Viernes de tardecita. Los presidentes de Cerro y de Rampla Juniors dejan la sede de la Asociación Uruguaya de Fútbol casi emocionados, luego de pagar las deudas en la hora y asegurarse que sus cuadros pudieran presentarse a jugar el sábado y el domingo, respectivamente. Ambos aprovechan el micrófono de Sport 890 y le agradecen a Paco, que volvió a poner la plata necesaria. “Nos acompaña desde hace 30 años”, palabras más, palabras menos, dice el presidente de Cerro, Miguel Panosian. Casi en seguida, el delegado ramplense Kevork Koyoumdjian reafirma la idea.
La pujanza del Rampla Juniors considerado tercer grande cuando promediaba el siglo pasado, y la del Cerro que poco después llegó a jugar una final con Peñarol y levantó un estadio ejemplar contrasta con un presente de dependencia que nubla ideas y entrevera conceptos.
Ocurre que el filántropo no es tal y que los favores económicos se pagarán, como siempre, con mandados políticos que flecharán contratos televisivos millonarios y eternizarán los negocios de Tenfield, aunque nunca haya licitaciones ni llamados a precios. Aunque afuera queden otras empresas dispuestas a poner más plata por el fútbol. Aunque esos mismos documentos constituyan un freno para el sano objetivo de crecer institucionalmente. Es que Francisco Casal aprieta pero no ahorca: al revés, te presta el respirador y después te lo cobra.
Atrás, bien atrás, queda el cuento del Robin Hood de los 80. El muchacho de barrio que se hizo de abajo, se transformó en jugador y evolucionó a empresario para vengar a unos futbolistas a menudo ninguneados por una dirigencia enferma de odio clasista, 30 años después, tiene mucho más poder que todos aquellos dirigentes juntos. Pero la defensa de sus intereses económicos subordina los viejos principios solidarios a la intención de transformar en negocio casi todo. Incluso, la pobreza.