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Hinchas de Nueva Palmira en el estadio Irineo Britos de Nueva Palmira. Foto: Fernando Morán (archivo, abril de 2014)

La aldea y el mundo

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Deportivo sentimiento.

La Copa Nacional de Selecciones de OFI, en la que todos visten la camiseta más linda.

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Mirá cómo es esto: miles de ustedes, en el momento mismo en que están leyendo esto, me podrán decir al instante y sin necesidad de recurrir a Google cuáles son los colores de lejanos y ajenos cuadros como West Ham United, Udinese, Wolfsburgo o Málaga, pero ni siquiera una docena de ustedes me podría contestar si les preguntara cómo es la camiseta de San Gregorio de Polanco, el primero en festejar, en la prehistoria reciente de esta futura 13ª edición de la Copa Nacional de Selecciones, que no es más que la continuidad histórica del campeonato de selecciones del interior, iniciado como tal en 1952, por lo que ahora se estará jugando su edición número 65.

Esta vez, quien tenga la curiosidad de acceder al motor de búsqueda de Google para responder la trivia o sumar un nuevo eslabón de conocimiento deportivo podrá llegar a la respuesta, pero no porque los grandes medios se hayan ocupado del equipo de vecinos del pueblo que fundó el carnicero -literalmente: además de pasar a cuchillo a muchos, tuvo una carnicería- Gregorio Suárez, el Goyo Jeta, allá por 1852, sino por imágenes aportadas por los esforzadísimos portales y blogs de nuestro interior como Futbolflorida.com y Sangregorioportal.com.

Va cayendo gente al baile

Dos años antes de que se redactara el primer reglamento de la historia del fútbol en la taberna Freemason’s de Londres, en el pueblo de San Gregorio había 51 ranchos, 236 habitantes nacionales y 48 extranjeros, según el censo del policía Sivilas, que además detallaba la existencia de cuatro carpinteros, tres costureras, tres lavanderas, dos chacareros, diez jornaleros, nueve sirvientes, cuatro labradores, dos abastecedores, un celador de policía, un dependiente, una partera, un herrero, un zapatero, un sastre, un cochero, un hornero, un tropero, un hacendado, un propietario de billar, tres pulperos, y una mujer y un oriental sin profesión.

La información, tomada del tomo III de la Historia de los pueblos orientales, de Aníbal Barrios Pintos, obviamente no consigna ningún futbolista, como sí lo podría hacer el censo de 2011, que arroja una población estable de 3.415 habitantes, la mitad de los cuales seguramente ha corrido alguna vez detrás de la pelota y soñado con hazañas chiquitas pero enormes: ver a la celeste y roja jugar el campeonato del interior, un poco y un mucho el Mundial que podemos tener los canarios.

Pa’ delante como un tren

Según escribe Juan Carlos Luzuriaga en El football del novecientos, “a Paso de los Toros el ferrocarril llegó en 1886 y con él los ingleses y el fútbol”. No mucho más tarde habrá llegado la globa a la ciudad balnearia del medio del país, convertida en museo abierto de artes visuales. Desde ese momento, como en Santa Isabel del Paso de los Toros, como en cada una de las estaciones a donde llegaba una locomotora, el fútbol empezó a ser nuestro y no sólo de los ingleses locos que bajaban de los barcos y jugaban a la vera del río ancho como mar, ni de los obreros del Central Uruguay Railway, ni de los estudiantes uruguayos de Nacional, ni de los alemanes de Deutscher.

El fútbol se instaló en nuestros pueblos, en nuestros campos, y a imagen y semejanza de lo que ocurría en Montevideo, se empezó a competir con intensidad y gozo.

En 1905, el que Luzuriaga define como “el año de la epidemia”, ya había clubes en casi todos los rincones del país. En 1910, con la victoria de Artigas de Durazno sobre Bristol de Montevideo, el fútbol del interior subió el escalón de la competencia con la capital, y los equipos de vecinos del pueblo empezaron a trascender las fronteras de su estación de tren.

Mi Mundial

El fútbol está en nosotros -y estoy escribiendo como canario en su mala acepción ampliada: se sabe que los canarios son los de Canelones, porque de aquellas islas españolas llegaron sus primeros pobladores-. Se instaló en nuestras plazas, en los campitos alrededor de la iglesia, al lado de la estación del ferrocarril, en la juventud y en los trabajadores. Entonces se organizaron ligas y seleccionados del pueblo para jugar con otros pueblos, y, como sin querer, la identificación del pueblo pasó a ser la de los colores de aquella ciudad.

Posiblemente haya decenas de ejemplos, pero uno muy significativo es el de Florida, cuya bandera departamental, y por tanto enseña oficial del departamento, tiene los colores de su selección, que nada tienen que ver con ningún emblema o imagen local: según una investigación llevada a cabo por Emilio Martínez Muracciole, no son otros que los colores de la selección de Paraguay, que se presentó por lo menos dos veces en Florida en la década de 1920, a instancias del vecino y médico Fernando Abente Haedo, paraguayo de nacimiento y floridense por adopción.

Genetistas, sociólogos y psicólogos sacarán sus propias conclusiones de esta recurrente acción, imagen, recuerdo, previsión repetida por todas las generaciones del siglo XX en la Banda Oriental del Uruguay: un gurí, un botija, un pibe camina endomingado de la mano de su padre, tío o vecino hacia esa inmensidad que encandila y enseña el camino de las noches de verano, perfumadas por glicinas y jazmines del país. Allí donde no se ven las estrellas y sí cuatro o cinco hileras de luceritos, focos que alumbrarán su bautismo con la pasión, tras la huidiza y efímera gloria del pueblo.

Cuando llega enero y el cielo, a la altura del estadio, tiene un aura casi mágica, es tiempo de volver a la edad de la inocencia, volver a sentir el olor al cielo, el olor al pasto, porque vos sabés que ahí hay un perfume iniciático, que no se olvida. Las honditas apiladas contra el muro del estadio, las chivas sin cadenas haciendo eterno equilibrio con el pedal contra el cordón, el mediotanque con generosos chorizos de rueda, la risotada del gordo ya viejo y canoso que supo ser el crack del pueblo, las mujeres absolutamente endomingadas como si ya estuvieran quemando la pilcha de la Noche de la Nostalgia.

Ahí están todos. Padres, novias, el electricista, el cura, la del Banco de Crédito, la abuela y el que anda con la que estaba casada con el que tenía la estación de servicio. Madres, tíos, primos lejanos, el pizzero, el cobrador del cable, el motoquero del delivery, la de la panadería y la cajera del súper. Están todos porque ahí está la fiesta.

Hay mucha emoción, mucha magia, porque los cracks de las nochecitas de verano están ahí, al alcance de la mano. En el calentamiento, atrás de las tribunas, en los amplios espacios internos que suelen tener los estadios del interior, la emoción campea. Se siente una vibra especial ahí, entre esos muchachos, esos hombres, esos vecinos que se están aprontando como para jugar la final del mundo, aunque nunca sean la tapa del diario ni aparezcan en Pasión. Todos, ellos y nosotros, los que estamos apenas separados por ese alambrado de cinco hilos, sentimos estar ante el momento deportivo de su vida. Y van por él, van por ella, y la adrenalina fluye y los muchachos, los hinchas-vecinos, los hinchas-primos, las hinchas-novias vocean de al lado, a menos de un metro de que se forme esa ronda de juramentación entre gritos.

Esos muchachos, hombres niños, niños hombres, han vivido este sueño, tanto como el del día que llegaron a probarse a Montevideo, tanto como el día en que por primera vez pisaron el Centenario, tanto como al perseguir ese sueño celeste con forma de camiseta.

El teatro de los sueños

Claro que el mundo ha cambiado. Cualquiera de nosotros puede saber quién es el director técnico de Panathinaikos de Grecia y no tener ni idea de quién dirigirá esta temporada al vigente campeón nacional, Salto. Podemos saber los nombres de las tribunas del Camp Nou e ignorar cómo llegar al Municipal de Guichón, y seguramente nos interesará más saber cuándo y por qué canal pasan al Gordo Luis que confirmar dónde y contra quién jugamos en la segunda fecha del Este. Pero les puedo asegurar que todos nosotros, que no somos más que los que vivimos en el pueblo, los que nacimos en el pago y nos fuimos a estudiar, a laburar a la capital, los que nacieron en Montevideo pero sus padres tienen presente, como exiliados de otra patria futbolera, el acontecer de su selección, le buscaremos la vuelta para estar arriba del campeonato del interior.

Con el fretacho de internet, la construcción de la realidad en los medios dominantes se ha modificado levemente a favor de los que buscamos otra información. Los medios de comunicación, en sus versiones nacionales del tipo prensa, radio, televisión y web, seguirán ignorando casi olímpicamente eventos que involucran a buena parte de la comunidad. El fútbol del interior, lo mismo que sus campeonatos, son casi ignorados por los sistemas de información y divulgación del país. Ahora, por suerte y con muchísimo esfuerzo, páginas web y portales del interior sistematizan la información y seguramente la focalizan en sus equipos, pero cruzando datos nos sacan de la orfandad de no saber.

Supongamos que nos damos por satisfechos porque los medios de las comunidades involucradas -en este caso, en un partido de fútbol que representa la máxima gloria a la que esos deportistas y esas sociedades gozosamente pueblerinas pueden aspirar- dan debida cobertura al asunto. En ese caso, simplemente queda por discutir que el sello de “medio de comunicación nacional” no es tal y que, razonablemente, por razones de mejor servicio, económicas, de oportunidad o de mercado, solamente atiende o profundiza en los acontecimientos que afectan a Montevideo o a los ejes de poder.

Es ahora. Apenas unos días después de que pasen los Reyes Magos, volverá a instalarse la magia de zapatos y pelotas nuevas en 30 canchas a lo largo y ancho del país, con 30 selecciones que representan a más de 40 pueblos o ciudades. Una de ellas será San Gregorio de Polanco, que por segunda vez en su historia eliminó en la clasificatoria a Paso de los Toros.

Esa noche en la que los polanqueños debuten en el Municipal 16 de Noviembre ante Flores, sepan que esos de camiseta celeste con una V roja en el pecho, como cada uno de sus ocasionales rivales, están jugando el partido más importante del mundo, el Mundial de la aldea.

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