El sábado se le escaparon dos. La visita a Cerro terminó 0-0 pese a que los albicelestes jugaron con diez futbolistas desde los 30 minutos. Con Danubio y Liverpool el desenlace fue con derrota. Ya son 8 las unidades que se escaparon fuera del confort del Parque Central y el Centenario, donde Nacional ganó los siete partidos que disputó. La excepción es la victoria sobre Wanderers en el Prado. Fue parte de una seguidilla de siete triunfos que quedó por el camino en un Tróccoli contradictorio: con todas sus tribunas habilitadas tras muchos años sin que ocurriera y un piso que sigue mal. ¿Con la racha también se irá la punta? Tal la incertidumbre latente a partir del pitazo final, cuando faltaban casi 24 horas para que jugara Danubio.
Antes del partido Martín Lasarte anunció que la cancha alteraría el planteo. Pareció evidenciarse en más verticalidad. Con pases largos o con traslado por las bandas, Nacional relegó el toque y priorizó los intentos por ser rápido, pero le costó: las canchas malas son malas para todos, pero unos las conocen más que otros. Esa es la ventaja de Cerro respecto de cada visitante. Sabe de antemano que la división de la pelota es el resultado de una precisión menguada por el piso, que cuando no altera la trayectoria predispone al pelotazo.
Los equipos se esforzaron, a tal punto que hubo situaciones de riesgo y emotividad hasta el final. La primera advertencia fue cerrense e hija del talento de Maureen Franco y de una definición de Facundo Peraza que exigió a Esteban Conde. Nacional cerró el primer tiempo con tres claras. Dos, por arriba. La otra, a cargo de un esforzado Hugo Silveira. Los albicelestes aprovecharon la obligación ajena con salidas rápidas de Agustín Sant’Anna y Lucas Hernández, para conectar con Franco y su circuito. Fue parte un incansable Ángel Luna, que con los minutos se multiplicó hasta donar una enorme cuota de lucha. Cerro debió ponerse esa pilcha desde la media hora, cuando el zaguero Rodrigo Canossa vio la roja luego de recibir dos amonestaciones. El director técnico José Puente sacrificó a Peraza para poner al central Ángelo Pizzorno, de buen partido, junto a su compadre Iván Centurión. Igual que el volante Andrés Barboza.
El único momento en el que Nacional encontró fluidez fue el segundo tiempo. Kevin Ramírez se puso las pilas y desbordó seguido, a veces apoyado por Alfonso Espino y otras por Tabaré Viudez. Sebastián Fernández y Silveira acompañaron bien. Pero el equipo perdió esa chispa tras la doble variante que se produjo en el minuto 64, que se llevó a Viudez y trajo a Martín Ligüera. El creador tuvo una muy clara, cuando intentó un globo que Pizzorno salvó en la línea luego de un monumental error cerrense. También tuvo la última, en la recarga de una chance perdida por los albicelestes: picante, el ingresado Nahuel Roldán desbordó y le regaló el gol a Franco, que increíblemente se pasó en la carrera en la boca del arco.
La gente de Cerro saboreó un empate útil para frenar la racha ajena mas no para terminar con la sangría propia, de cuatro fechas sin victorias. Le sacó provecho al privilegio de llevar a los grandes a casa, en un fútbol en el que algún día los dirigentes de Nacional y Peñarol deberán preguntarse si no será conveniente acostumbrarse a ciertos rigores como manera de mirar más allá de la chacrita y recuperar competitividad en esos torneos en los que Liga de Loja, Real Garcilaso, Palestino, Cobreloa o Sportivo Luqueño son capaces de hacer olvidar los laureles de antaño.