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El 21 de mayo se celebra el Día Mundial de los Peces Migratorios.

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En Uruguay el científico Marcelo Loureiro dará dos charlas el viernes 20, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN).

El Día Mundial de los Peces Migratorios fue creado en 2014 por la World Fish Migration Foundation y lleva desde entonces el lema “Conectar peces, ríos y gente”. En algunos países la celebración de este día incluye actividades en escuelas y la participación de agencias públicas y organizaciones vinculadas al medioambiente y su conservación. En Uruguay la actividad consiste en dos charlas a cargo de Marcelo Loureiro, biólogo e investigador de la Facultad de Ciencias y curador de la Colección de Peces del MNHN.

La preocupación por el tema, tanto a nivel mundial como local, es evidente: los ríos prestan servicios que van desde el agua potable y para riego hasta la navegación, pasando por la generación de energía y la pesca. La actividad humana –esa especie que aunque no incremente su número, como ocurre en Uruguay, igual crece en demanda energética, alimenticia y de vivienda– aumenta la presión sobre los ecosistemas fluviales y, ya sea mediante la contaminación o la construcción de presas, compromete la supervivencia de los peces y sus ecosistemas.

Loureiro dice que entre las especies migratorias de agua dulce, “las estrellas de nuestros ríos serían el sábalo, la boga, el dorado y el surubí”. Estas cuatro especies son carismáticas y conocidas por cualquiera que pesque o se interese medianamente por saber qué nada en nuestros ríos, aunque el científico señala que hay más de una decena que se consideran “pequeños migradores”. El sábalo probablemente sea el pez migrador más importante, afirma Loureiro, y da algunos datos: “Constituye la principal pesca artesanal de agua dulce. Cerca de 93% de la biomasa que se pesca en agua dulce en nuestro país son sábalos”. Pero no sólo hay peces migratorios en los ríos y arroyos, como aclara Loureiro: “En el agua salada tenemos peces que, un poco como el salmón, se desarrollan como adultos en el mar y luego migran al agua dulce para reproducirse”, y da el ejemplo del bagre marino o mochuelo. “Los adultos viven en el mar, pero entran al agua dulce para reproducirse. A diferencia del salmón, no mueren, y luego de desovar vuelven al mar”, explica.

Uno podría pensar que la presencia de peces migratorios es un indicador de la buena salud de un río. Pero Loureiro dice que los animales viajeros son indicadores en una escala geográfica más amplia, ya que al ser migradores “cumplen el ciclo en amplias extensiones”. “Se supone que el sábalo y el dorado se reproducen en el Paraná bajo, después entran al río Uruguay a comer y después vuelven y van”, menciona como ejemplo. El hecho de que abarquen una zona tan amplia tiene para el investigador su gran contraparte: “Con los peces migradores las políticas de control y de manejo a escala pequeña pueden tener poca efectividad, porque su ambiente es muy amplio”.

En cuanto a su función ecológica, el curador de la colección de peces sostiene que “los peces migradores transfieren energía de un sistema a otro, comen acá y llevan toda su biomasa para otro lado”. En eso radica lo delicado de su situación, ya que “las represas les cortan las migraciones”. Para dejar en claro el asunto, da dos ejemplos: “Se supone que antes de que se construyera la represa de Salto Grande el circuito seguía hasta el Uruguay medio y el alto, hacia Rio Grande do Sul. En el río Negro, los trechos aguas arriba de la represas son tan cortos que, de hecho, se extinguieron: llegan hasta la represa de Palmar y no más”.

En el marco de la Ley de Riego, que permite instalar represas para acopiar agua para el agro, uno no resiste la tentación de saber cómo eso podría afectar a estos peces. Como buen científico, Loureiro prefiere ser cauto: “Las represas de riego pueden abarcar una escala tan amplia que sería muy apresurado decir que van a afectar a los migradores. Depende de cuáles, y dónde se pongan”. Nuevamente, recurre a lo que sabe de peces de Uruguay: “Encontramos sábalos en el río Queguay alto, en las nacientes. Y si vos les metés una represa de riego en el medio, seguramente ya no lleguen hasta ahí”, razona, aunque apunta que no está claro qué es lo que van a hacer los sábalos hasta tan entrado el río. Sin embargo, Loureiro no esquiva el bulto: “O sea, depende de dónde se instalen las represas para riego, pero es seguro que para los peces migradores lo peor son las grandes represas, las que cortan un río, como las que tenemos en los ríos Negro y Uruguay, y como las que hay en el Paraná”. Loureiro reconoce que con las represas está “un poco radical” y cuenta que últimamente se pregunta para qué tenemos la represa de Palmar: “Me enteré de que está parada por la sequía, no produce energía y aparentemente no hay una afectación”. “Capaz que habría que rever su existencia”, tira para que alguien recoja el guante.

Que los peces migratorios tengan su día no está nada mal, teniendo en cuenta que gran parte de la población tiene alguna relación con ellos. Loureiro dice que “los migradores de agua dulce sostienen gran parte de la pesquería artesanal, que se supone que es una actividad buena para todos, porque no hay intermediarios, alimenta a gente directamente, da empleo”. Pero a la pesca artesanal se suma la pesca recreativa: “En Facebook soy seguidor de muchas páginas de pescadores, y la verdad es que nuclean a mucha gente: una de ellas tiene unos 10.000 seguidores”. Y aun si uno no fuera ni consumidor de pescado, ni pescador artesanal, ni aficionado a la pesca, proteger la biodiversidad es un objetivo que no precisa demasiada argumentación. Para ello hay que trabajar con los pescadores artesanales (“la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos lo ha intentado con algunos proyectos”, sostiene) y cuidar el tema de los pesticidas (“sobre eso se habla mucho pero se sabe poco: la mayoría de los peces del río Uruguay tienen pesticida en el músculo, pero no se sabe muy bien cómo los afecta a ellos ni a los que los comen frecuentemente”).

Otro tema importante es proteger los sitios de desove de sábalos, dorados, bogas y surubíes. Pero al respecto el biólogo alerta: “Lamentablemente, sobre eso tampoco se sabe mucho. El conocimiento tradicional hasta hace diez años decía que los peces migradores desovaban en el Paraná bajo, en la zona de los humedales de Rosario y Santa Fe, en Argentina, y luego los juveniles y adultos venían a comer a Uruguay. Sin embargo, hay un investigador argentino, Carlos Fuentes, que trabaja en la Comisión Administradora del Río Uruguay, que encontró huevos y larvas en todo el río. Sin duda, cuidar las áreas donde se desova es fundamental, pero no tenemos muy claro dónde están esas áreas en el río Uruguay. De hecho, Fuentes afirma que los huevos y larvas podrían venir de aguas arriba de la represa y que podrían pasar por ella. Es un tema del que aún hay mucho por saber”.

Para conocer más no hay más remedio que investigar más. Y con lo investigado hay que hacer que la gente tenga mejor información. Por eso son importantes las dos charlas que dará Loureiro mañana a las 14.00 en la Facultad de Ciencias y a las 18.00 en el MNHN. Y uno mira el afiche del Día Mundial de los Peces Migratorios, en el que un pez feliz rompe el concreto de una represa, y no puede más que esperar que entre los asistentes haya al menos alguno de los que toman decisiones sobre el agua en este país.

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