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Diego Alonso Barragán. Foto: Federico Gutiérrez

Con Diego Alonso Barragán, entrenador de Cerro

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Diego Alonso Barragán habla y aparece una pelota, una que nunca paró de rodar. Fue discípulo de Washington Pulpa Etchamendi en Colombia, trabajó junto a Carlos Salvador Bilardo y fue protagonista directo de la segunda época dorada del fútbol colombiano, entre 1988 y 1994. Hoy, tras ser campeón con Atlético Bucaramanga en la Segunda División y de lograr el ascenso, asume uno de los principales retos de su vida y cumple el sueño que abrazó desde su adolescencia: dirigir a un equipo uruguayo. A un día del debut en la Copa Libertadores, el entrenador habló con la diaria.

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–¿Desde cuándo estuvo ligado al fútbol?

-Desde siempre. Mi padre era médico pero también estaba ligado al deporte como dirigente. Estuvo en Deportivo Cali como médico en 1965, cuando fue campeón por primera vez. Yo entraba a los vestuarios, a la cancha, e iba a las concentraciones. Hablaba con los jugadores, estaba el uruguayo Roberto Álvarez, y otros argentinos y brasileños. Mi primer vínculo fue en mi colegio: el Pío XII. Un día el entrenador renunció, yo jugaba, y entonces el rector nos escogió a tres alumnos para que dirigiéramos el final del campeonato. Dirigimos y salimos campeones. Al año siguiente, cuando fui con mi padre a matricularme nos llamaron. Me dije: “Algo pasó acá”, pensando que me iban a regañar por el estudio. Me encontré con la sorpresa de que el rector me ofreció ser el entrenador de fútbol del colegio de todas las categorías. Me dijeron que mi pago iba a ser la matrícula y la mensualidad que mi padre debía pagar. Quedé becado [ríe].

–¿Cómo se vinculó a Deportivo Cali?

-Jugué en las inferiores hasta que empecé a dirigir en el colegio. Cuando me dieron la chance de entrenar, me fui a Deportivo Cali para aprender con los entrenadores de ahí. Lo que hacía el Cali yo lo hacía en el colegio. En 1976 vino el Pulpa Etchamendi a dirigir. Me vio, dijo que yo le gustaba y me subió a trabajar con él.

–¿Qué vio en usted que lo llevó a tomar esa decisión?

-La verdad es que no supe nunca, porque no me lo dijo. Todos los días me preguntaba si me gustaba. Me decía que tenía que estudiar, prepararme, analizar, aprender y anotar todo. Vivía pendiente de mí. En un año falleció mi padre, y me aferré a él como si fuera mi padre. Luego lo vi morir en el banco de mi equipo.

–¿Qué recuerdo tiene de él?

-Recuerdo todo lo del Pulpa. A pesar de ser un hombre de la calle, estaba muy capacitado. Sabía sobre la vida de Simón Bolívar mejor que cualquier colombiano. Te hablaba de él como si se tratara de [José] Artigas. Eso te impresiona. Me decía que leyera todo, que estuviera pendiente hasta de los clasificados de la calle. Él había repartido diarios, era canilla. Todas esas cosas me impresionaron. Su forma de hablarles a los jugadores, de dirigirlos, de guiarlos, era espectacular. Tenía una chispa de la vida impresionante.

–Con Etchamendi y el profesor Julio Gioscia generó un fuerte vínculo que lo trajo a estudiar a Uruguay en el Instituto Superior de Educación Física. ¿Por qué hizo esa elección?

-Tuve la posibilidad de estudiar en España y en Yugoslavia, por el presidente Alex Gorayeb, pero ganó Uruguay con la amistad de Gioscia y el Pulpa; llegué en 1978. Pleno milicos, como le decían [sonríe]. Nunca lo sentí. Me previnieron mucho. Me hablaron mucho de los tupamaros, que me cuidara de las amistades. El primer día en el instituto, todos hablaban diferente y había apellidos que nunca había escuchado antes. Se me acercó un compañero y me preguntó de dónde era. Yo estaba en un estado reservado, pero le dije que era colombiano. “Ah, de Colonia”, me dijo, y de inmediato me abrazó. Pero no entendía que yo le había dicho Colombia, y él era de Carmelo [ríe]. Luego jugué en Playa Honda, trabajé como preparador físico en Hebraica y Macabi, y dirigí al CISU [Comité Central Israelita del Uruguay], que fue mi primer equipo.

–Le tocó ser entrenador, preparador físico, gerente, asistente. ¿Cómo se explica?

-He hecho de todo en el fútbol. Trabajo administrativo, también. Armé campeonatos, me tocó ser profe, asistente, siempre atrás de esa pelota que es mi pasión. Luego, con el tiempo, aprendí con Jorge Valdano que uno puede estar en cualquier posición siempre y cuando esté preparado. Yo siempre supe que quería ser técnico. El Pulpa me decía que fuera, que hiciera todo como quisiera, porque con lo que aprendía, podía. Con mis grandes profesores se me facilitó mucho. Tuve cuatro grandes: Etchamendi, Néstor Rossi, Carlos Bilardo y Eduardo Luján Manera. El que no aprende con ellos no lo hace con nadie [risas]. Luego tuve a Francisco Maturana como jugador, y me invitó a acompañarlo cuando estuvo al frente de la selección de Colombia.

–¿Por qué Cerro?

-Siempre he mantenido contacto con el fútbol uruguayo. Todos los compañeros me mantienen informado. Hubo dos amigos que me acercaron al presidente: hablamos y nos entendimos muy bien. Era un sueño. Tenía una deuda con el fútbol uruguayo, porque quería devolver todo lo que me dieron y esa educación gratuita.

–¿Lo motivó algo en particular?

-La hinchada, porque la conozco desde cuando vine a Uruguay. Me llamó la atención porque, a pesar de las condiciones del club, siempre está ahí esperando algo importante. Me impactó, y ojalá pueda convencerla. Vine con un plan de trabajo porque conocía a Cerro; lo seguí y estuve pendiente. Lo estudié mucho.

–¿Cómo es ese plan de trabajo?

-Después de saber que Cerro iba a la Copa Libertadores -otra cosa que me sedujo-, se armó el plan de trabajo con la dualidad de campeonato y copa. Acá existe la ventaja de que se juegan los partidos del campeonato local los fines de semana y la copa es en el medio. En Colombia no se respeta eso y hay más partidos; no hay tiempo de trabajar.

–¿Cómo viene trabajando? ¿En qué consta ese plan de trabajo?

-En mi carrera siempre pedí un buen campo de fútbol y pelotas. No me gusta el tema de la montaña, ni de la fuerza y la playa. Sin descuidarlo, ojo. Hago algunos entrenamientos. Pero 90% son trabajos con pelota de situaciones de juego que se presentan en la realidad. Acá lo primero que me preguntaron fue cuándo hacía fútbol. “Todos los días”, les dije. Veo al grupo motivado, contento. El día que haga la primera alineación final quizá haya alguna molestia. Pero también estoy convencido de que los grupos paralelos, o los que no juegan, son los que ganan los títulos. El equipo que sale en la foto del primer partido quizá no sale en el de la foto final. Los tengo motivados para que entiendan mi filosofía.

–¿Cuál es esa filosofía?

-En primer lugar, que el jugador se divierta, que disfrute lo que hace. En segundo lugar, que intente jugar bien al fútbol porque hay alguien que paga por el espectáculo. Si yo voy a ver a un pianista y no me gusta, no tiene sentido. Aquellos partidos en los que se van a las piñas no se disfrutan. El primer generador de violencia es el jugador que no tiene ganas de jugar. Así la gente no disfruta. Si vos jugás bien, la gente va a estar tranquila y vos vas a aceptar si perdés; si jugás mal, termina todo mal.

–¿Cómo se logra eso?

-Intento que haya un buen espectáculo, que el jugador se divierta en serio. Luego, que haya orden. Que tengan las ganas de ganar, de correr, de entregarse. Cada partido es una final, es el último de tu vida, lo tenés que jugar al máximo. Disfrutalo, pero jugalo con todo y que sea ordenado.

–¿Qué ventajas tiene esa opción de contar con asistentes que estén capacitados para hacer de todo?

-A mí me dio resultado. Es lo mismo que cuando vas a dar una clase y tenés 50 alumnos. Es complicado que todos estén atentos, pero cuando vos tenés seis profesores es mucho más fácil. Como yo tengo a todos los entrenadores pendientes, me solucionan otras cosas. Tengo a uno con los delanteros, otro con los defensas, otro con los mediocampistas y otro con los arqueros, y yo me pongo en general o con un grupo. Entonces es muy fácil dar una opinión si vos manejás a menos jugadores. En el fútbol hay que enseñarle al jugador, por más que sea profesional.

–El uruguayo tiene siempre la ilusión de mejorar e irse. ¿Cómo afecta eso el trabajo?

-Parece mentira, pero en España también lo viví: sueñan con irse a otros clubes. En el fútbol hay una gran mentira de que se ganan dinerales, y son muy pocos los que están en esa situación. En España también tenían ilusiones, en Colombia lo mismo. Ahora que estoy en Uruguay me llamaron muchos, porque creen que es como la selección, que hay dinero y grandes estadios. En el fútbol siempre está la ilusión, porque si te va bien podés mejorar, y si no, hay que laburar y laburar. Lo que tiene el fútbol uruguayo no lo tiene ningún país: una gran cantidad de títulos. Algo hay en Uruguay, que siempre son campeones o están en las finales. Eso es un plus. Lo que es impresionante es que en un país tan pequeño se vendan tantos jugadores. Es un potencial impresionante. Sé que desde 1981 Uruguay no gana en campeonato juvenil, y hace mucho que un cuadro uruguayo no gana la Libertadores [el último fue Nacional en 1988], pero la historia marca al mundo. Nadie olvida los títulos.

–¿Qué expectativas hay en la Copa Libertadores para Cerro?

-Todas. En la vida hay ejemplos. Uno es Estudiantes [de La Plata], que cambió la historia del fútbol argentino. Obtuvo tres veces la Copa Libertadores, la Intercontinental, a pesar de que era un equipo muy chico. Fueron grandes con enormes jugadores, trabajando, sin ningún misterio. Los conocí a todos. No tenían extraterrestres. Era una filosofía del fútbol y del trabajo que los hizo importantes. Yo sueño con volver a Tokio como con Atlético Nacional cuando fuimos a jugar con Milan [en 1989]. Perdimos en el minuto 119. Nos decían que nos comían físicamente, y resulta que perdimos en la última pelota quieta.

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