Según el diccionario de lunfardo, “de querusa la merluza” significa excelencia, muy bueno, óptimo. Y claro que sí. Eso y mucho más significó la histórica clasificación de River Plate a la segunda fase de la Copa Libertadores, asegurándose seis partidos más, con Nacional, Palmeiras y Rosario Central, en el grupo 2 de la máxima competición continental. En algún lugar, el Pancho Míguez, el de la Aduana del River y el Waston, habrá gritado “¡de querusa la merluza!” cuando, en campos de Nuñoa, las dianas volvieron a sonar por el magnífico empate sin goles del darsenero en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. Ese resultado estiró el 2-0 conseguido en Maldonado y permitió a los de la Aduana superar su propio récord copero: no sólo accedieron por primera vez en la historia a jugar la Libertadores, sino que además se aseguraron seguir en la fase de grupos, en la que arrancarán el martes 16 enfrentando a Palmeiras.
Fue estupendo lo que construyó Guillermo Almada y coronó Juan Ramón Carrasco.
Primero hay que saber sufrir
Así no tiene gracia. Si te dejan atacar, atacar y atacar, alguna va a quedar. Y a uno le viene impotencia por terceros: uno no está jugando, uno no es JR y nada puede hacer para evitar que echen cola, como para tirar manteca al techo y jugar con la ventaja bien habida. La brutal hibridación de un inexistente Mourinho uruguayo, que encajó cuatro zagueros en línea y dos laterales que jugaron como tales y no como volantes-laterales, y la propuesta tiqui-tiqui de las 63 jugadas ensayadas por repetición conductista no dejaron más que esa inquietud de emociones en un partido como el de ayer, que para River Plate era el más trascendente de los últimos tiempos.
Si yo fuera bielorruso o tailandés, el partido en la primera mitad del primer tiempo me hubiese parecido muy atractivo y generador de entusiasmo. Pero como soy uruguayo y ocasionalmente de River, como si hubiese sido el menor de los sobrinos del Pancho Míguez, el desarrollo del juego en los castigados campos de Nuñoa después del recital de los Rolling Stones, ese módulo del juego me resultó incómodo, difícil de soportar, por la aparente inconsistencia de una propuesta excesivamente modificada en relación con el cuasi soberbio ideario carrasquista.
El echar cola atrás dio lugar al saque liso y exuberante de la línea de cuatro, muchas veces tuneada como línea de seis, y si bien nunca se llegó al efecto frontón, porque los puntas Michael Santos y Nicolás Schiapaccasse metieron muchos ida y vuelta y generaron varias acciones de gol, el juego, por el miedo a que nos clavaran y pudiese venir el sanseacabó, se desarrolló cerca del arco de Nicola Pérez. Lo bueno fue que los chilenos no concretaron ese peligro que parecía inminente, y River incluso podría haber metido algún gol, pero fue un momento y había que remarla 50 minutos más.
Borracho pero con Flores
La segunda parte prosiguió con el tibio sitio de la U y nuestros zaguerones como si fuesen cuatro imponentes Lugano, saca que te saca, mete que te mete. El frágil equilibrio empezó a ser modificado por la variable tiempo: si bien la cuerda no se rompería al primer tirón, el reloj empezaba a jugar de séptimo defensa darsenero, con un esmerado minutero que le daba de punta y pa’ arriba junto al Kily González, Ronaldo Coinceicão, Darío Flores y Agustín Ale. Y el mayor de los Flores, junto al gaúcho Ronaldo, estaba tan bien como el golero de Pueblo Noblía, Alison Nicola Pérez y Angelito Rodríguez, el mellizo de Deborah. Ya definitivamente empezaba a estar para el River de JR, que dio vuelta la taba con respecto a aquella vuelta de la Sudamericana con la Católica en Chile en 2008.
El hijo del Pepe Herrera, Claudio, sustituyó al de Juanchi González, Giovanni, sin modificar planes ni posición. Tito Planteo, jugador del riñón de Carrasco, y Cacho Segundero, siempre en la vuelta en nuestras canchas, empezaron a dar réditos, disimulando el cansancio cruel de Santos, Schiapaccasse y el reciclado 5-8-10 Fernando Gorriarán.
Cuando este último no pudo más, entró el colombiano César Taján, y River volvió a ser el de los tres atacantes cuando quedaba una docena de minutos, pero felizmente ya estaba todo el pescado vendido. Y era merluza, Pancho. De querusa esa merluza. ¡Qué grande el Riverplé!