Le voy a contar algo que la gente no sabe. Todos vieron que yo agarraba la pelota y me iba para el medio de la cancha despacio, para enfriar. Lo que no saben es que yo iba a pedir un offside, porque el linesman había levantado la bandera y después la había bajado antes de que ellos hicieran el gol. Yo sabía que el referí no iba a atender el reclamo, pero era una oportunidad para parar el partido y había que aprovecharla.*
Está bien, nunca he firmado un contrato profesional para jugar al fútbol, nunca pude hacerlo como un trabajador del fútbol y, por tanto, aunque tenga bien guardadito mi carné de futbolista fichado en la Asociación Uruguaya de Fútbol y no olvido aquella tarde lluviosa en la que entré por ese mismo portal por donde pasó la primera Copa del Mundo en 1930, nunca coticé en la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales.
No, no soy parte. No soy un asociado a ese insigne gremio que como colectivo surgió de la lucha, de la necesidad y de la dignidad, allá por 1948, con el Negro Jacinto, el mismísimo Obdulio Varela, a la cabeza de la rebelión de los futbolistas por establecer un piso mínimo de derechos de aquellos para los cuales el fútbol había dejado de ser un juego para transformarlo en su profesión, en su oficio, en su trabajo.
Todo bien. Pero si alguien me preguntara quién me dio vela en este entierro, simplemente contestaría que sí, que soy futbolista y que como ya lo debe de haber escrito sir Perogrullo allá en los albores del fútbol, cuando aún no había travesaño ni penal, “sin futbolistas no hay fútbol”.
El ser y el devenir
Soy futbolista. Me siento futbolista desde que mi conciencia me recuerda corriendo detrás de una pelota de plástico, cuando no había más gloria que mis padres, mi casa y la seguridad del regazo, piel con piel, que me iba soltando al mundo.
Soy futbolista en cada tensa, vergonzosa y escondida práctica de aspirantes. Soy futbolista sintiendo el cachetazo de que no me llaman, palpitándome, reventándome el corazón más que el primer beso cuando confirmo que sí, que ese Martínez soy yo, que voy a estar.
Soy futbolista en ese destartalado vestuario de agua fría y ojotas prestadas, de champú garroneado, y de esa fragancia única que combina el agrio gusto de esos harapos diarios, de vendas sucias, del barro hijo de gastados tapones, de la leña de la caldera, y de los perfumes, geles y cremas que re pillados asomaban de las botineras (las originales: las carteritas para llevar los zapatos de fútbol) mientras sonaba el casete del Chino o del Hétor con la Borinquen o la Palacio.
Soy futbolista subiéndome con problemas al mionca que nos llevará a La Escuelita de Manga o Alto Perú, a Basáñez, al Salus y a Colón. Soy futbolista mientras me dan un bailongo terrible, reventándola contra el travesaño, o conversándome al director técnico: “Si me ponés, te juro que te gano el partido”. ¡Soy futbolista, prendido al alambrado revoleando la celeste y gritando en disfonía crítica el enésimo “Uruguay nomá”!
Soy futbolista ahora, que hace años que no puedo empalmarla con precisión, ni tirarme a los pies para sacarla justita, ni despegarme del piso para sentir el sublime goce de meter un guampazo que abolle la globa y la ponga lejos, muy lejos de cualquier intento de frenarla.
Soy futbolista porque, con conciencia de clase, sé que sin futbolistas no hay fútbol.
Carne de vestuario
Con aquel mismo voceo que aprendí en los vestuarios y que reservo para el portal más primitivo de mi alma les mandaría cerrar el orto a todos estos caracagadas que ahora abren la boca haciéndose los mosquitas muertas porque no saben el porqué de la medida o se preguntan qué es lo que no les (nos) gusta o está mal.
Soy futbolista y juego para Más Unidos Que Nunca en mi cancha, que ahora parece ser esta. La verdad, no puede ser que Obdulio y sus compañeros se hayan pelado el culo creando conciencia de clase de jugador para que ahora estos lo arruinen así. Es lo que pienso y repito, una y otra vez, cada vez que escucho a Enrique Saravia o a Héctor Morán. Vuelo de la calentura por los que dan voz, una y otra vez, a la falacia, a la mentira, con una maniobra impune y barata, que consiste en enchastrar, sugerir miserias y seguir adelante en medio de un desparpajo buchón y complaciente.
“Un capricho de los jugadores de la selección”, dice uno. ¡No! No pueden ser tan caretas. Hace casi un año de que nuestros futbolistas, todos, primero los de la celeste y enseguida los de nuestras canchas, sacudieron la estructura casi feudal con la que Tenfield enroscó el fútbol todo, por la que estamos en esta lucha desigual, acomodada por presiones e intereses. Hace un año que los vasallos del gran señor feudal que nos diezma con su negocio la vienen mareando, pudriendo y desgastando.
Esta directiva de la Mutual, que “por error” había llegado a acuerdos con Tenfield sobre derechos que no eran enajenables, que no se podían comercializar sin aprobación previa, lleva meses de administración seriamente cuestionada de manera masiva por sus pares, pero juega con el tiempo, con el desgaste, con la burocracia y, aparentemente, con los favores u omisiones que, por ejemplo, no advierten la presencia de muertos en los padrones.
¡Sí, chef!
¿Cómo van a hacer paro? ¿Cómo van a dejar de rehén al fútbol?, se preguntan otros, primos hermanos de los que dudaban de los rebencazos en la espalda del peón rural, mientras van desparramando. “Ojo con lo que les puede pasar”, deslizan otros, que tienen noticias de que el hombre de la bolsa anda por ahí.
“La situación ha llegado a un extremo en que el jugador se cansó, o se hartó de que nos menosprecien o no nos den importancia en los reclamos. Así que no hay miedo por efectos rebote de la decisión tomada”, salen fuerte y jugando los futbolistas, que van firmes y seguros a la pelota dividida. “Que se haga una asamblea y democráticamente veamos la cantidad de socios que aceptan o no los puntos del orden del día, que votan que si o que no a lo pedido, y ahí se termina el conflicto. Si esta Comisión Directiva se siente respaldada y siente que cuenta con el apoyo de la gran masa societaria, la solución es muy simple: citan a asamblea ya, se levanta la mano y listo. Es lo más democrático que existe”.
Basta de agachar la cabeza, dejémonos de “¡Sí, chef!”, y evolucionemos en la lucha de la recuperación de los principios que nos legaron Obdulio y sus compañeros. El conocimiento es la herramienta que nos permitirá ir siempre en busca de la justicia.
Soy futbolista y creo en la irradiación que propuso y propugnó el Maestro Óscar Tabárez para la formación del futbolista mediante un concepto de formación integral que influya positivamente en todos los aspectos que hacen al bienestar y al crecimiento total del individuo, a los que se agrega la circunstancia de sus relaciones con el espectro futbolístico.
Pertenencia,adhesión, solidaridad. Ese es el ataque letal de los Más Unidos Que Nunca.
Unidos y adelante. ¡Vamo’ arriba, bo! Vamos que podemos. ¡Vamo’ arriba nosotros!
(*) Obdulio Varela a Osvaldo Soriano en “El reposo del centrojás”, publicado originalmente en 1972 en el diario argentino La Opinión y luego incluido en el libro Artistas, locos y criminales.