Buscando reabrir el debate sobre desigualdad, el World Inequality Lab publicó su informe de 2018, coordinado por Facundo Alvaredo, Lucas Chancel, Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman. Basados en la evidencia disponible y la intención de articular los fenómenos macroeconómicos relativos a la desigualdad -como políticas de nacionalización y privatización, acumulación de capital y evolución de la deuda pública- con los microeconómicos -los ingresos de los individuos, las transferencias que perciben, así como su riqueza y deudas individuales-, los más de 100 investigadores involucrados concluyen que la desigualdad se incrementó en prácticamente todas las regiones del mundo en décadas recientes, marcando el fin del período igualitario de posguerra. Aunque a distintas velocidades.
Si se observa por regiones, la desigualdad es relativamente más baja en Europa y alcanza su máximo en Medio Oriente. A modo de ejemplo, en 2016, la participación en el ingreso nacional de 10% de individuos con mayores ingresos -lo que se conoce como el decil superior- era 37% en Europa, 41% en China, 46% en Rusia, 47% en Estados Unidos-Canadá, 55% en África Subsahariana, Brasil e India y llegaba a 61% en Medio Oriente.
En este marco, los contextos institucionales y políticos nacionales marcaron la diferencia. Al menos así lo ilustran las diferentes trayectorias de los países anteriormente comunistas o con altos niveles de regulación: “El incremento en la desigualdad fue particularmente abrupto en Rusia, moderado en China y relativamente gradual en India”, concluyen los investigadores.
Pero la divergencia más notoria se ve entre Europa Occidental y Estados Unidos. Ambos contaban con niveles similares de desigualdad en 1980, pero hoy se encuentran en situaciones radicalmente distintas, y el crecimiento de la participación del 1% de mayor ingreso lo muestra. Mientras que en 1980 era cercana a 10% en ambas regiones, en 2016 se incrementó a 12% en Europa y en Estados Unidos se disparó a 20%, producto, en este último caso, de una “enorme desigualdad educativa”, según los autores.
Ahora, mirada sin las fronteras de regiones y países, la desigualdad entre los ciudadanos del mundo creció “agudamente”. El 1% de los más ricos a escala global recibió el doble de ingresos que el 50% más pobre, un grupo que, más allá de esto, experimentó tasas de crecimiento “importantes” gracias a los altos índices de crecimiento en Asia. Por su parte, la clase media global -definida como aquellos individuos que concentran entre 50% y 90% de los mayores ingresos- se contrajo.
Atados de manos
Desde hace 40 años se observa en prácticamente todos los países -tanto ricos como emergentes- transformaciones importantes en la propiedad de la riqueza, con una dirección que viene cambiando del dominio público al privado.
Mientras que la riqueza nacional -que incluye al sector público y privado- creció de manera notable, la pública se volvió negativa o cercana a cero en los países más ricos, donde las deudas superan los activos y cíclicamente limitan la capacidad de los gobiernos para reducir la desigualdad.
La riqueza privada creció en los últimos 50 años, pasando de representar 200%-350% del ingreso nacional en la mayoría de los países ricos en 1970, a 400%-700% en la actualidad.
En países como Rusia y China, que en estas últimas décadas transitaron del comunismo al capitalismo, la riqueza privada se triplicó y cuadriplicó, respectivamente. Ahora su relación entre la riqueza privada y el ingreso nacional se aproxima más a los niveles observados en países como Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
Por el contrario, la riqueza neta pública -es decir, quitándole el peso de la deuda pública- cayó en prácticamente todos los países desde la década de 1980. En China y Rusia disminuyó de 60%-70% a 20%-30% de la riqueza nacional, mientras que en Estados Unidos o Reino Unido se volvió incluso negativa; en tanto, en Japón, Alemania y Francia es “apenas positiva”. Las únicas excepciones parecen los nórdicos, “países como Noruega, que cuenta con recursos petroleros y fondos soberanos de gran envergadura”, ejemplifica el informe.
Combinación de factores
La combinación de privatizaciones a gran escala con el incremento de la desigualdad de ingresos potenció la concentración de la riqueza. En Estados Unidos aumentó la participación del 1% más rico de 22% a 39% entre 1980 y 2014, “en buena medida explicado por el incremento en la participación del 0,1% más rico”, se aclara. En países como Francia y Reino Unido el aumento fue menor, según los autores, por el “efecto moderador” de la riqueza inmobiliaria y por el menor nivel de desigualdad de ingresos en comparación con los norteamericanos.
Por otro lado, en China y Rusia el 1% más rico duplicó su participación entre 1995 y 2015, pasando de 15% a 30% en el primer caso y de 22% a 43% en el segundo.
Sobre el futuro
Una última parte del informe se proyecta a 2050 en base a distintos escenarios: si las condiciones actuales se mantuvieran, la desigualdad a escala mundial continuaría creciendo incluso bajo supuestos optimistas al respecto del crecimiento de los países emergentes de África, América Latina y Asia.
Esto no es, sin embargo, inevitable. Los investigadores sugieren que la progresividad impositiva es una herramienta “de probada eficacia” para limitar el aumento de la desigualdad y la concentración de ingresos y riqueza. “No sólo reduce la desigualdad de manera directa, sino que también disminuye los incentivos a capturar fracciones crecientes de ingreso y de riqueza, al limitar su magnitud”, sostienen.
Para evitar la evasión tributaria -siendo que los activos en paraísos fiscales representan más de 10% del Producto Interno Bruto mundial-, también proponen un registro financiero global que “dé cuenta de la propiedad de los activos financieros”, lo que “permitiría limitar la evasión fiscal, el lavado de dinero y el crecimiento de la desigualdad”.
Por último, enfatizan en la necesidad de mayores inversiones públicas en educación, salud y protección medioambiental. Y no sólo eso: una “mejor representación y participación de los trabajadores en la estructura de decisión de las empresas” y salarios mínimos a niveles “dignos” también completan la receta propuesta.