Danubio, en una ráfaga de fútbol, logró dar vuelta un partido electrizante ante Peñarol y lo dejó lejos de la pelea para subirse a la punta en solitario. Aquellos libritos de “Elige tu propia aventura” fueron los precursores del link, como alguien dijo alguna vez por ahí en el boliche del Twitter. Y el partido de la fresca tarde del sábado en el Centenario hizo acordar, con algunos guiños, a aquellos libros en los que el pequeño lector podía dirigir la suerte de los protagonistas mediante constantes elecciones que hacían tornar una historia feliz en una muerte trágica.
Y algo de eso hubo en un partido extremadamente intenso. Cada jugada, con su eventual desenlace, podía inclinar el partido en uno u otro sentido. Tanto el 0-0 intenso y disputado como la victoria transitoria carbonera y la erupción de fútbol danubiano podían ser “justificables” por cualquier comentarista. Porque cuando se trata de encontrar la justificación de un resultado como único recurso para explicar las situaciones de un partido, se pierde mucho.
Primero lo primero: Danubio jugó y juega bien. Es sólido atrás, rápido en transición y tiene jugadores que definen un partido en cualquier momento. Peñarol salió a pechar con fuerza pero también con fútbol. Porque si la monumental pared -construida ladrillo por ladrillo- entre Aguiar y el Tony para que luego el mercedario perdiera el mano a mano con Ichazo no es fútbol, estamos todos mal del coco. O el tremendo golazo del Japo, con una volea de zurda ajustada al palo en el amanecer del segundo tiempo para poner el 1-0 transitorio. Fútbol puro. El temita con la franja es que el equipo de Leo Ramos no lleva listita al súper ni usa trencitos. Y te saca 7 en los escritos y no se olvida del papel film. Tiene todo aprendido. Danubio sabe qué hacer y cómo ejecutarlo.
Los volantes, cuando pasan de defensa a ataque parecen santiagosurrutias acelerando de manera increíble. Pero como dice la publicidad: “La potencia sin control no sirve de nada”. Y tanto Juan Ignacio González como Míguez, Porras o Mayada tienen la técnica para poner toques con extrema precisión que hacen de Danubio un contragolpeador temible.
El momento más “Elige tu propia aventura” fue cuando Albín -casi cumpliendo el sueño de los jas- cortó una pelota en la mitad de la cancha y casi la clava de 40 metros. Se liquidaba ahí, o cuando el Cabecita Rodríguez no pudo cerrar el partido con un desborde espectacular. Pero llegó el empate. Y luego del empate de cabeza de Formiliano tras un córner, otro muchachito, también salteño, apareció en escena. A esa altura el protagonista de la aventura ya estaba en la cancha y quiso cambiar el destino del partido: el Horacio.
Horacio Sequeira jugaba en el Artigas salteño. A los 13 años se había venido a la capital a probar en la 7ª danubiana, pero el desarraigo jugó su partido y retornó a su tierra natal. En 2012 Danubio, que ya sabía qué diamante en bruto existía en el litoral, lo trae a la “casita” danubiana, que nada tiene que ver con “la del Parque”. Le dirán Hugo, pero él siempre fue Horacio. Y ahora con 17 años le dicen “Mencho”, desde que Leo Ramos le halló cosas del crack argentino Medina Bello.
Ese muchacho metió un frentazo espectacular tras conectar un centro exquisito de Juan Ignacio González en una jugada hermosa y paciente. Horacio dejó a Danubio en la punta, solo, y a Peñarol, sequeira.