El hecho no tiene precedentes, y la noticia fue una bomba mediática enorme que cayó (y caerá) sobre el deporte más universal de todos. Pero lo que sucedió ayer con los dirigentes de la federación internacional que hace y deshace el fútbol no es novedad. Son prácticas corruptas continuadas que tienen más de 20 años. Estas dos décadas están cubiertas desde los altos mandos por los mismos señores aferrados al poder.
Por paradójico que parezca, el gran llamado de la Justicia llegó desde Estados Unidos y su Departamento de Justicia; de poderoso a poderoso. De todas formas, lo curioso (o no tanto) es que Joseph Blatter, al menos por ahora, quedara exento de toda investigación, se presentara a las elecciones para presidir la FIFA y además, como espíritu burlón, hiciera pública una carta en la que, entre otras cosas, manifiesta que “la mala conducta no tiene cabida en el fútbol”. La capacidad de asombro no tiene límites. Que las investigaciones tampoco los tengan.
Los nuevos casos que destaparon la corrupción en la FIFA están directamente relacionados con varias investigaciones anteriores. Los antecedentes más cercanos son las concesiones de las copas mundiales a Rusia y Qatar, en 2018 y 2022, respectivamente, que se dieron a conocer tras un informe presentado por Michael García, ex presidente de la Comisión de Ética de la FIFA. Ése parece ser el hilo conductor hacia atrás en el tiempo.
La compra de votos no es nueva. Por ejemplo, en 2002, el diario británico The Daily Mail reveló una probable compra de votos previa a la primera elección de Blatter. A mitad de ese mismo año, el secretario general de la FIFA de aquel momento, Michel Zen-Ruffinen, presentó un informe al Comité Ejecutivo de la federación internacional en el que se acusaba al mismo Blatter por malversación de fondos. Nada muy distinto de lo que sucede en varias multinacionales, pero todo el mundo se sorprende. Aquello fue de idas y vueltas. El propio Joseph trató de cubrirse con contradenuncias y nuevas demandas, pero todo quedó en la nada.
Tres años después, en 2005, las denuncias sobre arreglos de partidos aparecieron por todos lados. La FIFA, como gato que cae siempre bien parado, creó un sistema de alerta y monitoreo de apuestas para detectar esas “supuestas” manipulaciones. Hoy, en 2015, se supo que las casas de apuestas fueron, por ejemplo, las que llevaron a Luis Figo a hacer campaña política en el Mundial de Brasil 2014. Y en 2005 se hizo la primera acusación fuerte sobre Jack Warner, presidente de la Confederación de Fútbol de Norte, Centroamérica y el Caribe (Concacaf), a quien acusaron de reventas de entradas para el Mundial de Alemania 2006. La FIFA no hizo nada. Política de avestruz: esconder la cabeza en el hoyo y que todo pase.
La movida fuerte empezó en 2010. Los millones bailaban y los dirigentes también. Bien de ritmo, los mundiales que faltaba designar, Rusia y Qatar, fueron el centro de la polémica y los sobornos. Blatter y su nueva versión de bicho político mandó investigar los casos. El francés Reynald Temarii, vicepresidente del Comité Ejecutivo, y el nigeriano Amos Adamu, también miembro de ese comité, fueron apartados de sus cargos por solicitar plata a cambio de su voto, sin saber que una cámara oculta los filmaba.
Como si el espejo no reflejara nada, a fin de 2010 Rusia y Qatar ganaron las candidaturas para organizar los mundiales de 2018 y 2022. En 2010 y 2011 todos los denunciados por sobornos fueron suspendidos por la FIFA. Blatter, el presidente, logró en junio de ese año ser reelegido por cuarta vez consecutiva como presidente de la FIFA.
El hecho clave de 2011 fue la renuncia del estadounidense Chuck Blazer, secretario general de la Concacaf. Los hechos vergonzosos (e impunes) ocurrieron uno detrás del otro: en julio de 2012 se confirmó que João Havelange, ex presidente de la FIFA, y quien durante décadas fue su yerno, Ricardo Teixeira, percibieron sobornos millonarios procedentes de la empresa ISL. En diciembre de ese año la FIFA inhabilitó de por vida a Bin Hammam por malversación de fondos.
En enero de 2013 la revista francesa France Football publicó que Qatar compró el Mundial de 2022 e implicó, entre otros, al presidente de la Asociación Argentina, Julio Grondona. El petróleo qatarí sedujo a todas las empresas constructoras ante la (paradójica) necesidad de hacer estadios nuevos. Aplausos para el ex fiscal estadounidense Michael J García, que en setiembre de 2013 concluyó la investigación sobre la concesión de los mundiales 2018 y 2022 con un informe de casi 400 páginas. El presidente del órgano de decisión de la Comisión de Ética de la FIFA, el alemán Hans-Joachim Eckert, concluyó que no hubo irregularidades en dichos procesos, y García, luego de presentar sin éxito recursos ante la Comisión de Apelación de la FIFA por el cierre de la investigación, renunció a su cargo. Ayer, se detuvo a siete responsables de la FIFA por cargos de corrupción y el Departamento de Justicia de Estados Unidos hizo pública una investigación sobre organización mafiosa, fraude masivo y blanqueo de dinero. No es para mirar de costado. Una matrioshka esconde otra matrioshka, más pequeña, y no vaya a ser que tengamos nuestra propia FIFA.