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Rober Frank, durante la presentación de su libro Success and Luck durante las IX Jornadas NIP de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración. Foto: Andrés Dean

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Su planteo es simple: todos seríamos más felices si viviéramos en un mundo menos desigual. Para demostrarlo, Robert Frank analizó durante 30 años el comportamiento humano desde la óptica de la desigualdad de ingresos. Este estadounidense, oriundo de Florida, con estudios en el campo de la matemática, la estadística y la economía, tuvo varios reconocimientos por sus contribuciones en el vínculo entre el bienestar, el consumo, el ahorro y la búsqueda de estatus social; el efecto de los sentimientos y la moral en la toma de decisiones y las interacciones sociales. Frank estuvo esta semana en Montevideo invitado por el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración, y entre sus actividades, conversó con la diaria acerca de la construcción de la desigualdad desde la competencia. Su propuesta: combatirla moviendo el origen del crecimiento, gradualmente, desde el consumo a la inversión.

Los economistas muchas veces se centran en los números para estudiar la realidad, mientras que tus estudios están basados en las reacciones humanas según la etapa evolutiva de la sociedad. ¿Qué implicó esta visión menos racional?

Los números, sin dudas, son importantes: tenemos que saber cuánto ganan las personas, cuánto ahorran. Sin embargo, para entender realmente estos números tenemos que entender previamente por qué la gente hace lo que hace. Muchos de los modelos económicos tradicionales no hacen un seguimiento de lo que los actores hacen realmente. Me refiero a que, por ejemplo, es de común acuerdo que todo el mundo deje 10% de propina en los restaurantes: es lo que nos han enseñado. Los modelos económicos predicen que si se trata de un restaurante al que no vas a volver, entonces no dejás propina. Esto es porque el objetivo de la propina, además de recompensar a quien te atendió por haber hecho un buen trabajo, busca generar que te sigan atendiendo bien las próximas veces que vuelvas a comer allí, y al saber que no vas a volver, que tu cuenta va a ser 10% más barata y que la persona que te está atendiendo no va a saber de esto hasta que no te vayas. La predicción de los modelos económicos tradicionales es que la gente no va a dejar propina en esas circunstancias. ¡Pero la gente lo hace! Casi todo el mundo deja, de cualquier forma, 10% de propina. Entonces, si queremos entender qué es lo que la gente va a hacer cuando tenga una reducción de impuestos o el precio de los combustibles suban, tenemos que comprender qué es lo que realmente hacen cuando estas cosas pasan, no lo que un robot imaginario haría. Y si tenemos información más realista sobre su comportamiento, podemos predecir con más certeza lo que las personas harían en determinada situación.

Recientemente ha surgido el concepto de meritocracia como defensa de ciertos tipos de alcance social, y en tu reciente libro, Success and luck, decís que se trata de un mito.

Más que un mito, creo que es un concepto que está sobrestimado. Hoy los mercados son más competitivos que en el pasado y, en este sentido, la mayoría de las personas que tienen mejores sueldos no obtienen esos trabajos exclusivamente en función de su mérito. La vida es como una escalera de miles de escalones, donde cada uno depende de todos los que vinieron antes y de la misma manera influencian a todos los que vienen después. En ese sentido, las diferencias en cada paso, si bien pueden ser pequeñas, puede cambiar radicalmente a dónde llegamos en el largo plazo. Las personas que alcanzaron esos lugares de éxito pueden olvidar fácilmente que podrían haber terminado en un lugar muy distinto. Y muchos de los pasos que damos al principio no están bajo nuestro control, como puede ser la familia de procedencia, el lugar de nacimiento, tu círculo de contactos, si tuviste un buen maestro que te mantuviera lejos de los problemas. Todo eso es mucho más importante de lo que pensamos, y eso no significa que el esfuerzo y el talento no sean importantes –de hecho, son muy importantes–, pero además de eso, hay un componente de suerte.

¿Por qué decidiste centrarte en el estudio de la dimensión monetaria de la desigualdad?

La mayor preocupación que tengo –y esto es basado en nuestra experiencia en Estados Unidos– es que las personas que ganan los mayores ingresos tienen fortunas mucho mayores que 40 años atrás, y muchos de ellos creen que esto fue producto sólo de su propio mérito y por tanto son los más renuentes a pagar impuestos. Tenía la esperanza de ayudar a que la gente estuviera más dispuesta a hablar sobre la suerte que pudo haber disfrutado en su camino hacia la cima, porque cuando las personas pueden verlo se vuelven mucho más generosas con los demás, y por ende capaces de devolver mediante impuestos o inversiones para el bienestar colectivo. Las personas que creen que hicieron todo por ellas mismas son del tipo de las que donan su dinero a los partidos políticos que prometen recortar sus impuestos, lo que dificulta aun más la posibilidad de que el Estado invierta para que otros también puedan crecer.

No es sólo en Estados Unidos, la desigualdad es cada vez más profunda, tanto a niveles locales como entre regiones geopolíticas, en términos generales. ¿Cuál es tu lectura de este fenómeno?

Vimos períodos como estos en el pasado: siempre que fue posible llegar más lejos territorialmente, hubo un crecimiento de la desigualdad. Antes la producción era muy localizada; en cada ciudad había, por ejemplo, productores de pianos, pero luego, con las guerras mundiales, se posibilitó el comercio marino y la manufactura se concentró en los mejores productores. Con la revolución de las comunicaciones vimos ese mismo proceso de una manera mucho más intensa. Ahora es posible conectar al mejor productor con las mejores ideas, que pueden viajar sin costo alguno, y así, el mejor puede servir al planeta entero. Y a esa escala, la diferencia entre el mejor y el siguiente es exponencial: eso explica la creciente desigualdad.

¿Qué opinás del establecimiento de una renta básica universal?

Estoy a favor de un tipo de renta básica, en un monto mucho menor de lo que una familia necesita para vivir cómodamente; y si la familia quiere una mayor cantidad, que puedan complementarlo con un trabajo en el sector público, que sea útil para la sociedad y que produzca satisfacción y capacite a quien lo hace, para que pueda posteriormente insertarse en el sector privado.

En tus evaluaciones le das importancia al contexto y sostenés que una sociedad con un impuesto progresivo al consumo estaría tan feliz como una con las leyes tributarias estándar con compras de bienes equivalentes. ¿No choca en algún punto con tu teoría de que el consumo de ciertos bienes produce una sensación de estatus en algunas personas?

No necesariamente. El mayor gasto de una sociedad se basa en que todos quieren algo “especial”, pero este es un concepto relativo y, generalmente, se mide en comparación con los otros. Pero sólo la mitad puede ser mejor que el promedio, entonces hay un límite en el suministro de lo “especial”. El impuesto progresivo al consumo lo limita en un punto, porque se calcula en función de los ahorros (es decir, la diferencia entre ingresos y consumo). Lo que hay que hacer es adoptarlo de manera gradual, y lo que pasará es que disminuirá gradualmente la tasa de consumo y aumentará gradualmente la tasa de inversión por parte del Estado que recauda el impuesto, y el crecimiento de los países (como es igual a inversión más consumo) se mantendrá igual o incluso aumentará, pero con consumos más moderados.

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