Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
En lo que va de este siglo, el Partido Nacional (PN) se ha consolidado como la segunda fuerza política del país, pero esta posición se logró durante un período en el que el Frente Amplio se consolidó a su vez como la más votada y ganó tres elecciones nacionales seguidas. Por lo tanto, el triunfo de Luis Lacalle Pou en 2019 no se dio con un partido habituado a gobernar el país, y entre las tareas en las que el PN carece de experiencia está la de administrar el difícil período del final de mandato, en el que se desata la competencia por la sucesión y a menudo –como sucede en este caso– el presidente saliente no está en el ocaso de su trayectoria política, sino que es joven, ha logrado altos índices de aprobación y puede tener cuerda para rato, como líder y muy posible candidato a un nuevo mandato dentro de cinco años.
El último fin de un gobierno nacionalista ocurrió hace ya casi tres décadas y fue bastante accidentado, entre otras cosas porque pasaba lo mismo que ahora: hacía ya casi tres décadas de la última experiencia anterior. Luis Alberto Lacalle Herrera, padre del actual presidente, eligió como candidato del Herrerismo a Juan Andrés Ramírez, un político con características y trayectoria muy distintas a las suyas, que fue superado dentro del PN por Alberto Volonté y que poco después de las elecciones de 1994 se convirtió en un duro cuestionador del gobierno de Lacalle Herrera.
Hasta ahora Lacalle Pou no ha dado señales explícitas de apoyo a una candidatura nacionalista, y tanto Álvaro Delgado como Laura Raffo representan a corrientes partidarias cercanas a él, pero el primero proviene del mismo sector, lo ha acompañado durante gran parte de su trayectoria política y es desde 2020 secretario de Presidencia, con protagonismo frecuente en el Poder Ejecutivo (dentro de lo posible con un presidente fiel a su consigna de que “la autoridad no se comparte”).
Sucede, además, que Delgado no es una persona caracterizada por su carisma y siempre ha desarrollado su carrera política en segundo plano, de modo que el capital con que cuenta para convencer a la ciudadanía de que apoye sus aspiraciones presidenciales está, inevitablemente, muy vinculado con su presentación como continuador de lo que ha hecho Lacalle Pou desde 2020. Si la competencia interna del PN lo enfrentara a una candidatura con perfil disidente, esto sería conveniente para ambas partes, pero la situación es muy distinta.
Raffo llegó a la actividad partidaria porque Lacalle Pou la impuso como candidata única a la Intendencia de Montevideo de toda la “coalición multicolor” en 2020, su precandidatura presidencial surgió con el respaldo del viejo Herrerismo, se esfuerza por mostrarse en sintonía con el actual presidente y no propone nada parecido a un cambio sustancial de rumbo. En consecuencia, a ella y a su entorno les resulta incómodo y perjudicial que Delgado haya comenzado a hacer campaña sin retirar sus cosas de la Torre Ejecutiva, y que su discurso reivindique la gestión en la que sigue participando. La tensión está instalada y va a ser difícil desactivarla aun si Delgado renuncia a su cargo actual, pero cuanto más tiempo permanezca en él, peor será la cosa.
Hasta mañana.