Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
El domingo 10 se cerrará la primera etapa del tercer Congreso del Pueblo, casi seis décadas después del primero, realizado en 1965. Las enormes diferencias dan cuenta de profundas transformaciones en Uruguay, pero también persisten algunos problemas centrales.
Para tener una idea de lo que significó el primer Congreso, hay que tener en cuenta para empezar que en aquel momento aún no había culminado la unificación sindical en la CNT. En ese marco hay que dimensionar la participación de más de 700 instituciones, por intermedio de más de 1.300 representantes de muy diversas procedencias e ideologías, que definieron un programa común de soluciones para la situación crítica de Uruguay.
La intención declarada de aquella experiencia fue constituir una organización permanente desplegada en todo el país, movilizada por dicho programa, pero esto estuvo lejos de concretarse. Una de las causas fue que en 1966 hubo elecciones, con una izquierda aún dividida y con consultas populares sobre varios proyectos de reforma constitucional. Hubo propuestas de que el Congreso del Pueblo se alineara tras uno de esos proyectos, e incluso tras una de las propuestas electorales, descritas en Marcha por Héctor Rodríguez como el intento de meter a “un elefante en una caja de fósforos”. No tuvieron éxito y contribuyeron a que la formidable experiencia se desdibujara.
De todos modos, el programa acordado en 1965 fue nada menos que la base principal para las definiciones en el mismo terreno de la CNT y, seis años después, por el Frente Amplio (FA).
Poco después de la salida de la dictadura se habló de hacer un segundo Congreso del Pueblo, pero la iniciativa quedó por el camino, entre otras cosas porque hubo quienes percibieron en ella la intención de crear un escenario para que los sectores frenteamplistas con mayor peso en el movimiento social presionaran “desde fuera” a la conducción del FA.
Recién hubo un Segundo Congreso en 2008, con el telón de fondo político de los planteamientos que reclamaban, tras el primer gobierno de Tabaré Vázquez, una profundización de los cambios. Su repercusión e incidencia fueron escasas, y no hubo nada semejante a la definición de una identidad propia con vocación de continuidad.
Este Tercer Congreso se desarrolla una vez más en un año preelectoral, y varios de sus protagonistas manifiestan la voluntad de que incida en las definiciones programáticas de los partidos. Está elaborando propuestas que en buena medida reivindican planteamientos históricos tradicionales de parte de la izquierda, sin participación de organizaciones nuevas potentes como la Intersocial Feminista y en un contexto complicado por tensiones entre el PIT-CNT y el FA acerca de la iniciativa de reforma constitucional sobre seguridad social, que la central sindical decidió someter a plebiscito en forma simultánea con los próximos comicios.
En tales circunstancias, parece poco probable que alcance una significación comparable con la del Primer Congreso en lo referido al programa, o que logre, esta vez, dejar instalada una nueva vía de participación social colectiva.
Hasta mañana.