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Javier Cabrera de Wanderers y Leandro Sosa de Danubio, ayer, en el estadio Luis Franzini./ Foto: Nicolás Celaya

Ni vencidos ni vencedores

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Empate en la primera final por el Campeonato Uruguayo.

En la final del Campeonato Uruguayo, Danubio y Montevideo Wanderers saldaron el encuentro de ida con un empate sin goles pero con muchas valoraciones posibles. Ahora la segunda y definitiva final se jugará el domingo de tarde en el Parque Central, y si vuelven a empatar el título se definirá en prórroga o en los penales.

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Ganó la estrategia. Primero la de Danubio, que no le dejó a Wanderers hacer las tareas de toque y proyección. Después la del bohemio, al final del partido, que cambió la cara con la velocidad de los jugadores que ingresaron en el segundo tiempo. Una final con mucho más nervio y ansiedad que fineza y tranquilidad. En los danubianos salió ganando Gonzalo Porras, capitán por personalidad y jugador de referencia. La mitad de la cancha lo tuvo como figura una vez más. Nacho González se le pegó y fue lo mejor del partido. Wanderers, sometido en gran parte del juego, apeló a la buena tarea defensiva de Gastón Bueno y Santiago Martínez. Sin nombres de ataque referidos en el comentario, está claro que el fútbol fue más disputado que 
emocionante.

No traicionaron sus planteamientos tácticos de siempre. Wanderers, con su profesión de darle a la pelota juego rápido al ras del suelo, siempre sin apurarse, buscando atrás si es necesario, e incluso haciendo jugar al arquero como último hombre. Danubio sabe y jugó un fútbol estudiado. Presionó en cada pelota bien arriba, poniendo marca al hombre para que los bohemios no pudieran recibir y armar circuitos de fútbol. De hecho, Porras siguió siempre a Martínez hasta el borde de su propia área, pegado al arquero Cristóforo, para no dejarlo recibir cómodo. La franja, además, cuando necesitaba jugar lo hacía siempre directo. Prefirió ser vertical a horizontal, con Nacho González como punta de lanza, Fornaroli y Martiñones bien atentos, y Mayada y Sosa, que trepaban por sus laterales dando profundidad y velocidad.

Que Formiliano juegue en el centro de la cancha es un acierto del entrenador danubiano. Ganó presionando, cortó cualquier intento de contra bohemio y fue infranqueable de cabeza. Y de cabeza fue que habilitó a Martiñones cuando iban 12 minutos, para que el Rata definiera de volea y abajo, apenas afuera. Fue un llamado de atención. Riolfo, cuando le agarró la mano y supo buscar las espaldas de Formiliano, enhebró varias jugadas interesantes. Punzante, rápido y efectivo, escurridizo, imprimiendo velocidad; así trató de hacerlo, porque el libreto, ese preferido de pase corto, no salía.

Chances, pocas; el ajedrez de la mitad de la cancha lo impedía. Danubio dominó la primera parte, con un pressing que hizo imposible el desarrollo del juego que proponía Wanderers. Cuando patearon Martiñones y Blanco, encontraron a los arqueros bien parados. Visto lo visto, la estrategia llevó a buscar el cabezazo insinuador e intentar en las pelotas quietas. Muchos tiros libres tuvo la franja, algunos pocos el bohemio; pero todos se congelaron en buenas intenciones.

La más clara fue al minuto del segundo tiempo: Nacho González escapó por la izquierda y el tiro se le fue abierto ante la estéril volada de Cristóforo. Mucho mejor parado estuvo Danubio. La mitad de la cancha fue propiedad exclusiva de una franja negra que quitó y dio cada pelota a la sociedad conformada por Nacho y Leandro Sosa, siempre por la izquierda, exigiendo permanentemente a los defensores de Wanderers. Unos 20 minutos así. Un tiempo de juego que hizo olvidar por completo que el bohemio juega al toque. Un lapso en el que los de Leo Ramos mostraron su mejor cara de juego, adueñándose por completo de la pelota, la cancha y las oportunidades.

Arias movió fichas porque, como estaban yendo las cosas, le era imposible. Sin arriesgar, cambió ficha por ficha, aplicado siempre al esquema 4-4-2; nombres pero no estrategia, piernas frescas buscando la identidad de un juego que no entraba en calor. ¿Danubio? Pagó igual: la mitad de la cancha era un muro infranqueable, tan destructiva como dinámica a la hora de lanzar sus puntas.

El partido se abrió con los cambios. Ambos lograron llegar al área del rival con velocidad y desborde. El floridense Javier Cabrera fue fundamental para el bohemio, recogiendo la pelota en la mitad de la cancha y subiéndola para sus puntas. En Danubio, Martiñones fue quien contó con las más claras. Cristóforo estuvo atento y seguro y le atajó un mano a mano a González cuando expiraba el tiempo. Ichazo, en cambio, siempre fue escudado por la prolijidad y efectividad de sus defensores, y cuando lo exigieron siempre la embolsó. A pesar de la aflicción que les pueda haber dado a los centenares de miles de hinchas de otros equipos que no definen, fue una final interesante, que dejó todo abierto para el domingo.

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