Son las tres de la tarde. Al principio, mientras caminamos al que será hoy nuestro estadio, no decodificamos totalmente si es ambiente pueblerino de quietud a la hora de la siesta, o es la calma que precede al carnaval que es el fútbol aquí, en Sete Lagoas.
Estamos en un bolichón bien brasileño, de esos que puede haber en cualquier parte del territorio del país continente, de esos que son como los polders holandeses, pero en vez de ser tierra ganada al mar, son espacios habitables ganados al baldío: tres paredes de ticholo revocadas por dentro, piso de monolítico, un metro y medio de azulejos que suben desde el piso, y un techo de dolmenit prolijamente sostenido por vigas de madera.
Estamos en el New Burguer Canaan, cerquita de nuestro hotel setelagoano, el City Hotel, que en cada vuelta viene ganando en consideración para futuros viajeros. Aquí paramos una noche, famélicos, y Wellington Martins, a las carcajadas, con camiseta de Cruzeiro y gritando con la simpatía de quien quiere establecer contacto con el forastero, nos recibió antes de que eligiéramos mesa. En el Canaan todo es verdeamarelo: globos, flecos de nailon, sillas y mesas de plástico, alto olor a fritanga y muchas, muchísimas botellas de cerveza encima de la mesa son el preámbulo de lo que, a unos miles de kilómetros, en Fortaleza, habrá de ocurrir.
Son las tres y media y lo cromático toma más fuerza. Es que el Canaan se empieza a llenar de hombres, mujeres y niños, todos, pero todos, vestidos con camisetas de Brasil. No es más que un anticipo. Sólo pasarán unos minutos para que lo auditivo empiece a predominar sobre lo cromático. En cada una de las mesas con propaganda de Skol -las amarillas- y de Ecobier -las verdes- se superponen primas hermanas de las vuvuzelas en toda su variedad, incluso alguna de aire comprimido.
Las risotadas nerviosas, los diálogos a gritos, y hasta los novios Thais e Celso haciendo arrumacos, suben desde las Havaianas y explotan en el ambiente. Sete Lagoas está paralizado, pero todo lo que pasa en el mundo ahora está pasando en lo de Wellington, que flaquito, nervioso, con sus gafas redondas a lo Benjamin Franklin, va y viene con platos en la mano y cerveja, muita cerveja. A nosotros nos invita con una bebida que se llama Mate Ouro, algo parecido al guaraná en cuya etiqueta dice que está elaborado a base de hierbas naturales tropicales, un refrigerante mixto de mate y guaraná, con aroma a sombrero de cuero.
Son 40 o 50 voces distintas, con todos los registros posibles, que suenan en síncopa, en conversaciones cruzadas, interjecciones, onomatopeyas y cervezas. El tono, el ritmo y la emoción se unifican cuando, parados y con la mano en el corazón, corean a viva voz el himno, rematado con un estridente “patria amada Brasil”. Aplausos, silbidos, gritos, cornetas e mais um copinho de cerveja. O jogo vai começar, y de alguna manera nosotros tenemos que dejar de ser los periodistas uruguayos para entreverarnos en el ambiente. De mesa en mesa, sin conocerse o tal vez sí, se invitan con buñuelitos, petiscos de frango, y la utilería de botellas vacías se va renovando.
Con el transcurso de los minutos queda claro que las mujeres, que son mayoría, son compañía de los hombres que, absortos, no sacan la vista de los televisores mientras ellas se empiezan a diversificar nos fatos da novela das oito, na fofoca do salão de beleza o hasta en el próximo viaje a Belo Horizonte.
Estamos en eso cuando, provenientes de la capital mineira, precisamente, llegan dos parejas que habían ido al Mineirão a ver Bélgica-Argelia y se reenganchan en lo de Wellington. Uno de ellos era Márcio Túlio, con una camiseta del Democrata, meu time, o Jacaré. Codeo a Sandro y le muestro la camiseta del Centenario. Su amigo, Fred, que tiene un muy buen portunhol, me cuenta que él es de outro time, que ahora es amador, pero es el otro histórico de la ciudad: Bela Vista.
Cuando termina el primer tiempo pocos reparan en la escasa capacidad de juego del equipo de Felipe Scolari o en la posibilidad de que la victoria no sea tan segura como esperan. En la calle no hay un alma, y la tribuna del Caanan se multiplica.
Mais cerveja, mais gritaria, menos jogo. La gente se empieza a importunar, pero el ámbito festivo no se modifica. Los minutos pasan. Las cornetas, no. La alegría, tampoco. La fiesta es de ellos y no de los que están en el Castelão. El partido termina en empate y no hay caras largas. Al contrario, se juntan para sacarse una foto, todos de Brasil y yo con una del Democrata, o Jacaré, que Márcio Túlio me encomienda para que se la dé a Óscar Tabárez o a Luis Suárez, porque nadie de la directiva actual fue capaz de hacerles llegar una camiseta de regalo.
El partido terminó 0-0 y nosotros desandamos el camino por la Raquel Teixeira, con la sensación de haber vivido verdaderamente un partido del Mundial de Brasil.
Muito gostoso.
Abraço, medalha e beijo para você. Eu a tenho no meu peito.