio, empezó a sacarse jugadores de arriba, la abrió para el Mago Marcarié que tiró fuerte y el rechazo de Castro fue a los pies del propio Puerari, que la mandó a guardar. A partir de ahí el reloj se congeló. Un ojo en la cancha y el otro en las agujas. Un tiro del gran Aparicio o dos cabezazos de Soto, más un remate zumbando el palo no fueron posibles. Cuatro minutos eternos de descuento. Una pelota de Liverpool sobre el final casi casi y casi paro cardíaco. Y para peor, ausente con aviso el doctor Jorge Fernández. ¡Terminó, terminó, El Tanque nomá!

Es la hora de los hinchas. De los de siempre. Los que se comieron el descenso contra Colón a la C, los inviernos de la B o una campaña frustrada en Primera División. Son los que están en todas, los que aprietan el bolsillo para ir a Florida y que alientan. Son los que no tienen un imán para los micrófonos ni un radar para las cámaras. Son Antonio y Miguel, son Mariela, Simón y Sylvana, son los hermanos Conte, son el Seba, Carlitos y Blanca, el Pocho, el Pelado Vita, Ricardo, Juan Carlos, Gustavo, Alfredo y Adrián, son Carlos, Igna y Santi o Rodrigo empapado en Colonia bancando los trapos. Son mis viejos. Lejos del mundanal ruido, mi padre la sigue peleando por el club del que es uno de los fundadores y del que sin protagonismos nunca se alejó. Ayer festejó (no entiendo al viejo, que no grita los goles) y hoy ya está viendo cómo sigue aportando.

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