Ingresá

Zona franca

1 minuto de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

No es otoño. Al menos en el Casto Martínez Laguarda. El sol era un arma. No había respiro, estaba picantísimo. Todo el escenario maragato se inundaba de amarillo, excepto, para unos pocos privilegiados en el palco local, cuando Maureen Franco nos madrugaba.

Lo conocemos. Goleador, querendón, asistidor, técnico-táctico y zurdo. Entonces, ¿por qué le pegó de derecha y la puso contra un palo? Se responde con verlo. Con analizar sus movimientos en la cancha, con reconocer su figura y con saber que es un delantero perfecto del fútbol uruguayo. Que hace los goles como sea, que va, que viene y que la busca, siempre.

Así el duraznense a los ocho minutos castigó a todo Sayago con un remate cruzado de derecha, poco fortuito, que se metió con magia. Con trucos que están en sus pies pero que son complementados con su cabeza. Por eso él amplió la ventaja, enseguida, con un penal.

Si Gentilio lo atajaba, hubiésemos dicho que Franco pateó sumamente mal. Pero como lo hizo, y engañó al arquero sólo con la mirada, decimos que es más de su vasta experiencia y de sus dotes de calidad. Abajo, suave, casi que pidiendo permiso.

Ese 2-0 mató a Racing, que no tuvo argumentos, más que la garra y el coraje de Agustín Gutiérrez y Juan Pablo Rodríguez para empujar. Sud América esperó, tranquilo, cauto, y eso lo ayudó a no pasar temblores para vencer.

Colman robó una pelota y dejó solo a Franco para definir, pero el delantero, con más de su talento, asistió de tres dedos a Ángel Luna, otro galáctico, que sólo tuvo que empujarla. Así los de Jorge Vivaldo cerraron el partido: con tremenda solidez defensiva y orden táctico, no les dejaron espacios a los cerveceros.

Cuando faltaban diez minutos para el final, Rodríguez demostró que la pegada es lo suyo. El volante pudrió la pelota en el ángulo y les puso incertidumbre a los minutos finales. Pero, claro, la IASA no duerme y, tranquila, se aguantó para sellar tres valiosos puntos que la alejan del descenso. El sueño copero de 1995 vuelve a asomar, y el Palacio Sudamérica sueña con volver a brillar.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura