Como es sabido, toda la actividad futbolera del fin de semana fue suspendida debido al fallecimiento de Hernán Fioritto, uno de los jóvenes baleados en los infames hechos acontecidos el 28 de setiembre en la plaza Tomás Berreta de la ciudad de Santa Lucía.
La decisión adoptada por la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) fue atinada y saludable, teniendo en cuenta que en casos similares no había obrado de la misma forma. En esta ocasión los dirigentes de la AUF parecen estar en sintonía con la mayor parte del mundo futbolero, conmovido en las últimas semanas por una sucesión de episodios criminales, en mayor o menor medida vinculados al fútbol.
Según se establece en el comunicado publicado por la AUF la noche del viernes, minutos después de conocida la noticia de la muerte de Hernán Fioritto, la actividad futbolística se suspendió por el fin de semana, el que acaba de pasar, por lo que se supone que el torneo se reanudaría el próximo fin de semana. A partir de hoy esta cuestión comenzará a ser tratada por los dirigentes, mientras en el aire enrarecido por la situación sobrevuelan muchas preguntas y pocas certezas.
Como suele pasar ante estas muertes absurdas, inexplicables, surge la inevitable pregunta de qué hacer para detener este estado de insanía.
Mucha gente cargada de buenas intenciones, pero también de una notoria carga de candidez, clama por la suspensión del fútbol como una posible solución a los hechos de violencia que lo circundan. En esta ocasión, además, se sumaron a esta propuesta de paralizar el fútbol algunos dirigentes, aunque al contrario de los primeros, en ellos cabe sospechar que no los impulsan las buenas intenciones, sino la mínima y miserable motivación de evitar un triunfo deportivo ajeno. Muchos dirigentes de distintos clubes, no sólo de los equipos grandes, han demostrado a lo largo de estos años, en los hechos, ser más parte del problema que de la solución a los hechos de violencia que han tomado al fútbol como rehén, cada vez con mayor intensidad, desde hace al menos un cuarto de siglo.
La trágica muerte de Hernán, la última de una serie que en la era moderna del fútbol uruguayo se abrió con la de Diego Posadas en 1994, parece haber sido el último paso hacia un callejón sin salida. Pero por más que sea un gesto saludable que los que ayer celebraban asesinatos en la tribuna hoy se tornen reflexivos y se hayan dado cuenta de que aún con ese simple gesto estuvieron abonando un sendero de odio que hoy es muy difícil de desandar, eso es apenas un paso mínimo e indispensable para empezar a avizorar una solución a un tema complejo, áspero, que en ningún caso podrá ser resuelto a corto plazo.
Censurar la manija y el fogoneo de la violencia, aun en sus manifestaciones más triviales, es un movimiento básico y posible que es necesario dar, pero aun así estaremos lejos de cercar a un monstruo que ha sido muy bien alimentado durante mucho tiempo y que hoy parece estar más embravecido que nunca.
Mucho se ha hablado también en estos días del rol que debe jugar la Policía en el combate a la delincuencia instalada en torno al fútbol. La decisión de evitar la presencia de policías en determinadas tribunas es bastante reciente, data de alrededor de tres años, pero cualquier futbolero atento podrá recordar o haber vivido episodios en los que la fuerza pública tuvo un rol decisivo en los hechos de violencia, generándola. Es por esto que pensar que la presencia de la Policía en algunas localidades contribuirá a pacificar el ambiente es una afirmación sumamente temeraria.
Está claro que los clubes por sí solos no pueden hacerse cargo de la seguridad en los partidos y que las tribunas no pueden estar dominadas por narcotraficantes, pero la presencia masiva de una Policía más acostumbrada a lidiar con delincuentes que con personas que no lo son tampoco parece ser el camino para resolver el conflicto tal como está planteado. Por otra parte, aun teniendo la mejor Policía del mundo: ¿cómo es posible evitar que una pandilla envilecida recorra decenas de kilómetros para ir a agredir a otros por el simple hecho de ser hinchas de un equipo rival? Si, llegado el caso, estamos todos de acuerdo con que lo mejor es parar el fútbol, ¿por cuánto tiempo debería tomarse esa medida?; ¿dos semanas, dos meses, cuatro años?; ¿no se debería jugar más? Para que se den actos criminales como el del 28 de setiembre en Santa Lucía no parece ser necesario que ruede una pelota.