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Ilustración: Ramiro Alonso

La laicidad bien entendida

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Leído por Andrés Alba.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El sindicato de magisterio realiza paros esta semana contra la sanción a una maestra y a la directora de la escuela 35 de Montevideo, aplicada por haber leído en el patio de ese centro de estudios una carta del propio sindicato, violando la laicidad según la dirección de Primaria. La Asamblea Técnico Docente (ATD) de la rama de educación inicial y primaria contribuyó al debate con reflexiones sobre el concepto de laicidad, de un nivel que contrasta con la tosquedad de las autoridades en esta materia.

Hay que destacar la pertinencia de esa contribución. Las ATD no son un escenario para reiterar planteamientos sindicales, sino ámbitos de reflexión y propuesta sobre los asuntos pedagógicos y otros relacionados con el modo de mejorar la educación. Su función es que las personas dedicadas a la docencia aumenten la comprensión de su tarea y planteen aportes e iniciativas a las autoridades, que según la ley deben consultarlas pero que a menudo desaprovechan su potencial.

La palabra “laico” viene, paradójicamente, de la cultura religiosa, y se refiere a las personas católicas que no integran el clero. En la historia europea, el Estado separado de la iglesia, que dejó de asumir e inculcar creencias religiosas, pasó a ser llamado laico. Por extensión, se habla de laicidad en la enseñanza para aludir al “tratamiento integral y crítico de todos los temas, mediante el libre acceso a las fuentes de información y conocimiento que posibilite una toma de posición consciente de quien se educa”, garantizando “la pluralidad de opiniones y la confrontación racional y democrática de saberes y creencias”, según establece la Ley General de Educación vigente.

Esta idea es, obviamente, central para la formación de las personas y la construcción de ciudadanía. Lo que antes se llamaba “educación cívica” no consiste en escuchar y memorizar la descripción “objetiva” de distintas posiciones, sino en capacitarse para el diálogo constructivo desde posiciones diversas. O sea, en otras palabras, capacitarse para la convivencia política.

Lo que rechaza la ATD, con mucha razón y sólidos argumentos, es la resignificación del concepto de laicidad como fundamento de tabúes. En esta línea, lamentablemente adoptada por la actual mayoría en la Administración Nacional de Educación Pública y también por integrantes del Parlamento, estimular el pensamiento crítico y el debate sobre algunas cuestiones pone al personal docente en riesgo de recibir sanciones por violar la laicidad.

Los gobiernos conservadores suelen sostener posturas contradictorias sobre estos asuntos. En relación con la idea originaria de la laicidad estatal, permiten y defienden la manifestación de creencias religiosas. En los demás sentidos que ha tomado el concepto de laicidad, prohíben y reprimen. No aceptan lo que sostenía Reina Reyes hace 60 años: “El maestro de ubicación indefinida, si bien no condiciona a sus discípulos en ningún sentido, los deja indiferentes a todos los valores y muy difícilmente genera en ellos impulsos de superación”.

Uno no quiere darle malas ideas al oficialismo, pero lo único que le falta es prohibir, invocando la defensa de la laicidad, que se hable de la laicidad.

Hasta mañana.

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