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Cristian Rodríguez, de Uruguay, y Marc Janko de Austria, ayer, durante el partido en el Woerthersee-Arena de Klagenfurt (Austria). / Foto: Herbert Neubauer, Efe

Casi de taquito

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Con buen segundo tiempo Uruguay empató 1-1 en Austria.

En el último amistoso lejos de estas tierras antes del Mundial, Uruguay se recuperó de una mala primera parte y empató 1-1 con Austria. Los celestes tuvieron dos caras; la buena, la de la segunda parte, vuelve a entusiasmar para proyectarse a la competencia mundialista. Ahora hay que esperar al final del otoño para participar en la despedida celeste, cuando en Uruguay enfrente a Irlanda del Norte y Eslovenia.

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Como es a elección del consumidor, ni a palos me quedo con el medio vaso vacío de la primera parte, en la que el equipo se mostro frío, duro, distante, sin ritmo ni magia. Me tomo todo el medio vaso lleno del segundo tiempo y pido repetir. En el complemento los muchachos de Tabárez tomaron para sí el control del partido, la incomodidad del 0-1 y la imposibilidad de tener la pelota y de limitarse a ver números blancos sobre fondo rojo. El segundo tiempo estuvo bárbaro y debe de haber entusiasmado al cuerpo técnico por la capacidad de respuesta; Gastón Ramírez y Walter Mota Gargano primero, y Nico Lodeiro y Palito Pereira después, convirtieron a la celeste en un vendaval sobre el arco austríaco. Al final no se pudo pasar del empate, pero seguramente se hayan sacado muchas conclusiones técnicas. Respondieron bien los más jóvenes: Fucile dio la pelea, Palito volvió revitalizado, con centro incluido, y Muslera, Godín y Luisito Suárez siempre están.

Frío duro, congelados

El diagnóstico de los primeros minutos, por lo menos el de los primeros 10, fue de dominio y posesión de pelota de los austríacos, que casi siempre jugaron en terreno celeste, con un representativo uruguayo tosco, duro, muy poco aceitado aunque seguro, concentrado en desbaratar los intentos del rival. Duro como un Lada, un Skoda gasolero; esos autos toscos y bastante primarios que demoraban mucho en calentar motores para tener una marcha plena.

Y en eso estábamos, intentando darle toma de aire y calentador para ver si arrancaba, moderando desacompasadamente y sólo en defensa, cuando Christoph Leitgeb hizo un taquito que después de un rebote fue para la zurda del grandote Marc Janko, que le dio un fierrazo sin mucha pose y la clavó al ladito del palo izquierdo de Muslera, que sólo la sintió cuando hizo ruido contra las redes. Justo de Janko había hablado Tabárez en la conferencia de prensa previa al partido, pero sin nombrarlo, y en la diaria salimos a investigar a quién se refería. Y justo nos encontramos con el flaco y alto (1,96 metros) treintañero hijo de Eva, que en los Juegos Olímpicos de 1968, en México, se llevó una medalla de bronce en lanzamiento de jabalina. Ta, es horrible, pero un poquito queríamos que le fuera bien al hijo de Eva.

Pero no quedó ahí la cosa. Muslerita tapó a boca de jarro la salida de un córner, y un par de minutos después otra maravillosa atajada del arquero impidió que un gran tiro libre de Alaba se convirtiera en el segundo gol de los austríacos. Después no me pregunten cómo en el rebote no lo hizo. No cuenta porque no fue gol, y chau. El equipo de Tabárez no encontró reacción, aunque a los 22 minutos podría haber empatado con un gran tiro libre a lo Juan Ramón Carrasco de Suárez, desde 35 metros, que terminó reventando el travesaño. A los 30, justo en el momento en que salió lesionado Lugano -no había podido funcionar bien- y entró Giménez para sustituirlo, Josema estuvo a punto de pedir hora en una reconocida casa de tatuaje para grabarse el 5 de marzo como la fecha de su primer gol en la selección. Pero no pudo ser, y quedó la hora libre porque el chiquilín, con muy buen sentido del anticipo, desvió en el área chica austríaca un gran cabezazo de Suárez cuyo destino parecía ser morir a manos del arquero.

Y al final ¿sabe hacer cambios?

Dentro de la línea berreta, popular y demagógica, siempre a mano de los tres millones de directores técnicos que pueblan el país, en la góndola de “denostar al entrenador”, está la de que no sabe hacer cambios. Hoy ésa no la podrán usar: los ingresos de Ramírez, Lodeiro, Palito y Gargano, en orden de aporte en cuanto a la modificación del desarrollo de juego, fueron importantísimos y muestran buenas pistas a futuro.

El segundo tiempo empezó mostrando mucho mejores cosas de Uruguay, con un 4-2-3-1 y con un Suárez modelo Liverpool que pudo pelear unas cuantas pelotas. La presencia del fraybentino Gastón Ramírez le dio mucho más juego e intensidad al elenco oriental. Tanto creció Uruguay, sobre todo en los primeros minutos de Lodeiro y Palito, que a los 20, después de un increíble no-gol de Luisito, llegó el empate con gol de taco de Stuani, o de puntín de Palito, tanto da: lo cierto es que Uruguay se había empezado a parecer a lo que esperábamos e incluso superaba esas expectativas. Se transformó en un vendaval con pelota al pie, pases finos y abriendo el juego por las bandas. Estaba divino. El juego pasó a ser incisivo, de precisión y mirando el arco de enfrente. Había dominio pleno de las acciones de los de Tabárez frente a un rival que ahora parecía bisoño y sin gracia alguna. Estaba para ganarlo, pero no se pudo. Los austríacos metieron alguna carrerita más; los nuestros, algunos centros envenenados. Pero se mantuvo el empate.

Subiéndose al De Lorean

Hace exactamente cuatro años atrás, en ocasión del último partido amistoso en Europa previo al Mundial de 2010, antes de que el carro de los éxitos quedara colmado de exitistas, escribíamos en esta misma página: “Miro con satisfacción a la Selección en la tele y me pregunto por qué a nadie se le ocurre reconocer la gran tarea que, sin solución de continuidad, ha logrado Tabárez en la conducción de las selecciones nacionales. Lo pienso mientras veo un colectivo que con aplomo y seguridad supera, de visitante, esta vez, a un equipo europeo, pero ya lo he visto con africanos, asiáticos, oceánicos y americanos. Lo he visto ganar, dejándome satisfecho, y lo he visto perder, lejos de las expectativas que tuviera para el desempeño de ese día. Pero siempre, tanto en un caso como en el otro, me ha devuelto esa noble sensación de seguridad porque con trabajo, esfuerzo y planificación, mi representativo, tan chiquito pero tan grande, siempre da lucha contra el que sea… Me gustó Uruguay, me gusta la idea, el método y, casi siempre, las formas en que los futbolistas tratan de ser más en la competencia. Disfrutemos de eso, que está bien. Aspiremos siempre a más, que está mejor aun. Y discutamos si es casualidad o causalidad que esto ocurra en la era Tabárez. Más que ángel, ese técnico tiene método, conocimiento, aplicación y, por sobre todas las cosas, una gran resiliencia que le permite llevar a cabo lo que algún día se planteó como objetivo”.

Creo que de acuerdo al modelo de coherencia que mide el Toto, soy un tipo con mucha coherencia, porque sigo pensando exactamente igual que hace cuatro años y tres días. Vamo’ arriba que se puede.

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