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César González. Foto: Camila Gianotti

Abriendo la puerta al cielo de los indígenas

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Trabajo de arqueoastronomía realizado en Rocha permite pensar que los cerritos de indios y los cairnes guardan relaciones con el cielo que observaban nuestros antepasados.

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En el mes de abril anunciábamos que el Centro Universitario de la Región Este (CURE) de Rocha había recibido al astrofísico español César González con motivo de brindar el primer curso en nuestro país sobre arqueoastronomía y astronomía en la cultura. Pero además de formar a arqueólogos, astrónomos y público interesado, la presencia de González, que ha estudiado la relación entre construcciones humanas de distinta índole –celtas, mayas, romanas, de la cultura de hierro– y la astronomía, también tenía por objetivo relevar algunas de las construcciones de nuestros antepasados, junto con el grupo de arqueólogos del Laboratorio de Arqueología del Paisaje y Patrimonio del Uruguay (LAPPU). Entonces el astrofísico decía, esperanzado: “Iremos y tomaremos medidas en el terreno. Una vez que tengamos medidas y ciertos patrones, podremos definir de una manera más clara por dónde empezar una colaboración y abrir una línea de investigación, que sería novedosa en Uruguay, de astronomía de la cultura”. Cuando llamo a Camila Gianotti, arqueóloga de LAPPU con base en el CURE de Rocha, no puede ocultar su emoción ante los resultados preliminares. Y no es para menos: los datos obtenidos, que están siendo procesados y profundizados, abren un nuevo campo de investigación, al tiempo que nos dejan ver la complejidad y la riqueza de la tan ninguneada cultura de quienes habitaban estas tierras antes de que llegaran los europeos.

La llegada de César González, cuenta Gianotti, fue parte de un proyecto CSIC I+D (proyecto de investigación y desarrollo de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República) que tenía como uno de sus objetivos específicos “iniciar exploraciones arqueoastronómicas en algunos sitios de la región Este para ver si se podían identificar relaciones entre lo que es la organización, configuración y espacialidad de los sitios arqueológicos y fenómenos astronómicos”. La ciencia se maneja a menudo con hipótesis que deben ser luego refrendadas por la observación, como deja en claro Camila: “Nuestra idea era ver si podíamos confirmar sospechas e hipótesis que teníamos, sobre todo en la organización y orientación de algunos espacios con fenómenos estelares”.

Subiendo los cerros

Una vez que César González dio el curso en el CURE, comenzó el mayor desafío de su estadía esteña. “Con César visitamos seis sitios, tres conjuntos de cerritos en la sierra de Potrero Grande, otro en la sierra de los Ajos, que es uno de los conjuntos de cerritos investigados más importantes, y después en India Muerta fuimos a los sitios de Los Talitas y a García Ricci”, recuerda Gianotti. Para González era la oportunidad de ver en persona las construcciones de nuestros indígenas, de las que tanto le habían hablado. “La verdad es que al verlos me llevé una muy grata sorpresa, tanto por el tamaño de alguno de ellos como por el esfuerzo que representan y la relevancia en el paisaje que muestran”, escribe González desde su despacho en el Instituto de Ciencias del Patrimonio de Santiago de Compostela. Y agrega una apreciación que, para una persona que ha visto cientos de construcciones prehistóricas, no es menor: “Considerar que existen miles de ellos no hace sino aumentar la sensación de sorpresa”. Es que tan sólo en Rocha y Tacuarembó hay 2.000 cerritos de indígenas, lo que a la hora de buscar patrones y reunir evidencia es tan interesante metodológicamente como inabarcable en una estadía de unas semanas.

Una vez en los cerritos, el equipo tomó mediciones de la orientación y distribución de las construcciones. Y entonces las hipótesis dieron lugar a la fascinación y a esa felicidad que se experimenta ante un nuevo descubrimiento. “Estamos contentísimos”, exclama Gianotti, y se explaya: “Hay relaciones muy potentes y nítidas entre la orientación de los cerritos y algunos elementos del cielo, lo que refuerza la necesidad de abrir esta línea de investigación en Uruguay”. En ciencia uno debe ser cauto a la hora de comunicar sus hallazgos. Hay que verificar bien los datos, cotejarlos con otros, y publicarlos de forma que colegas y pares puedan validarlos. Cautela, pues, tiene César González, pero en sus palabras uno puede interpretar la satisfacción de haber encontrado algo importante: “Estamos aún en el proceso de análisis detallado de tal relación, pero sí parecen existir indicios que nos hablan de que los cerritos, al menos los que hemos explorado en esta primera aproximación, muestran disposiciones en el paisaje que se podrían relacionar con elementos celestes que, tal vez, nos estén hablando de direcciones que se pueden conectar con momentos importantes, dentro del concepto temporal de los constructores de los cerritos”. Gianotti y González seguro publicarán, junto con el resto del equipo del LAPPU, los resultados de sus observaciones, pero para uno, sus palabras ya ameritan un artículo: es más que probable que los pobladores de estas tierras, que construyeron cerritos desde hace 5.000 años hasta ya establecidos los españoles, miraran el cielo e integraran las estrellas a su cultura y, por tanto, a sus construcciones.

Gianotti cuenta que en el LAPUU vienen realizando investigaciones desde hace décadas que “muestran que dentro de esos 5.000 años de construcción y uso de cerritos, hay episodios de monumentalización.

Justamente con este proyecto de I+D estamos afinando esos procesos, identificando cuándo ocurrieron, mediante qué formas o estrategias sociales se monumentalizaron esos espacios. El tema de la vinculación con fenómenos astronómicos, evidentemente refuerza ese enfoque, al tiempo que nos abre un montón de puertas, porque no es sólo contrastar y confirmar esos resultados mediante mediciones y ver qué pasa con estas orientaciones y configuraciones espaciales de los sitios y los cielos, sino que además, implica contrastar esos resultados con fuentes documentales, con crónicas y estudios etnográficos”. Por ahora todo viene coincidiendo, porque Camila relata que los resultados preliminares que surgieron de la visita de campo tienen vinculación con algunas etnografías de grupos indígenas sudamericanos como mapuches, tehuelches, indios patagónicos y también charrúas. “Son grupos que tienen en su mitología y en su cosmogonía la identificación de algunos elementos del cielo, de forma muy fuerte. Y esos son los elementos que estamos encontrando asociados de alguna manera a las orientaciones de los cerritos”, señala la arqueóloga, y entonces, uno comprende su entusiasmo.

Apedreando el cielo

Además de visitar cerritos de indios, los investigadores fueron a la Sierra de Aguirre, lugar en el que hay cairnes, montículos de piedra de más de un metro de altura que hasta el naturalista Charles Darwin dejó documentados en su pasaje por nuestro país, además de piedras hincadas y otras organizaciones pétreas que aún no han sido muy estudiadas. De hecho, tampoco se sabe mucho sobre los cairnes. Gianotti habla y uno nota cierto dejo de tristeza: “Las primeras excavaciones arqueológicas con cairnes las hicimos nosotras hace tres años en la Sierra de Aguirre. Ni siquiera se sabe de qué época son, cuántos hay ni cuál es su cronología. Los primeros datos, muy preliminares, son de dos sitios excavados en la Sierra de Aguirre, pero hay cairnes en gran parte de las sierras de todo Uruguay”. Para el experto español, nuestros cairnes fueron también motivo de sorpresa: “Es muy llamativo que en Europa se asocian con lo que se suele llamar ‘sociedades productoras’, es decir, que practicaban algún tipo de agricultura o ganadería. Sin embargo, los restos encontrados en los cerritos vendrían a mostrar que, al menos los más antiguos, se asocian a sociedades cazadoras-recolectoras, algo que se encuentra de forma muy rara en el Viejo Continente”.

Más allá de las diferencias con los montículos de piedra del viejo continente y de lo poco que sabemos sobre ellos, los cairnes también fueron motivo de satisfacción para los investigadores. César dice que si bien estudiaron muchos menos cairnes que cerritos en esta salida a campo, “la disposición en el terreno también tiene elementos singulares que podrían relacionarse con ciclos celestes. Todavía tenemos que determinar si son similares o diferentes a los de los cerritos”. Camila coincide: “Analizamos todo un brazo de la sierra, en donde claramente hay asociaciones con fenómenos astronómicos, y las mediciones se están analizando y puliendo”.

Por años desdeñado, en las sierras hay un patrimonio histórico y cultural que es mucho más valioso aún de lo que se pensaba. En un país que prefiere citar siempre a José Artigas, antes que a cualquiera de los habitantes que ya estaban en estas tierras previo a la invasión de los españoles y sus blandengues, tal vez sirva recordar la frase del caudillo derrotado que decía que no pensaba vender el rico patrimonio de los orientales, al bajo precio de la necesidad. Hoy las necesidades son energéticas, y el rico patrimonio de los orientales, sus cairnes, tienen en los molinos de viento a un gran enemigo: “Los cairnes están en las zonas altas de las sierras, y esos son los lugares donde se construyen los parques eólicos”, dice Gianotti.

Un nuevo universo

La investigación realizada en abril permite ahora abrir nuevos caminos y arroja más luz sobre los pobladores prehistóricos de esta tierra. Gianotti, pletórica de entusiasmo por lo que viene, lo explica así: “Esto amplía el conocimiento, lo fortalece con nuevas evidencias, y desde el punto de vista del marco teórico en el que se especializa nuestro grupo, en la arqueología del paisaje, nos permite ampliar la noción de paisaje”. Es que para la arqueóloga, antes el paisaje era demasiado terrenal: “Nos hemos focalizado en el paisaje como una construcción en un plano terrestre, sin embargo sabemos que todas las culturas, y sobretodo las culturas no occidentales, tenían una cosmogonía, una visión del mundo que incluía varios planos, como el del cielo y el inframundo. La arqueoastronomía, con los resultados que hemos tenido y con la apertura de esta nueva línea de investigación, nos permite ampliar la noción de paisaje y acceder a una noción más simbólica”. Para ella, esto es importante para un arqueólogo, ya que “la arqueología analiza la cultura material y basamos gran parte de nuestras interpretaciones en ese registro material de lo que encontramos. Con este enfoque accedemos a un mundo que, conjugado con las crónicas y la etnografía, con las leyendas de los pueblos originarios, es mucho más rico y simbólico. Y eso nos complace mucho, porque somos humanistas, somos científicos sociales”.

Para César González, los descubrimientos a miles de kilómetros de su hogar también son prometedores: “La colaboración está en marcha y nos estamos planteando diversas líneas de acción para continuar el trabajo”. El experto señala que la gran cantidad de cerritos de indios, es al tiempo, una ventaja y un inconveniente: “La ventaja es que se puede hacer un trabajo de prospección estadística muy valioso cuando, como es este el caso, no disponemos de fuentes etnohistóricas o etnográficas directas que nos ilustren sobre la intencionalidad de esas alineaciones. El inconveniente, claro, es que esto llevará mucho tiempo”. En ese sentido, el trabajo con astrónomos locales será muy valioso, y Gianotti menciona que ya ha despertado interés de astrónomos como Gonzalo Tancredi, que ya tenían interés en cómo el cielo se refleja en la cultura. Tancredi se puso en contacto con el LAPPU y Gianotti adelanta que están por ver de qué manera se puede articular con estudiantes de astronomía para relevar información de más cerritos y cairnes. Por otro lado, las mediciones realizadas formarán parte de la tesis de doctorado de Nicolás, miembro del LAPPU.

Mientras se terminan de analizar los datos y se realiza el cotejo con la etnografía de otras culturas indígenas, todo lo que permitirá la publicación de trabajos con datos y conclusiones realmente fascinantes sobre los cerritos de indios y su relación con el firmamento, el sentido común lo lleva a uno a pensar qué hay que hacer para poner a resguardo un patrimonio tan valioso como frágil.

Los conquistadores no vieron los cerritos, al punto que no figuran en ninguna de sus crónicas. Ahora sabemos dónde están, sabemos que son monumentos y que algunos, además, muestran una orientación relacionada con fenómenos astronómicos, lo que luego se verá si implica que nuestros antepasados manejaban calendarios y observaban las estrellas con detenimiento y las estampaban de forma indeleble en su mitología y cultura. A ningún inglés se le ocurriría la idea de que la protección de Stonehenge quede librada a la buena voluntad del dueño del predio. Aquí, sin embargo, apenas dos de los más de 2.000 cerritos de indios son monumentos históricos. Y los cairnes corren el riesgo de ser apenas lo que el viento se llevó.

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