Con un gol en cada tiempo, el campeón uruguayo, Peñarol, se quedó con la Copa Antel tras vencer a Nacional 2-0. Parejo, disputado, con más charla que buen juego, al clásico lo definieron los aciertos. Cuando promediaba el primer tiempo, Fabricio Formiliano aceptó el rol de goleador, encontró una pelota suelta y metió el 1-0. Ya en el complemento, a los 76 minutos, el último fichaje carbonero, Gabriel Toro Fernández, liquidó el partido con un tiro cruzado. Lo único para el olvido fueron las expulsiones. Muchachos, ¿en serio?
Clave
El desnivel en el primer tiempo fue el gol, eterno rompedor de tácticas, estrategias o superioridades de diferente tipo. Es el rey del juego; se sabe desde que inventaron las reglas. Es necesaria esta introducción porque, más allá y más acá de la mitad de la cancha, el clásico era parejo por donde se lo mirara. En la previa se podía imaginar que Peñarol, que tiene un gran plus sobre Nacional –el tiempo de conocimiento entre sus jugadores, además de que los nuevos, Gio González, Agustín Canobbio y Fidel Martínez, se han acoplado bastante bien–, podía manejar los hilos del juego, pero ni tanto. Funcionó mejor, sí, pero ni tanto. El tricolor, por su parte, tuvo lo más destacado por el lado derecho cuando se asociaron Matías Zunino y Leandro Barcia, en todos los casos sin generar grandes jugadas ni, mucho menos, situaciones de gol.
Hasta el gol de Formiliano hubo dos chances claras, una para cada uno. Primero lo tuvo Peñarol, a los cinco minutos, cuando Alegría Martínez definió de zurda luego de una gran asistencia entre líneas que le dio Guillermo Varela, pero la pelota se estrelló en el travesaño. Minutos más tarde, a los 11, Guzmán Corujo le pegó a la carrera luego de un centro que salió desde la izquierda, bien combado tras la pegada de Luis Aguiar, pero también fue errático. Un 0-0 enorme, más discutido que partido de truco.
Hasta los 31 minutos. Tiro libre ideal para un zurdo. Peñarol tiene dos candidatos para ejecutarlos: Cristian Rodríguez y Lucas Hernández. Conversaron, el Cebolla le pegó fuerte y casi rasante, la pelota pasó por el medio de la barrera, Esteban Conde no pudo controlarla del todo, dio rebote y, rápido para los mandados, Formiliano puso el 1-0. El gol, la gran diferencia del juego.
Entre eso y el final del primer tiempo pasaron las expulsiones. Primero se regaló Carlos de Pena –que ya tenía amarilla– y luego Ramón Arias. La última jugada podría haber sido el empate, a los 47: centro desde la derecha, cabezazo cruzado de Sebastián Fernández que cosquilleó el palo derecho de Kevin Dawson, y pitazo final.
Desenlace
Como todo segundo tiempo, aun sin importar el resultado, el complemento es la ilusión de lo que pueda ocurrir (y quien dice fútbol dice la vida, exageraciones aparte). En este caso, más allá de que se tratara de un clásico de verano, si se quiere como preparación del que tiene premio y se jugará el viernes, los segundos 45 fluctuaron entre las ideas de si Peñarol aguantaría o ampliaría y si Nacional podría empatar y seguir de largo.
Como era de prever, Alexander Medina mandó a su equipo a jugar un poco más adelante. Hasta los cambios fueron pensados para eso. Lógico, ¿no? Las formas de avanzar de los que están en desventaja se sustentan de amor propio e intenciones.
Contrario a otra cosa que se presumía, que fue que diez contra diez habría más espacio y velocidad para el juego, el partido no cambió demasiado. Tal vez sí en la administración de la pelota, porque los tricolores se adueñaron un poco más, pero no en ritmo ni, mucho menos, en chances claras. Peñarol, por su parte, tiró de oficio y reculó un poquito con la mentalidad fija: salir de contragolpe y dar el golpe de gracia.
Rodrigo Piñeiro, guacho encarador nivel carasucia de campito, no tenía muchos minutos en la cancha, pero la buscó. Encaró por la izquierda al medio, lo controlaron, tiró el pase a la derecha, y el Toro Fernández, recién ingresado, aprovechó para sellar con gol su debut.
Nos vemos el viernes. Habrá más y mejor.