Se te van cayendo los equipos, pero para los hiperpasteleros y recontravolubles como yo siempre aparecen nuevas oportunidades -sin culpa- que surgen como hongos después de la lluvia, y uno no se queda quieto.
Cosa que calienta -ponele, los fines de semana de julio o de agosto- que los señorones de la televisión o de la radio titulen “Otro fin de semana sin fútbol”. Se sabe que quieren decir “sin fútbol masculino, de mayores, de la Asociación Uruguaya de Fútbol”, pero omiten cada vez, entre otras cosas, a la representación de 18 departamentos, una cincuentena de ligas y unas centenas de clubes de la Organización del Fútbol del Interior, que por estos días, justamente, está en etapa de definición de sus campeonatos más importantes a nivel general, tanto en hombres como en mujeres.
La verdad-la verdad, yo ya me había hecho un programita para el finde, para tratar de seguir a los semifinalistas del interior en lo que ahora se llama Liga A. Porque viste que, a esta altura del partido, los canarios ya sabemos cómo se juega la Football League Championship o la Ligue One, y entonces estrenamos berretines, como si nos hubiésemos tragado una UEFA en dos panes, y tenemos A y B de copa de campeones.
Pero bueno, el boliche del fútbol tiene esas cosas, y aquí estoy, en la nueva-vieja Europa -¿qué hay de nuevo, viejo?-, entreverado para ver la definición de la Eurocopa. La verdad, a mí este campeonato mucho no me va, pero como me embalé muchísimo con Islandia, me armé una ingeniería de conexiones aéreas ya pactadas con otros fines, y aquí estamos viendo lo que sale.
A pesar de la hazaña de los hermanos islandeses, en este campeonato -como en varios- he comido del tupper con la mayoría, con dolor, como me pasó con la derrota del 11 del hielo. Pero malena con cada uno de los otros que he ido agendando para hinchar por ellos: Italia (un elenco uruguayo con buenos peinados y muchísimos más euros), Hungría, Albania, Irlanda... De todos modos, siempre hay de quién prenderse.
Se sabe: la diaria más o menos juna esto de cubrir grandes eventos internacionales, pero acá estamos. Estoy en el horno, mal, con el tema de papeles y acreditaciones que igual -sospecho- no nos hubiesen dado, pero uno le busca la vuelta para solucionarlo, aunque sea en la Fan Fest.
Antes de salir se me ocurrió una idea acerca de una acción largamente ejercitada con éxitos (pocos) y fracasos (muchos) en las puertas del tablado. Con cándida inocencia, unos cuantos muchachitos esperábamos la llegada del mionca o bañadera al escenario, y allí, con rigurosa seriedad, uno le pedía al murguero de turno, en el mejor de los casos, y al utilero, la mayoría de las veces: “Señor, ¿lo ayudo a entrar algo?”.
Como finalmente quedé hinchando por Francia, por el Antoine, y ya que vi en todos los canales el informe “especial” en el que ponían el video de la Federación Francesa de Fútbol en el que se ve a Griezmann enseñando, en la más amplia de sus acepciones, el mate, se me ocurrió hacer la del tablado pero con los elementos necesarios para la mejor infusión. Compré un par de kilos de la yerba mate que usa el goleador galo -que alienta a la selección oriental tuiteando “Uruguay nomá”- y se los traje. Ya en Carrasco, y a pesar de que el mate con virola de plata que le regaló Diego Godín está muy bueno, así como su bombilla grabada de alpaca, se me ocurrió llevarle un pack completo, o un “set de mate”, como dice el instructivo de la embajada de Estados Unidos en Uruguay. No pudo ser: en la tiendita de souvenirs del aeropuerto, un mate cualunque no baja de 20 dólares, una bombillita de lata cuesta unos 30 y, atención, un termito chiquito, que debe ser de 300 centímetros cúbicos, ronda la módica suma de 55 unidades de la moneda estadounidense.
Sólo con los paquetitos amarillos en la valija, un par de diarias, alguna Lento, que mete color, y alguna cosita más, embarqué en el Yutong del aire, el Air Europa, que no sólo te lleva 13 horas con las rodillas como apoyaquijada, sino que además, con profundo desparpajo, deja a medio avión sin cine o música y pretende arreglarte con un arrocito con cuatro o cinco trocitos de pollo, servido en una cajita de 15x5 centímetros. La plusvalía por el cielo.
Imagino que debe ocurrir en casi todas las puertas de entrada a la Unión Europea, pero uno se siente degradado como latino e hispanohablante, y hasta como persona, cuando debe enfrentarse a la impostura agraviante, descorazonadora e insultante de los pasacandados, meros porteros de Migraciones, de los funcionarios que con autómata despotismo juegan al terror con los documentados viajeros que no pasan por la ventanilla de “Sólo pasaportes de la Comunidad Europea”. Mal ahí. Seguramente esos jóvenes y no tan jóvenes funcionarios y los que los mandatan desconocen la forma en que sus antecesores llegaron y fueron recibidos en los puertos de América. Pero allá ellos y sus actitudes, que con afectada frialdad en algunos casos parecen acercarse a la góndola de la xenofobia. La cuestión es que, como quien no quiere barrer en el área so riesgo de que le cobren penal, me fui en el Alta Velocidad Española por 200 euritos a Marsella, en un buen viaje de menos de siete horas. La ciudad todavía está atemorizada por las barridas de los hooligans, pero no hay previsión más que de fiesta para esta noche, en la antesala de la semifinal que van a jugar Francia y Alemania. A pesar del golpe de los enfrentamientos, Marsella siente y vibra con el campeonato, porque hoy sus muchachos jugarán con los alemanes, que siempre meten miedo e imponen enorme respeto. Ahí estaré cuando el Antonio baje del bus detrás de Pogba, con sus enormes auriculares, y acomode el Re-Evolution atenazándolo entre el radio y el húmero de su brazo derecho mientras coordina con su glorioso porongo en su mano izquierda, como sólo puede hacerlo alguien de la escuela oriental. Y en ese momento me le colaré, cual Luis Alberto Mulnedharer (el Colorado de Omar Gutiérrez), y blandiendo mis dos paquetes amarillos de a kilo, le pediré en franceñol: “Antuán Antuán, j’ai apporté ces petits paquets de yerbá pour si les mouches ne seraient pas me laisser aller avec vous et prendre el mateyko y el termolar?”. ¿Quién te dice? Capaz que me ceba un buen amargo de esos recién empezados, que parece que le salen muy bien, y ahí, amargo va, amargo viene, le doy un pegotín de los de “la diaria-Tenemos tiempo” y otro de “Deportivo Uruguay-En otro orden de cosas” y, como quien no quiere la cosa, quedo en posición de comentarista.
Se la vi.
Como le decían a José Leandro Andrade, “la Merveille Noire”: Abrazó, medaillé et baiser.