Con juego, llegadas y presión ante la salida de la defensa aurinegra, el Racing del Yaya Hernán Rodrigo López en su primera presentación de la temporada aparecía como la opción más clara de la tarde. Los de Sayago estaban mejor que Peñarol en la cancha y lo demostraban con el dominio del juego. Era tan así, que una subida de Franco Romero por la derecha, un centro al medio del área y la aparición de uno de los delanteros, Nicolás Sosa, hizo temblar el arco de Kevin Dawson. La pelota se fue muy por encima de los tres palos del arco de la Ámsterdam, pero poco a poco los carboneros empezaban a preocuparse: en los primeros minutos del partido no lograron acomodarse en la cancha ni ser lo contundentes que habían sido en los dos clásicos que le ganaron a Nacional. Como si fuera un partido de pretemporada en lugar de uno oficial, a los de Leonardo Ramos les costaba mucho mantener el dominio de la pelota, y las imprecisiones se sumaban a medida que corría el reloj durante la primera parte. La primera variante para tratar de que algo fuera diferente fue el trueque de posiciones entre Fabián Estoyanoff y Agustín Canobbio, que se cambiaron de lado.
El planteamiento de Racing era interesante; en cada recuperación de pelota, que eran rápidas, jugaban en corto y fácil, o lo que se dice fácil podría ser simple. El circuito de la pelota, el dominio del partido y de las acciones del juego eran de color albiverde, y así seguían dando vueltas las manecillas del reloj.
Pero el fútbol es raro, injusto, cruel o como quieran llamarlo. Después de todo esto que les cuento, en dos minutos cambió el partido. En una jugada aislada, de lo poco que había tenido Peñarol a su favor, tomó la pelota el rosarino Maxi Rodríguez, se la pasó al ecuatoriano Fidel Alegría Martínez y el delantero la tiró larga, se sacó de encima a un defensor de Racing que tropezó, y definió muy bien de zurda, cruzado, en el arco de la tribuna Colombes.
Fidel juega muy bien de espaldas al arco y juega de primera con sus compañeros. Además, tiene gol: ya le marcó uno a Nacional y otro ayer a Racing, para abrir un partido que estaba muy complicado para Peñarol. 1-0 y, por si fuera poco, en la jugada posterior, Ignacio Nicolini le fue mal a Agustín Canobbio y vio la tarjeta roja directa. En dos minutos, lo que era ya no es, y la ventaja pasó a ser aurinegra tanto en el resultado como en la cantidad de jugadores dentro de la cancha.
Al control orientado, Fidel le suma que sabe definir de primera, sin pararla, y lo hace muy bien. Con una leve mejoría en el rendimiento, Peñarol se fue al descanso con la ventaja en el marcador.
Apretá el cuadrado
Hace unos años, en la PlayStation 1, cuando jugabas con Real Madrid o con Brasil y ponías a Roberto Carlos, lateral izquierdo, de nueve, podías llegar con velocidad al área rival y meter terribles sablazos que generalmente, si la cruzabas bien, terminaban en gol. Bueno, eso hizo Lucas Hernández ayer. El lateral aurinegro tomó la pelota en la mitad de la cancha, avanzó unos metros con el balón dominado y sacó un zapatazo tremendo para romperle el arco a Pablo Torresagasti, el golero de Racing.
Qué golazo, Lucas. En tan sólo cinco minutos del segundo tiempo, Peñarol encontraba una amplia ventaja para lo que fue el trámite de la tardecita. El resultado, ahora de 2-0, y el jugador de más que tenían los carboneros equilibraron la balanza, y en adelante le fue muy difícil a Racing sobreponerse, porque Peñarol empezó a manejar la pelota con cuidado, a tratarla bien y a dejar pasar los minutos, haciendo rendir todo eso que tenía a favor.
El gol de Hernández fue como un tranquilizante para su equipo y para el partido, porque después no pasó mucho más. Entre todos los cambios, alguna jugada aislada de Racing e intentos de Peñarol por estirar, el marcador se fue apagando la noche en el Parque Batlle y se concretó una nueva victoria carbonera, que redondea un muy buen comienzo de año en lo deportivo, tanto en los resultados como, por momentos, en el juego.
Habrá que seguir un poco más al equipo de Hernán Rodrigo López, que tuvo un prolijo comienzo y mereció más, pero se desvaneció por los imponderables del fútbol: primero, por el gol; después, por la expulsión; y, nuevamente, por un gol, terminó con la ñata contra el vidrio.