El primer porro legal que el Estado hizo cosechar tiene un buquet maravilloso. Las flores están bien curadas, aunque un poco secas, quizá. Al fumar es suave. En paladar expresa tonos terrosos y matices cítricos de naranja. No raspa la garganta ni hace toser. Es leve. Su aroma, moderado. El pegue, límpido. Imagino que es por el CBD, el principio activo antagonista del THC, la discordia de estos días.
Está mejor que 75% de las flores que se cultivan en Montevideo y la zona metropolitana. Me pregunto de qué nos quejamos. Miren a los vecinos y más allá. ¿Qué hay como Uruguay? Hay que ser agradecido. El porro está súper bien. Al sibarita no le va a convencer, pero los sibaritas plantan lo que quieren. Este es el primer porro que el Estado planta y que vende sin impuestos.
Pasaron cinco años desde que los presidentes de la Organización de Estados Americanos pidieron otro enfoque en las políticas de drogas en la cumbre de Cartagena. Los modelos regulatorios no avanzaron mucho en ningún lado. Enfrentaron una crítica que no los dejó nacer o que los dejó crecer poquísimo.
Uruguay fue tapa de todos los diarios del mundo ayer y hoy. Dos gobiernos sucesivos construyeron un sistema para dispensar marihuana. Un atrevimiento en el mundo. Un nunca visto.
En este país tan pequeño como arrogante apareció un presidente de Rincón del Cerro chamuyando y comiendo oreja, a lo tupa. Con boliche, gayola, Cerrito y Job blancas, un tercio de las cámaras parlamentarias y ganas de hablar de política. Es algo que los políticos hacen poco: parecen todos gerentes y gerentas.
Alguien lo debe haber convencido al viejo Mujica de algo. Porque pasó de querer agarrar del forro a tomar la toreada por las astas. Un Uruguay se desdobló, se convenció por el nieto, el sobrino, el hijo, y también por el viejo y su voluntad política, las organizaciones sociales, las marchas, los debates tenidos y los imaginarios. O por simple y llana resistencia.
Algo grande ocurrió y todavía sigue ocurriendo. Muchos no lo ven. Otros no lo entendemos del todo. Algunos no quieren creer que las cosas puedan estar mejor porque vivimos en un territorio hostil, en el que la opinión disfrazada de inteligente y santa crítica en 140 caracteres marca el pulso de la aldea local.
Se reguló todo a pesar del pensamiento post-it, la Policía que no acepta el cambio, jueces, parlamentarios, ministros, secuaces y séquitos, corporaciones seudogremiales, acólitos y anónimos alcahuetes que no conocen de este placer mal llamado drogas. Todos ellos convocan en su mente una hoguera en la que la palabra “droga” se maldice. Con sólo invocarla se desatan tempestades: que esto, que aquello, rayos y centellas y lo otro, sí, el otro, más bien. A pesar de todo, ese quiste, el cannabis, está en las farmacias.
Es súper generoso el porro del Pepe, de Tabaré y de todos por debajo de los macroliderazgos. Este porro fue un porro anónimo: alfa o beta. Son aquellos que le metieron cojones al falso deber ser. Aplausos a las dos empresas que cosecharon los plantines que el gobierno les dejó en febrero de 2016. Salud a las 16 farmacias que venden sin esconder nada y se la bancan con buena onda porque quieren que les vaya bien.
El Instituto de Regulación y Control del Cannabis pudo armar un sistema de dispensación de marihuana legal con una plantilla mínima de funcionarios. En tres años, esta institución logró arrebatar 20% del mercado de cannabis estimado.
Los autocultivadores y los clubes ya producen cuatro toneladas anuales; lo mismo que incautó la Policía antidrogas el año pasado. Con las cuatro toneladas anuales previstas para las farmacias, la regulación será dos veces más efectiva que la Policía de narcóticos para sacarle ganancias al tráfico.
Este porro es una victoria de la sociedad civil, de los cannábicos, de los de los derechos, de la voluntad política de Mujica, seguidores y colaboradores, de un puñadito de médicas. Una victoria contra las razias de los 80 y la seminal picana de la dictadura. El porro es de todos los que lo padecieron. Y ahora empieza a ser de todos quienes lo disfrutan. Sin paranoia, sin violencia, sin mentiras.