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Luis Suárez y el chileno Gonzalo Jara, ayer, en Santiago de Chile. Foto: Martín Bernetti, AFP

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Chile dio vuelta el juego y el partido en los últimos 46 minutos y derrotó a los uruguayos 3-1. De esta manera se acomodó entre los primeros pero nos dejó con aire en el segundo lugar de la clasificatoria, con 23 puntos y todavía con luz de ventaja. El golpe de perder un partido que parecía que no iba a tomar rumbo de derrota -sino todo lo contrario- y las amarillas que recibieron Luis Suárez y Fernando Muslera, que les impiden jugar con Brasil, tornaron amargo un momento que no es más que la secuencia de una competencia en la que los dirigidos por Óscar Tabárez se mantienen cerca de la clasificación al Mundial de Rusia 2018.

Un pinchazo, un tropezón, una distracción, una lastimadurita de morondanga. Un pestañeo en el momento menos oportuno cambió el aparente destino del partido y modificó por completo lo que se podía proyectar para el devenir del juego. Ta, es así. La competencia es por goles, no por cómo se juega, y parte de la esencia de los partidos está en la concentración y en los momentos. Un minuto, 40 segundos que cambiaron la historia del partido. La mayoría de nosotros lo sabemos. No queremos que Alexis Sánchez arranque, que Jean Beausejour meta el centro, que Vargas cabecee solo... Ta, chau, ahí seguro cambió todo, y un muy buen equipo como el chileno, campeón de América por partida doble en dos años, nos terminó ganando bien cuando parecía que el que se llevaría la victoria sería Uruguay.

Presión

Aunque algunos no lo sepan, para los uruguayos tiene mucho de mágico llegar a Ñuñoa, al Estadio Nacional de Santiago, donde tanto ha pasado para los chilenos y también para nosotros, que hemos conseguido allí trascendentes triunfos, heroicas hazañas, inolvidables partidos, gloriosos momentos. Tiene también la dolorosa energía negativa del oprobio y el dolor de cuando el sanguinario dictador Augusto Pinochet y sus secuaces transformaron aquel lugar en cárcel.

Tal vez sea una variable menor a la hora de una contienda deportiva como la de ayer, en la que Chile nos recibía como nunca lo había hecho en toda su historia: como campeón. Sin embargo, está claro que ese es un detalle ineludible a la hora de proyectar las prestaciones de ambos colectivos.

Al minuto, sin estudios, sin ver qué hacer, después de una fortísima y planificada presión en la salida de Chile, Uruguay recuperó la pelota en el fondo, en los dominios de Diego Godín. El rosarino la ventó para adelante, Luis Suárez le ganó en la carrera a Gary Medel y metió un pase gol a Edinson Cavani, que con su brillante definición, espontánea y de primera, le dio al arco y propició una maravillosa atajada de Claudio Bravo, que, a su vez, dio la posibilidad de una redefinición de Álvaro Tata González que se fue apenas afuera. Sólo tres minutos después, otro pelotazo permitió una nueva habilitación quick de Suárez, para un remate franco de Cavani que se fue apenas arriba.

Quizá sea discutible que a lo largo de la historia nuestra escuela de marca, nuestro afinado esquema de quites y relevos, de cierres e intervenciones in extremis haya sido la mayor contribución a la gloriosa historia del fútbol celeste; pero no cabe duda de que en este colectivo coronado por dos de los mejores delanteros del mundo, es el eje central de sus mejores prestaciones.

Recién había pasado el cuarto de hora y otra vez, con ese sudor tan poco vistoso para las páginas satinadas de la aldea global, pero sello, marca indeleble del juego de esfuerzo de los uruguayos, Luis, en un increíble y maravillosa jugada, robó y asistió en un mismo movimiento -¡por tercera vez en 15 minutos!- a Edinson Cavani, que fusiló a Bravo para poner el 1-0. Él, justo él, justicia. Justicia poética, también.

La primera media hora del elenco de Tabárez fue buenísima. Los celestes superaron en juego a los chilenos: el resultado no era reflejo de lo que pasaba en la cancha. Lo podría haber mostrado si el árbitro hubiese cobrado el claro penal que Claudio Bravo le hizo a Cavani cuando, tras otra asistencia de Luis, Edin llegaba para el segundo.

Los locales, que nunca lograron la fluidez en el juego, debieron recurrir a Sánchez como conductor y recuperaron la pelota en los últimos 15, pero no consiguieron lastimar a la defensa uruguaya: fiel a su posicionamiento firme y expeditivo, sacó casi todo. Casi.

Al cierre mismo del primer tiempo, cuando los últimos flecos de la concentración dejan pasar cosas que no deberían pasar, cuando una injusta amarilla a Suárez nos privaba de su presencia en marzo en el partido con Brasil y sacaba de quicio al goleador y a sus compañeros, Sánchez progresó a paso redoblado en campo oriental y abrió a la izquierda para Beausejour, quien como puntero izquierdo fue al fondo y mandó el centro que Eduardo Vargas, en el medio del área, transformó en el empate chileno.

Andá a cagar. Era para 2-0 y con Luis sin amarilla, pero nos fuimos al vestuario con empate 1-1.

Historia modificada

La segunda parte arrancó igual. Conceptualmente igual, por el plan de juego colectivo de los uruguayos, que básicamente consistía en tejer la telaraña de atrapar en el lugar donde se iniciaba el juego trasandino. Eso no sólo inhibía el buen trato de pelota chileno, sino que generaba posibilidades para los celestes. Tuvo Uruguay una chance clara cuando, en un centro de Vecino, Suárez fue desestabilizado en el momento en que iba a cabecear. Nada, otra vez. Siga, siga, dijo el juez.

Cuando iban 14 minutos del segundo tiempo, un genial giro de Sánchez, el mejor de los chilenos, puso el 2-1 para la roja. Ahí se soltó Chile y aumentó el grado de dificultad para Uruguay. No era lo que traslucía el partido, pero ganaba Chile y había que pasar el sofocón y empezar desde el pie a buscar el empate, ya con Ramírez en campo. Pero el niño maravilla Alexis Sánchez tendría otra de las suyas: a la media hora, arrancó a pura velocidad entre los centrales y llegó libre para poner el 3-1. Demasiado, pero real.

El desbarranque que significaba el resultado coincidía con otros inesperados inconvenientes: Suárez no pudo convertir un penal que Bravo le cometió a Ramírez, que se suma a las ausencias seguras de Luisito y Muslera en marzo del año que viene cuando se reanude la competencia y Uruguay enfrente a Brasil en el Centenario.

Aguanten, che, son sólo las luces del estadio.

¡Uruguay, nomá!

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