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Juan Domingo Perón (C) y José Ignacio Rucci (D), a su regreso del exilio, 17 de noviembre de 1972, en Ezeiza.

Foto: S/D autor

La vida por Perón

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Hoy se cumplen 40 años de la masacre de Ezeiza.

Casi un año antes del discurso en el que Juan Domingo Perón calificara a los integrantes de las organizaciones justicialistas de izquierda como “estúpidos” e “imberbes”, la relación entre estas agrupaciones y su líder había comenzado a deteriorarse en forma casi irreversible. El primer gran hito de este quiebre se dio el 20 de junio de 1973, día en el que Perón concretó su segundo y definitivo regreso a la República Argentina después de 18 años de exilio. El recibimiento del máximo referente de la política argentina del siglo XX dejó expuestas las enormes contradicciones que se daban hacia la interna del movimiento justicialista.

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Lo que en principio parecía iba a ser un día de fiesta en el entorno del aeropuerto de Ezeiza, en el reencuentro de Perón con su pueblo, degeneró en una furibunda arremetida de los sectores más conservadores del policromático espectro peronista, que a fuerza de balas desplazaron a sus oponentes de izquierda y sentaron un claro precedente acerca de lo que sucedería pocos años más tarde. Al otro día del incidente se informó que 13 personas habían muerto y cerca de 400 resultaron heridas, aunque estas cifras son sólo aproximaciones, porque el dato exacto quedó en la nebulosa ante la ausencia de una investigación oficial acerca de los hechos, que marcaron una de las jornadas más lúgubres de la historia argentina reciente.

Según las estimaciones más certeras, alrededor de dos millones de personas estuvieron presentes en el acto que se celebró en la autopista Ricchieri, en una zona de bosques ubicada a sólo tres kilómetros del aeropuerto situado en la localidad bonaerense de Ezeiza. Las organizaciones de izquierda peronistas, principalmente agrupadas en torno a Montoneros, tomaron el evento como un acto político, en el que pretendían impresionar a su líder con su capacidad de movilización, en un momento en el que la lucha interna dentro del movimiento justicialista estaba comenzando a tensarse como nunca. Pero la derecha peronista, básicamente los sectores ortodoxos y el aparato sindical, se planteó el acto de Ezeiza como una confrontación militar , y así, bajo la dirección del coronel retirado Jorge Manuel Osinde, uno de los encargados de la organización del recibimiento, actuó en consecuencia. En el libro titulado Ezeiza, publicado por el periodista Horacio Verbitsky en el año 1985, seguramente la investigación más exhaustiva que se realizó sobre el caso, hay un pormenorizado análisis de cómo Osinde operó para obtener las armas y la gente para realizar la acción de Ezeiza, en la que además se gestó el germen de la Alianza Anticomunista Argentina, la célebre triple A, organización que tenía como principal articulador a José López Rega, a la sazón ministro de Bienestar Social y desde muchos años antes personaje decisivo dentro del entorno más cercano a Perón.

La coordinación dirigida por Osinde, que además contó con un fuerte apoyo por parte de la Central General de Trabajadores (CGT) que lideraba José Ignacio Rucci, montó un escenario de guerra con la finalidad de evitar que las columnas izquierdistas se acercaran al escenario del acto, cosa que finalmente lograrían. Los hechos de Ezeiza acarrearon importantes consecuencias políticas, porque significaron un durísimo golpe para el gobierno que en ese momento presidía Héctor Cámpora. El popular Tío había asumido la presidencia menos de un mes antes de Ezeiza, el 25 de mayo de 1973, con un gran impulso de la izquierda peronista, que alentó la candidatura famosa por su consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. El período denominado como “primavera camporista” duró apenas 49 días: Cámpora renunció el 13 de julio dando lugar a las elecciones realizadas en el mes de setiembre, en las que resultó ganadora la fórmula formada por Perón y su esposa María Estela Martínez. Pero el golpe de gracia al efímero mandato del Tío, en buena medida lo marcaron los sucesos de Ezeiza, que en definitiva fueron la síntesis de las enormes brechas ideológicas que existían entre los que se declaraban leales a Perón.

La fiesta que no fue

“Los Montoneros ese día pecaron por ingenuos. Pensaron que con esa movilización de cientos de miles de personas alcanzaba, pero la derecha los esperaba con unos cientos de ametralladoras y la logística militar bastante mejor establecida, y los corrieron a balazos”, recordó Martín Caparrós acerca de los hechos de Ezeiza, citado en el libro Lo pasado pensado del historiador Felipe Pigna. Y en resumen, eso fue lo que ocurrió. Desde las primeras horas del 20 de junio, que fue una jornada soleada y con una temperatura más que agradable para la época, centenares de miles de personas provenientes de todo el país comenzaron a confluir en los alrededores del lugar del acto, y no pasó mucho tiempo antes de que la situación empezara a degenerarse, aunque lo peor comenzó algo después del mediodía, cuando arribaron al lugar las enormes columnas de las agrupaciones de izquierda.

En ese momento se inició la masacre propiamente dicha. Desde las posiciones estratégicas que ocupaban, los atacantes abrieron fuego contra sus contrincantes, que se vieron sorprendidos y apenas pudieron responder con el armamento que contaban, en la enorme mayoría de los casos armas cortas, bastante poco útiles en un enfrentamiento a distancia como el que se dio. La situación caótica generó un desbande generalizado entre la multitud, que como se señaló, rondaba los dos millones de personas, entre los que se contaban militantes organizados, pero también centenares de miles de personas que fueron con sus familias al acto que se presumía festivo, con la única intención de poder ver a Perón. Desde el escenario, el maestro de ceremonias del evento, el músico y cineasta Leonardo Favio, intentó poner algo de calma, pero no pudo cumplir su cometido y quedó como rehén de una situación incomodísima al momento que leía proclamas y trataba de seguir adelante con el desarrollo de lo que estaba estipulado, pero consciente de que el tema se había desmadrado completamente. El desconcierto fue tal, que nadie notificó a la multitud presente que Perón no llegaría a Ezeiza, porque ante la situación que se vivía, el presidente Cámpora, que venía en el avión desde Madrid junto a su líder, tomó la decisión de aterrizar en la base área ubicada en la localidad de Morón.

La noche siguiente al episodio, Perón dirigió a través de cadena nacional un mensaje a los argentinos. En el mismo no hizo referencia directa a lo que pasó en Ezeiza, pero sí comenzó a marcar la cancha acerca de lo que pensaba con respecto a la pugna interna que se daba en su movimiento. “No es gritando como se hace patria. Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro movimiento, ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo de abajo o desde arriba”, sentenció Perón, en cuyo ideario político no figuraba ni por asomo la idea de la “Patria Socialista” soñada por el ala izquierda del justicialismo. Pero este lineazo del líder, claramente dirigido hacia los sectores agredidos en Ezeiza, no fue de recibo para sus destinatarios, o al menos eso es lo que se desprende leyendo El Descamisado, el principal órgano y medio de difusión de los Montoneros y la Juventud Peronista (JP). En su edición del 26 de junio de 1973, apenas seis días después de los episodios de Ezeiza, a los que describía en su portada como una “matanza”, el semanario salió enteramente dedicado a la luctuosa jornada. Con profuso material fotográfico, relataba su versión de los hechos y denunciaba a los agresores.

En el ejemplar de la revista apareció un extracto del discurso de Perón, pero no se realizaba interpretación alguna. Un chiste que circulaba en ese momento en Argentina, contaba que Perón iba en su auto por la ruta y al llegar a un cruce de caminos el chofer le pregunta qué hacer, y Juan Domingo le responde: “Lo de siempre: ponga el señalero en la izquierda y doble a la derecha”. Esa idea expresada en el chascarrillo, cada vez fue quedando más clara en los hechos y también se reflejó en las páginas de El Descamisado, publicación que, cambio de nombre mediante a causa de la censura, siguió saliendo hasta mayo de 1974.

El asesinato del sindicalista José Ignacio Rucci por parte de los Montoneros el 25 de setiembre de 1973, apenas tres días después del triunfo electoral de Perón, marcó un nuevo mojón en el distanciamiento. “Me cortaron las piernas”, dijo Perón durante el funeral de Rucci, frase relanzada 21 años más tarde por Diego Armando Maradona durante el Mundial de Estados Unidos, luego de conocer que el control antidoping que le habían realizado tuvo resultado positivo. Los meses que siguieron no mejoraron las cosas, sino que por lo contrario, profundizaron la ruptura entre la izquierda del justicialismo y Perón, que ya enfermo y debilitado, se recostó cada vez más hacia la derecha. Durante la celebración del Día del Trabajador en la Plaza de Mayo el 1º de mayo de 1974, el romance definitivamente terminó, cuando después de ser destratados por Perón, los militantes de izquierda se retiraron. “General: el peronismo piensa otra cosa”, se titulaba la edición de El Peronista (nueva denominación que había tomado El Descamisado), inmediatamente posterior a los hechos de la Plaza de Mayo. El cambio de talante en la relación no tenía vuelta y la posibilidad de reconciliación se esfumó por completo pocas semanas después con la muerte de Perón, el 1º de julio.

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