Ingresá

Gastón Ciarlo, Dino, en Dolores. Foto: Santiago Mazzarovich

La respuesta está soplando en el viento

4 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Fue en una clase de Música en tercero de liceo. El nombre de la profesora se me borró, pero voy a rebautizarla Mirtha, con hache, que describe perfectamente su aspecto. Intentaba ponerle onda, y a la música culta le agregaba Rumbo, Los Olimareños, “Guitarra negra” de Zitarrosa, que me clavó la imagen de la vaca muerta de un marronazo. La implosión sangrienta de un cerebro animal.

Un día sonó “Milonga de pelo largo”, de Gastón Dino Ciarlo. Era 1999 y mi banda sonora era el MTV Unplugged de Nirvana. Canciones de pelo largo, rubio, y ojos claros. En esos años llenos de olor a espíritu de pendejo, “milonga” significaba viejo, radio AM, Canal 5. Mirtha desmenuzaba las letras: las margaritas vacías y el frío del pobre hombre que en verdad eran otras cosas. Había algo de distancia quirúrgica con la música. La diferencia entre ver la radiografía de una fractura y sentir el dolor.

Quisiera decir que fue una epifanía. Que Dino me partió la cabeza como el marronazo a la pobre vaca. Pero no. Esa milonga de pelo largo fue a parar al mismo baldío de la memoria donde se perdieron cosas del liceo, como el nombre verdadero de Mirtha y bajarla por Ruffini.

◆ ◆ ◆

Estábamos con Santiago Mazzarovich, mi socio fotógrafo, en Dolores, Soriano. Fuimos a ver cómo estaba la ciudad un mes después del tornado; seguía lastimada, en reconstrucción, elaborando el trauma. Algunos habían perdido el techo de sus casas. Otros, todo.

Ese viernes, 15 de abril, Dino estaba en Montevideo. Iba a cantar en la sala Zitarrosa. El celular le vibró cuando estaba probando sonido. Largó la guitarra y se subió al auto. Es imposible, pensó, pero tuvo tres horas de ruta para dedicarse a creerlo.

Preguntar por Dino en Dolores es como nombrar al Sabalero en Juan Lacaze. Como brújulas, casi todos los doloreños saben apuntar a su casa.

El ómnibus a Montevideo se nos va en una hora, pero no me puedo ir sin conocer a Dino. Socio fotógrafo tiene miedo de perder el viaje. Yo también, pero no lo quiero admitir. Saco mis peores artilugios: que algún día Dino va a caer bajo el espónsor de la muerte y nos vamos a querer matar por no haberlo conocido. Hago cálculos de cuadras y tiempos que no cierran por ningún lado. Al final, lo convenzo con insistencia y psicología barata.

Pasa que, además de saludar a Dino, hay algo que le tengo que preguntar. Una duda que tengo desde hace años sobre una de sus canciones y que me molesta como una astilla de uranio enriquecido.

◆ ◆ ◆

“Milonga de pelo largo” apareció en el disco debut y homónimo de su banda Montevideo Blues. El título engaña: no hay milonga en el ritmo de candombe-pop que el sexteto grabó en 1972. El arpegio milonguero aparecería un año después, en el primer disco de Los Moonlights. Para decir que Dino hizo sólo canto popular hay que ignorar la llevada guitarrera a lo Led Zeppelin de “Cuna de mi muerte”, o el solo de “Arma de doble filo” con sus colores David Gilmour, o la fascinación por Dylan que se nota en “Soplando en el viento”, su traducción de “Blowin’ in the Wind”.

Fue por medio de Jaime Roos y su disco Contraseña, de 2000, que volví a Dino. Incluía una versión del tema “Tablas”. Escuché el disco en Estados Unidos, en una camioneta que iba de Jacksonville a Orlando. Nunca nada sonó tan uruguayo.

Después, investigando, me convertí en algo parecido a un fan. Y llegué a “Los tanos”, un tema sobre un encuentro de italianos que migraron a Uruguay, arraigados aún a sus tradiciones. “A la casa van llegando / grito, abrazo al saludar / sombreros color negro / invierno o verano: da igual”. Y estaba el estribillo, cuatro líneas en italiano que no pude descifrar. Algo de una montaña, del mar y del tiempo. Googlear no sirvió de nada: la letra no está en internet. Fui hasta Ayuí a buscar el librillo, pero no quedaba ningún ejemplar. Le pregunté a mi novia de esas épocas, una argentina enrulada que había vivido en muchos países, entre ellos Italia. Tampoco. Le mandamos la canción a amigos suyos de allá que quedaron igual de desconcertados. ¿Era un dialecto o una pronunciación horrible? La astilla se seguía clavando más adentro.

◆ ◆ ◆

La casa de Dino en Dolores está hecha un esqueleto. Las ventanas y puertas son como cuencas vacías. Alrededor, como prótesis, hay andamios y fierros. Pero basta con preguntar para que los doloreños-brújula apunten a la casa de su hermana, donde se está quedando.

Cuentan que un día Eduardo Darnauchans se miró al espejo, vio la cara de Ciarlo y escribió la letra de “Como en primera persona”, que Dino grabó en 1983: “Península de mi pelo sobre cabeza que tengo / bigote de mis narices / viejos ojos y ojos nuevos”.

Desde afuera de la casa suplente se escucha el riff de “I’ll Feel A Whole Lot Better”, de The Byrds, una rareza en el mapa sonoro de Dolores. Dino nos recibe con la sencillez de sus acordes y un ánimo apagado. “Todavía no hemos hecho el inventario de lo que perdimos, pero se me voló la discografía entera de Zitarrosa”, lamenta. No fue lo peor: también perdió su propia discografía. Eso sí: las guitarras quedaron intactas.

Entonces le pregunto por el estribillo, con la careta del periodista que oculta la ansiedad del fan. Dino frunce el ceño. Está escarbando en 70 años de memoria y la respuesta aparece en cuotas, a medias, después de forcejear. Los versos no son geniales y son preciosos.

En eso, pela una guitarra Epiphone negra, de caja grande, y se sienta en el sillón. Le pido “Los tanos”, pero no se acuerda de la letra, y su carpeta también se perdió en el tornado. Entonces pone los dedos en do y nos dedica una versión despojada y folk de “Vientos del sur”. Hace años (los que lo seguimos lo sabemos) cambió la letra: donde decía “vientos del sur sobre Montevideo” ahora canta “vientos del sur sobre mis dolores”. Me pareció o quise escuchar “sobre mi Dolores”. Y me partió la cabeza.

A Mirtha con hache le hubiera gustado verlo.

Mientras hacíamos la entrevista, Dino tomó la guitarra y empezó a cantar "Vientos del Sur". Nuestro fotógrafo, Santiago Mazzarovich, captó el momento en este video

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura