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Ilustración: Ramiro Alonso

Pobreza, ideología y pobreza de la ideología

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Leído por Andrés Alba.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La calidad del trabajo realizado por la economista Andrea Vigorito la ubica como una referencia obligatoria para considerar los temas vinculados con la pobreza en Uruguay. No es necesario ensayar aquí un resumen o explicaciones de la entrevista con ella que publicamos en esta edición, pero puede ser útil destacar cómo se contrapone su enfoque con otro que, lamentablemente, viene ganando terreno en la sociedad y el sistema partidario.

Mucha gente se ha acostumbrado a pensar que la pobreza es un problema por sí misma, que se mide en el porcentaje de personas pobres dentro de la población, y que resolver el problema significa, simplemente, lograr que el porcentaje disminuya. A partir de estas premisas, se discute mucho qué peso deben tener en las políticas públicas diversas herramientas, que incluyen la redistribución mediante asistencia directa (y dentro de ella las transferencias monetarias), la creación de oportunidades de empleo y el estímulo a la cultura del trabajo o el “emprendedurismo”, entre otras. Los razonamientos de Vigorito tienen distintos puntos de partida y van por caminos diferentes.

La experta señala que la sociedad genera tres problemas a la vez: uno es la desigualdad; otro, la disminución de la solidaridad y la cohesión integradora; el tercero, en el terreno abonado por los dos factores previos, la creencia de que la pobreza es una condición individual causada por conductas a corregir (en otras palabras, que haber quedado del lado malo de la desigualdad es responsabilidad de las personas pobres).

En este marco, mucha gente se convence de que la existencia de pobreza en Uruguay sólo la perjudica porque, como dice Javier Milei, el Estado le “roba” dinero para dárselo a quienes no lo merecen ni lo saben aprovechar.

Vigorito destaca que la desigualdad aumenta por distintas vías la vulnerabilidad y la pobreza, que no son lo mismo y que plantean dificultades distintas de medición. Para la primera carecemos de una estadística oficial y para la segunda utilizamos un indicador monetario limitado, al comparar ingresos de los hogares con precios de canastas consideradas básicas, sin incorporar otras dimensiones de las necesidades humanas y el bienestar.

Explica también las diferencias conceptuales de ambas situaciones: en los hogares con ingresos que tomamos como indicadores de pobreza hay niveles muy distintos de vulnerabilidad; en hogares con ingresos por encima de la “línea de pobreza” (que no es la misma en cualquier lugar de Uruguay) puede haber una gran vulnerabilidad, de modo que un aumento de ingresos que haga cruzar esa línea no garantiza en lo más mínimo que los problemas se hayan resuelto.

Señala, por último, que atribuir la pobreza a una escasa voluntad de trabajo es pasar por alto que, en el Uruguay de hoy, muchos hogares pueden seguir sumidos en la pobreza aunque sus integrantes en edad de trabajar lo hagan hasta el agotamiento, porque las remuneraciones a las que pueden acceder esas personas son insuficientes.

Mientras la sociedad no resuelva problemas ideológicos importantes, los intentos de “combatir la pobreza” tendrán poca chance de éxito.

Hasta mañana.

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