¿Por qué propuse la “paridad de géneros” previo a unas elecciones sindicales en el Estado? Porque necesitamos aprender a tramitar los conflictos políticos sin que eso implique legitimar la violencia del amo. ¿Cuál es el problema con pensar-sentir distinto? ¿Es importante pensar que las palabras “circulan” en el sindicalismo? ¿Para qué hablar de “paridad” frente a la posibilidad de elecciones sindicales? ¿Desde dónde partir para escribir un texto sobre la “paridad”? ¿Qué es la “paridad”? ¿A quién le importa la “paridad”? ¿Encerrarse en el silencio o acostumbrarse al dolor de oído? ¿Anclarse en la escucha? ¿Perderse en la mirada del otro? ¿Quién es ese otro? ¿Qué implica tomar una palabra?
Que un ruido se articule en palabra siempre pone en escena una disputa política, y la política no es más que la asunción de un telón de fondo que solemos habitar cotidianamente. Por eso, lo interesante es analizar y desmontar la política de la ficción para, quizá, recuperar el valor del recuerdo y así comprender el peso de los olvidos. Los feminismos históricamente han planteado repensarnos; entonces ¿por qué plantear algo tan simple como la “paridad” para las personas cis y trans todavía genera tanta molestia?
Me sujeto, me supongo, me ato a estas letras, al menos en la oralidad aún puedo arriesgarme a exponerle a otro que me sujeta mi suposición contradictoria inscripta en la reivindicación de la paridad. ¿Por qué? Porque no se nace mujer, se deviene mujer, y hoy es necesario comenzar a nombrar las subjetividades como se autoidentifican.
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“Paridad” no puede significar consenso. “Paridad” hoy instala la conciencia de una disputa muy concreta: ¿cuáles son los límites de la representación en la cuestión de género a nivel sindical? “Paridad” es una palabra que articula mucho más que una “reivindicación de las mujeres”; decir “paridad” significa comprender algo muy simple que todxs pretenden ocultar: nos infantilizan, nos gritan, nos faltan el respeto, nos maltratan, nos insultan, nos acosan sexualmente y un largo etcétera sostenido en rebuscadas formas de instalar el miedo y ejercer la violencia. Violencia de pobres machos que necesitan el reconocimiento de sus ovejas.
¿Alguien me va a representar mejor por su identidad de género? Es un problema que voy a resolver cuando ejerza el voto, pero lo que es seguro es que el macho neoliberal-colonialista no me representa. Soy de esas personas inquietas que eligen moverse, habitar la frontera, que se aburren de leer y necesitan decir-actuar. No es lo mismo aprender equilibrismo que arriesgarse a desplegar el cuerpo; hay posibilidades de lastimarse, pero al menos se puede aprender de las heridas. Abrí la herida de la “paridad” y me encontré con la transparencia: “aclará que no te pegué”, dijo el dirigente machista y transfóbico.
La forma que toma el montaje político es el consenso basado en la delegación. El diálogo y el disenso se enfrentan a la superficialidad de la delegación, un ritmo propio del trance y la prédica. Sin embargo, me interesa la democracia directa y decididamente imperfecta, la democracia que se puede reescribir, el encuadre que se puede mover, el montaje que se puede desarmar. Los contratos no me parecen interesantes; las promesas me resuenan a magia, y es una posición demasiado pasiva.
“Electores y elegibles”: ni siquiera me encuentro en esas letras, y la posibilidad de ser electora no es el corolario de ser elegible dignamente. Cuando las condiciones para habitar el espacio sindical ya no están dadas, hay que deslegitimar las normas y crear otras distintas. Obviamente, no estoy dispuesta a masculinizarme de manera hegemónica para que respeten mis argumentos, no me interesa la mimesis.
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No voy a abdicar de la defensa de lo singular y tampoco voy a alejarme de ciertas disputas políticas. Lo colectivo no puede aplastar la disidencia. Nuestro lazo social es una cierta forma de absolutismo implantado quirúrgicamente por el Estado; su sindicalismo no escapa a ello, y se nota todos los días. Lamentablemente, las prácticas del pensamiento totalitario son las mismas de siempre, se sostienen en el dolor y profundizan la estupidez: desgastar, manipular, paralizar, disuadir, retener, anular, intervenir, disciplinar, castigar, controlar.
El problema de la “paridad” es tan concreto como frases del orden de “Heka es ultra” o, más grave aun, “troska”, utilizando una “etiqueta política” -vaya novedad para el país de las divisas- a modo de insulto. ¿Acaso por trabajar en el Estado -en la mayor precariedad- debería ser obsecuente o sumisa? ¿Debería ocultar o matizar mis críticas?
Me cansé y, al menos, dije “paridad”. Recuerdo a una compañera gritándole “chupapija” a un compañero, recuerdo a todas las compañeras que me han contado sobre la naturalización de los abusos sexuales. Nadie tiene derecho a faltarnos el respeto. Nadie tiene derecho a tocarnos si no queremos. Nadie tiene derecho a marcarnos la existencia; no somos sus esclavas. No la juzgo; todxs podemos reproducir la violencia, pero no todxs estamos dispuestxs a cambiar, y hay límites. No es lo mismo alguien que asume una pérdida para cambiar y alguien que quiere conservar todo como está: ese es el amo.
Se quiso deslegitimar el discurso de una compañera afro diciendo que era “muy apasionada”. ¿Acaso eso no exponía una mezcla de sexismo y racismo, propia del que suele decir: “La afrodescendencia es un invento”? ¿Alguien tiene el monopolio del lenguaje? Sí, el amo. Entonces la disputa es por las palabras, por la ficción que inscribe su violencia en los cuerpos, entonces es necesario tomar la palabra para articular lo que se pueda. ¿Cuál es el problema de que las palabras puedan significar derechos? ¿Las palabras sólo pueden significar las obligaciones definidas por los hombres blancos que “se cogen a las negras”? No, me niego a legitimar eso.
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A los compañeros que hablan en las asambleas no se los interrumpe, no se duda de su palabra, no se los tilda de “apasionados”, no se les pasa por encima ni se les pone etiquetas para denostar sus posturas políticas. ¿Vamos a dudar en dar esta batalla? ¿El sindicalismo del Estado no debería ser el primero en cuestionarse esto? Es urgente construir otro sindicalismo: uno que no les tenga miedo a las diferencias ni a las discusiones políticas; uno que no obligue al consenso o haga levantar las manos de las mayorías para cuidar la ficción de la “dirigencia”; uno que potencie la participación efectiva en la construcción de una autonomía del Estado -aunque sea relativa- de los partidos políticos, de la burocracia clientelar y de la tecnocracia obsecuente.
¿Por qué es “natural” ver a las compañeras dominicanas en las cooperativas de limpieza? La feminización de la pobreza la vivimos todos los días, ¿cuando vamos a decir basta? ¿No lo vamos a hacer frente a la posibilidad de elegir una nueva dirigencia sindical? El machismo es independiente del género que instala el poder médico; de nada sirve ser activista si necesito el Sistema Nacional de Cuidados para luego de trabajar “ir a cocinarle a mi marido” o “no voy a decir esto o aquello porque en mi organización política respeto la disciplina”, “tengo miedo que el dirigente tal me...”. Siempre resuena la misma pregunta: ¿te estás respetando?
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¿La “paridad” es un riesgo a la hora de esencializar identidades? Al votar mi propia propuesta habité una horrenda contradicción: pensaba en las personas intersexuales luego de argumentar la importancia de considerar a las personas trans (travestis, transexuales, transgénero) y ver los rostros de incomprensión de mis compañerxs. Me sentí lejos, pensé en que las letras se pueden cambiar y, al menos, sería una garantía para quienes se quisieran presentar a esta elección. Rápidamente pensé que no conocía a ningún afiliadx intersexual y, al mismo tiempo, sentí un profundo dolor en el estómago porque la propia persona puede no saberlo. Le dije a una compañera: “La intersexualidad la metemos después de las elecciones, en el cambio de estatutos. Qué lamentable”.
Sí, puede ser un riesgo, pero también seamos conscientes de que esta sociedad está a años luz de dar algunas discusiones y que urge salir de la naturalización constante del poder. ¿Por qué? Por algo muy simple: es un país premoderno con resentimientos de “hermano menor” que, reivindicando su usual pacatería y “amortiguación”, ha sostenido las más atroces violencias, que tampoco suelen importar a la clase letrada porque es tan torremarfilista como siempre y sigue sin mirar porque el espejo puede remover fantasmas demasiado jodidos. Tampoco escapa a la influencia regional y global, es parte del porno de Macri, del delirio del golpe a Dilma, de Trump, de las offshore, de Obama en Argentina. La amenaza es a la memoria, a nuestra memoria reciente. ¿Voy a tener un doble discurso sobre esto? Una cosa son las estrategias y tácticas políticas para ver de qué manera podemos dar las discusiones y disentir, otra cosa muy distinta es que solapemos discusiones políticas, las sigamos postergando o no las demos. Me niego.
No me interesa el sacrificio ni que nadie me salve de nada. La política no puede ser de mártires o de heroínas, quiero que las condiciones estén dadas para que muchxs compañerxs participen, puedan disentir y que eso no sea motivo de violencia de la índole que sea. Exijo respeto y condiciones dignas para elegir los espacios que habito; no creo que matizar o callar sea mejor en este momento; puedo equivocarme pero, lamentablemente, la realidad estaría diciendo lo contrario: la dirigencia del partido de gobierno “es de hombres”, la dirigencia sindical “es de hombres”, las corporaciones “las manejan hombres”, las mujeres tienen que masculinizarse de manera hegemónica para “sobrevivir” en nuestra política. Y no puede seguir siendo así. No me interesa el reconocimiento, pero me niego a ser invisible porque el predicador lo dice, no legitimo al poder.