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Angela Merkel, canciller alemana, el lunes, en el recinto del Bundestag, en Berlín. Foto: Odd Andersen, AFP

Merkel está a punto de iniciar su cuarto mandato gracias a una nueva Gran Coalición y con la amenaza de la ultraderecha como telón de fondo

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Cuando Angela Merkel sea investida canciller, hoy, en el Bundestag, habrán pasado casi seis meses desde las últimas elecciones. Desde su fundación en 1949, la República Federal nunca antes había tardado tanto en formar gobierno, nunca antes había vivido tanto tiempo bajo un gobierno de funciones. El transcurso de estos últimos seis meses dejó en evidencia que el país más poblado, rico y poderoso de la Unión Europea está aprendiendo a vivir en un escenario que hasta ahora le era desconocido: la inestabilidad política.

Las elecciones federales del 24 de setiembre arrojaron unos resultados históricos en muchos aspectos: la “gran coalición” gobernante –integrada por las conservadoras Unión Cristianodemócrata (CDU) y Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), y también por el Partido Socialdemócrata (SPD)– perdió casi 14 puntos respecto de los comicios anteriores. Las elecciones dejaron, además, el Parlamento federal más fragmentado de la historia reciente del país (con siete organizaciones políticas repartidas en seis fracciones parlamentarias), y, sobre todo, permitieron que la joven ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) obtuviera un sensacional resultado: con 12,6% de los votos, se convirtió en la tercera fuerza más votada, todo un golpe simbólico para un país con una historia marcada a fuego por el nacional-socialismo y el holocausto.

La presencia de la ultraderecha y la fragmentación del tablero político son precisamente los dos principales factores que explican por qué Alemania ha necesitado esta vez tanto tiempo para formar un gobierno de coalición. La constante amenaza de una repetición electoral como telón de fondo, en la que la ultraderecha podía incluso mejorar su resultado, condicionó inevitablemente unas negociaciones de por sí muy complicadas entre los partidos con intención de gobernar. El inesperado fracaso de la llamada Coalición Jamaica fue un ejemplo de ello.

La coalición imposible

“Es mejor no gobernar que gobernar mal”. La madrugada del 19 de noviembre dejó una frase que probablemente pasará al panteón de sentencias políticas históricas de la República Federal. La pronunció a altas horas de la noche el presidente del Partido Liberal (FDP), Christian Lindner. Tras semanas de duras e intensas conversaciones con la unión conservadora liderada por Merkel y los ecologistas Los Verdes, Lindner anunciaba que su partido se retiraba de la mesa de negociaciones. La llamada Coalición Jamaica (por los colores de los partidos implicados –negro, verde y amarillo–), hasta ahora inédita en el gobierno federal, se demostraba así como imposible. Dos meses después de las elecciones, Merkel se situaba de nuevo en la casilla de salida para intentar formar un gobierno estable.

Tras unos resultados electorales marcados por el fantasma ultraderechista y por la fragmentación, el fracaso de la Coalición Jamaica era la siguiente prueba de que Alemania se estaba adentrando en un territorio hasta ahora desconocido por el país: el de la incertidumbre política. Si algo había precisamente caracterizado la vida política e institucional de Alemania, eso había sido la estabilidad política.

“La colaboración entre la CDU, la CSU y el SPD termina hoy. Seremos oposición”. En Berlín, en la noche del 24 de diciembre de 2017, pocas horas después del cierre de los colegios electorales, el entonces presidente del SPD, Martin Schulz, pronunciaba con pasmosa rotundidad esa sentencia que tendría que tragarse pocos meses más tarde. El SPD acababa de cosechar su peor resultado electoral desde 1949.

Con 20,5% de los votos, el líder de los socialdemócratas alemanes decía en el horario de máxima audiencia y en la televisión pública que sólo había un camino para recuperar la credibilidad de su partido: la oposición parlamentaria. Schulz aprovechó, además, la ocasión para lanzar duros ataques a Merkel, quien, también presente en el estudio de televisión, encajó los golpes bajos con una media sonrisa. Hoy Schulz, quien renunció a la presidencia del SPD hace semanas, es un cadáver político. Merkel, por su parte, está a punto de ser investida canciller por cuarto mandato consecutivo.

Tras el fracaso de la Coalición Jamaica, Merkel no dudó en poner en marcha la opción de reeditar la Gran Coalición. Un gobierno entre conservadores y socialdemócratas era su última carta para formar un gobierno estable y evitar un Ejecutivo en minoría. Con la amenaza de convocar nuevas elecciones como as en la manga, Merkel obligó a Schulz y los suyos a sentarse a la mesa de negociaciones. A finales de febrero, y tras unas conversaciones relativamente rápidas, la CDU CSU y el SPD anunciaban un pacto de gobierno. Alemania tendrá así un nuevo ejecutivo de Gran Coalición (el tercero de cuatro legislaturas), mientras que el SPD se sigue hundiendo en las encuestas.

Crisis existencial del SPD

Desde las elecciones de setiembre, los socialdemócratas celebraron dos congresos extraordinarios y un referéndum entre sus bases para dar la luz verde definitiva a la Gran Coalición. Tanta democracia interna es, en realidad, más síntoma de una crisis existencial que de un afán de la dirección del partido de refrendar sus grandes decisiones entre la militancia. En las últimas semanas, después del anuncio del pacto de Gran Coalición, algunas encuestas apuntaron incluso algo impensable tan sólo hace unos meses: la ultraderecha de AfD superaba en intención de voto al SPD, que caía hasta 15,5% de los votos. La falta de credibilidad política podría llevar ahora al partido más antiguo de Alemania a las puertas de la irrelevancia.

“Renovación” es en estos días la palabra que la nueva dirección socialdemócrata utiliza para generar ilusión y confianza en el futuro de un partido cuyo derrumbe parece hoy imparable. La designada nueva presidenta de la formación, Andrea Nahles, promete que su presencia en el gobierno supondrá un claro acento social en las políticas de Merkel. Sin embargo, Nahles parece olvidar una estadística demoledora: el SPD ha perdido 50% de sus votantes en los últimos 20 años, aproximadamente la mitad de los cuales ha gobernado en coalición con la canciller democristiana. La siguiente cuestión se hace así inevitable: si la participación en las grandes coaliciones ha ido acompañada hasta ahora por un desgaste electoral socialdemócrata, ¿por qué esta vez debería ser diferente?

Un país vecino como Austria, con una historia estrechamente ligada a la de Alemania, podría tal vez servir de referencia a la socialdemocracia germana para hacerse una idea de lo que podría deparar el futuro próximo: grandes coaliciones de conservadores y socialdemócratas gobernaron Austria de manera prácticamente ininterrumpida desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En las últimas elecciones legislativas, de octubre, la ultraderecha del Partido de la Libertad de Austria fue la tercera fuerza más votada, con casi 26% de los sufragios y a menos de un punto de distancia del Partido Socialdemócrata de Austria. Hoy, una coalición de conservadores y ultraderechistas gobierna ese país.

Alemania contará a partir de mañana con un gobierno de una mayoría parlamentaria suficientemente holgada para afrontar los desafíos internos y externos a los que se enfrentan Europa y el mundo. Sin embargo, parece difícil que la nueva Gran Coalición pueda frenar su pérdida de apoyo electoral, sufrida ya en las últimas elecciones. La ultraderecha de AfD liderará, como tercer partido más votado, la oposición parlamentaria en el Bundestag, una posición privilegiada para seguir agitando su discurso antiestablishment, cada vez más marcadamente ultranacionalista, islamófobo y xenófobo, e intentar así imponer al menos una parte de su agenda.

Esta nueva Gran Coalición no parece nacer, en definitiva, del convencimiento político de que traerá lo mejor para el país, sino de una urgencia generada por la actual inestabilidad política. Cuando la era Merkel comienza la que probablemente sea su última legislatura, Alemania se dispone a comprar tiempo.

Andreu Jerez, desde Berlín

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