A-firmado
Dicen que el tipo que le preguntó quedó colorado. No sé si antes o después de la respuesta, pero uno se pone colorado cuando pasa vergüenza por su propia torpeza o porque queda expuesto por la interacción con el o los otros. Es que en la evolución humana no deja de haber profundos pozos de estupidez, y a ese enorme paso de entregarnos por medio del deporte, del fútbol, al placer y la sublimación, caemos en la profunda involución de hacer natural lo antinatural y pretender que en el marco de un juego entre dos contendientes haya un virtual e interesado acuerdo para que, mediante un resultado, todos queden contentos o por lo menos conformes. La estupidez nos gana de tal manera que hasta ni nos damos cuenta de lo degenerado de la enunciación en cuanto a la pureza del juego.
“Eso de firmar el empate es un concepto vacío. Imagínese, los dos técnicos y un escribano firmando antes del partido”, le contestó el maestro Óscar Washington Tabárez, y ahí, con inteligencia pero también con pureza, el técnico elevó, readecuó el concepto del juego.
Tener competencia
Si el tema en el partido de ayer en la sofocante Barranquilla era no correr mucho para no acelerar el desgaste natural de una contienda de elite modificada por una temperatura y humedad elevadísimas, lo primero que había que intentar era que ellos, los colombianos, grandes tocadores y tenedores de pelota, la tuviesen lo menos posible. El tema es que ahí no alcanza con neutralizar y tratar de meter un par de contras. Hay que tratar de tenerla, y eso no nos sale.
En eso estábamos cuando a los 15 minutos Juan Cuadrado forzó un córner y de esa pelota quieta vino el implacable cabezazo del volante Abel Aguilar, con el que Colombia abrió el marcador y el partido. En 20 minutos, a la incomodidad del calor, la perturbación del resultado, la lluvia impresionante, se sumó la perturbación generada por el árbitro argentino Néstor Pitana, que de manera inconcebible obvió una agresión en juego cometida por el zaguero Yerry Mina sobre Edinson Cavani, y encima amonestó al salteño, anulando ya su presencia en el partido con Ecuador en Montevideo por acumulación de tarjetas amarillas.
El diluvio fue acompañado por la pertinaz presencia celeste en campo colombiano. No fue un cambio de planes, sino que estaba justamente dentro de lo planificado o proyectado sobre cómo desarrollar el juego en igualdad de condiciones en el marcador, y cómo hacerlo en desventaja.
Un par de pelotas quietas entusiasmaron a los celestes, y fue justamente en un tiro libre desde el lateral, que deberá contar como nueva asistencia del Pato Carlos Sánchez, que llegó el cabezazo del Cebolla Cristian Rodríguez, que otra vez de arriba anotó y puso el 1-1 cuando iban 27 minutos de juego.
Con los cuidados necesarios, sin dejar de reventar las que había que reventar, pero intentando sacar juego de un mínimo control de la pelota y del juego. Allá atrás, en la cueva, fue el capitán Diego Godín el líder del discernimiento entre jugar -intentar jugarla- o reventarla. Bien sus compañeros de línea de cuatro, y se destacaron los mediocampistas Matías Vecino y el Pato Sánchez, con prolijidad e intención.
¡Qué lo parió!
El segundo tiempo se jugó sobre otras variables. Primero porque Colombia, el técnico Pékerman, cambió la estructura a través del ingreso a la cancha del volante ofensivo Edwin Cardona en el lugar de Luis Muriel; segundo, porque el empuje fue mayor, y tercero, porque la cancha -luego del diluvio- dejaba muchísimo que desear y notoriamente modificaba las jugadas.
Un cierre en la línea de Godín al comenzar la segunda etapa, y un gran quite de Palito Pereira cuando el veloz Cuadrado se iba solo frente a Muslera, fueron la sinopsis de un período extenso de tiempo de juego en el área uruguaya, transformada en área masiva de test al corazón. Tres millones de electrocardiogramas por control remoto.
Fueron minutos intensos, hasta que por la natural imposibilidad de mantener un vendaval futbolístico permanente, y otro poco porque se soltó un poquito Uruguay, pasamos a respirar mejor cerca del círculo central, y después -importa, sí, el después- a suspirar cerca de la gloria, cuando ya con Cristhian Stuani, Godín recuperó atrás, levantó la cabeza y metió el pelotazo -pase largo, decía Gregorio-, el de Tala se la peinó divina a Suárez y Luis pensó lo que pensamos todos: una, que me quede una, que nos quede una; y le quedó, hizo que le quedara, acomodando sus prodigiosas caderas para parir el gol. El segundo de Uruguay le dio al equipo del Maestro Tabárez el mando en el marcador y hasta en el juego por unos minutos. Pero claro, los otros juegan mucho y bien. Y entonces, a pesar de las atajadas de Muslerita, los cierres de Palito, las zancadas largas de Sebastián Coates para llegar y los cabezazos de Godín, llegó de allá atrás para poner un cocazo teledirigido el zaguero Mina, que nos lastimó a todos.
Si no se puede ganar, no hay que perder, y entonces, a ley de juego, salimos a afirmarnos en el empate, que fue bueno, lindo y más esperanzador aun.
Seguimos ahí, bien arriba, seguimos salvando obstáculos, seguimos compitiendo y soñando, y aunque les parezca exagerado, hoy, aquí y ahora es maravilloso.