No se mide el azar. Su propia definición lo impide. Pero sí se pueden medir las consecuencias que de él se desprenden. Alfonso Espino no estaba en los planes de Martín Lasarte, al menos desde el vamos. Pero jugó el azar; el colombiano Sergio Otálvaro salió lesionado, luego de que un tiro libre, le golpeara en la mano derecha, y por él entró el Pacha Espino. El lateral izquierdo oriundo de San Jacinto fue determinante para hacer el primer gol de un partido cerrado, instancia que quebró el juego en favor de Nacional desde el inicio del segundo tiempo. Porque el azar podrá ser el azar, pero el destino de ese zapatazo fue puro mérito de Espino, que desde afuera del área y luego de un rebote sacó un potente remate, rasante, seco, imposible para Fabián Carini.
El quiebre definitivo del trámite fue más bien pensado, lejos de la casualidad. No fue raro que entrara Ligüera, siempre un cambio de pisada en la fe tricolor. Entró para reemplazar a Sebastián Fernández con la tarea encomendada de siempre: enganchar defensa con ataque y generar jugadas de gol.
Y en la primera que tocó, apenas a un minuto de su ingreso, el 10 floridense fue siguiendo con visión periférica el jugadón personal de Kevin Ramírez. Flotando, como disimulado. Ramírez ganó por la izquierda -como casi toda la tarde-, se la llevó entre dos marcadores, remató sesgado, casi sin ángulo, el tiro se estrelló en el segundo palo y derivó hacia el medio, justo donde Ligüera decidió situarse. Iban 66 minutos. Fue el 2-0 y bajó el telón pese a todo lo que faltaba. Y es más: Nacional no agrandó la brecha porque Hugo Silveira no estuvo fino para definir las tres chances claras que tuvo y porque antes, a la media hora de juego, Carini le tapó un penal a Sebastián Fernández.
Previo a los goles, el encuentro fue parejo y se jugó mayormente en la mitad de la cancha. Era lógico: Juventud es una de las mejores defensas del campeonato -sigue siendo la menos goleada pese a la derrota de ayer- y se planta bien. El contragolpe es su receta preferida para atacar, aunque también procura sacar jugo de cada pelota detenida. Pero no pudo. Lejos de poder soltarse, los pedrenses cayeron una y otra vez en la buena contención del fondo tricolor. Salvo un tiro desde afuera del área en el arranque del segundo tiempo, no generaron peligro sobre el arco de Esteban Conde. Navegante solitario, Delis Vargas, único delantero en un esquema con cuatro defensas y cinco volantes, no pudo zafar de la marca ni una vez.
Los méritos de Nacional fueron muchos y variados. A la ya mencionada solidez atrás y con el azar de su parte, los tricolores tuvieron en Gonzalo Porras y Kevin Ramírez a sus mejores exponentes. Porras, otro que no iba a ir desde el arranque pero encontró su lugar porque Diego Arismendi no estaba al 100%, cortó muchísimas pelotas, varias de ellas recostándose cerca de los zagueros. Además, fue la salida permanente, junto a Santiago Romero y Tabaré Viudez. Ramírez, por su parte, hizo lo que mejor le sale: darle rienda suelta a su velocidad buscando el final de la cancha. Encontró en Espino su socio del año y en Silveira la referencia en ataque. No pudieron pararlo, y a las pruebas me remito: participó en las dos jugadas de gol de su equipo.
El destino siempre está adelante. Un punto le bastará a Nacional para consagrarse, aunque, en el peor de los casos, si pierde y Wanderers gana, se asegurará un desempate. Mérito tricolor, producto de la regularidad en el semestre y de ser el equipo con más cantidad de goles a favor, en un deporte en el que mandarla adentro del arco da premios. Con o sin azar.