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Mauricio Affonso, de Peñarol, anoche, al final del partido con Rampla Juniors, en el estadio Campeón del Siglo. Foto: Andrés Cuenca

Tela de Cebolla

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Cuando estábamos en los minutos de adición y Peñarol dejaba todo en el ataque, seguro que sus jugadores y sus hinchas soñaban, pensaban y creían, como en un ritual pagano, que podrían evitar la derrota con Rampla Juniors, que estaba 2-1 arriba y cerca de poner un ilevantable 3-1. Pero quizá nunca habrían podido llegar a imaginarse que en ese último minuto de juego no sólo lo iban a empatar, sino que se llevarían la victoria. Es cierto que el último gol estuvo absolutamente viciado de nulidad, pero si Mauricio Affonso, autor de esas dos anotaciones mágicas, hubiese estado un metro atrás, habría convertido igual. La única explicación de que eso sucediera es la presencia y jerarquía del Cebolla Cristian Rodríguez, que fue quien habilitó, con un centro punzante y medido, el cabezazo del gol del empate y, otra vez con zurda y pase de gol, el del triunfo final. Increíble.

¡Suéltame, pasado!

Con el punto bonus para la tabla moral que representó el triunfo de atrás por la Copa Libertadores entre semana frente a Atlético Tucumán, sumado a la importancia de reafirmarse en casa, Peñarol salió a jugar como si se tratara de un partido copero, aunque con variantes respecto del equipo que les ganó a los argentinos el jueves. Esta vez arrancaron con una línea de cuatro que cambió tres roles y dos futbolistas: entraron Alex Silva y Ronaldo Conceição por Iván Villalba y Lucas Hernández, respectivamente, pero además Hernán Petryk pasó de lateral derecho a lateral izquierdo.

Rampla pasó más de un cuarto de hora sin cargar, por lo que no fue posible reconocer mejorías defensivas, aunque sí en el soporte a la ofensiva, la principal preocupación y ocupación de los carboneros desde el inicio del partido. En ese sentido fue trascendente, una vez más, por jerarquía y por propuesta de juego, el Cebolla Cristian Rodríguez, que con sus vertiginosas carreras generó penúltimos pases y una buena cantidad de tiros de esquina.

Rampla tuvo un comienzo tan frágil como impreciso, en el que le fue imposible la conteción del balón en el lugar donde se originaban las vertientes ofensivas de Peñarol, al tiempo que tampoco fue capaz de articular jugadas que le permitieran tener la pelota o tratar de arrimarse al arco de Gastón Guruceaga. Sólo con el más grande de los Alex Silva -el de Rampla es 9, el de Peñarol es lateral derecho- en la punta, delante de los cuatro o cinco pobladores de los alrededores del círculo central, los del Cerro no pudieron establecer un patrón de juego que por lo menos permitiese poner en cuestión la posesión de la pelota. Ni hablemos de tenerla o de construir desde el medio hacia arriba.

Pasa como con esas colillas arregladas con cinta aisladora o un pedazo de cámara de neumático: uno sabe que por un tiempo aguantarán y solucionarán el problema, pero también que no es para siempre y que habrá que cambiar si se quiere evitar un disgusto. Pimba, pumba; el ringui ranga de la última línea de Rampla era el remiendo atado con alambre de un plan que seguramente no prosperaría. Es difícil soportar todo un partido así, sobre todo ante un rival cuya única expectativa, por definición, es el triunfo.

En Peñarol fue mermando la participación del Cebolla y, en consecuencia, todas o casi todas sus posibilidades de juego. Los arreglos provisorios de los picapiedras -un atadito con alambre por acá, un emplaste de poxipol por allá- empezaron a dar la sensación de que serían definitivos. Encima, en la última jugada del primer tiempo Alex Silva -el de Peñarol- y Ronaldo Conceição jugaron a la mancha hielo, y Santiago González se les coló y definió ante Guruceaga, quien otra vez, como ante los tucumanos, fue decisivo con sus manos y sus estiradas, y evitó el gol.

Los goles que ya van a venir

Sin lograr levantar su estándar de juego colectivo, pero tal vez con el aliciente del vestuario, el estímulo de aquel casi gol cuando se iban al entretiempo, Rampla comenzó la segunda parte sabiendo cómo era tratar de disputar la pelota en terreno de Peñarol. Así, tímidamente, empezaron a desnudar fracasos en la gestión defensiva de los carboneros. En eso estábamos cuando una lejana falta propició una gran ejecución de Emiliano García -el tiro fue buenísimo- que, junto a la inusual apertura de los integrantes de la barrera, hizo fracasar el intento de contención de Guruceaga y se transformó en el gol de apertura. Iban apenas nueve minutos de juego, y aquel rústico y desprolijo poco pero mío de Rampla empezaba a transformarse en un dudoso ejemplo de eficiencia.

De inmediato, Leonardo Ramos promovió los ingresos de Diego Rossi y Gastón Rodríguez, acomodando un delantero más (salieron Guzmán Silva y Junior Arias). Peñarol empezó a cargar de la formá más caótica y desordenada que uno pueda imaginarse, y después de que un error defensivo casi provocara el segundo de Rampla, Marcel Novick bajó de muslo una pelota, la hizo correr por la medialuna y le metió un derechazo impresionante para marcar el empate. Iban 25 del complemento y, por repetición, más que por insistencia, llegaba el empate mirasol.

Sin cabeza, sin encuentros colectivos, pero con ganas, muchas ganas y una suerte de mandato espiritual al que no acompañaba la razón, Peñarol se estableció en la frágil frontera de todos al ataque. Casi hace el segundo, pero en una humilde y lejana falta, los picapiedras, de pelota quieta, lograron el desequilibrio con un cabezazo de su Alex Silva, que le ganó la cuereada aérea a Ronaldo y venció irremediablemente a Guruceaga para poner el 2-1.

Después sucedió lo increíble, lo que parecería una crónica de realismo mágico, pero no lo es. Hasta el minuto 92 Peñarol perdía y no había vuelta, pero la jerarquía del Cebolla permitió que Affonso, en el medio del caos, metiera dos goles en un minuto y le diera el increíble triunfo a Peñarol. No cuenta, o no debería contar, la clara posición adelantada del arachán en el último gol, que sacó al equipo de Ramos de una situación de descontrol y dudas. En la tabla suma tres puntos -los tres puntos que se iba a llevar Rampla- que en la vida del equipo significan una soldadura a tiempo. Veremos si solidifica para asegurar su buen funcionamiento.

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